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931 18 Noviembre 2011

República amorosa
Víctor Reynoso

P
uebla.-
La semana pasada escribí que la idea del senador Beltrones sobre la necesidad de un nuevo diseño institucional que dé lugar a un gobierno fuerte y eficaz era difícil de rechazar. Me equivoqué. El discurso de López Obrador, prácticamente el candidato del PRD y partidos afines, muestra que para algunos lo importante no está en el diseño de las instituciones. Está en la bondad de los políticos.

El “presidente legítimo” se nos presenta como un hombre bueno. Como “un humanista que lucha por los demás”. Propone “fortalecer los valores, el amor a la patria, al prójimo, a la familia”.

Es interesante el contraste entre los dos discursos, el del sonorense y el del tabasqueño. No son desde luego incompatibles. Se puede, y quizá se debe, estar de acuerdo con los dos: tan importante es un buen diseño institucional como la promoción de los valores. La cuestión es el énfasis.

El énfasis, la prioridad, expresa ideas contrastantes de la política. Para el senador la prioridad está en un sistema de incentivos, más allá de las buenas intenciones. Para el tabasqueño lo primero son las buenas intenciones. Después vendrán otras cosas, pues nadie puede limitar su discurso político a valores y humanismo. Por lo pronto es claro que Andrés Manuel retoma el discurso que le valió la caracterización de “Mesías tropical”: renovación, salvación, y la que se llevó la nota: su propuesta de una “República amorosa”. Una clara invocación a los sustratos cristianos del país: el término “amor al prójimo” es raro en el discurso cotidiano, pero central en el cristiano, y en el de López Obrador.

La cuestión de qué tanto la buena política depende de las instituciones (“maquinarias de incentivos”) o de la bondad y los valores del político, queda para las reflexiones académicas. Lo que importa es cómo impactarán en el electorado.

Habrá un sector al que el discurso de AMLO le parecerá chocante, incongruente, superficial, mera mercadotecnia. En primer lugar porque ya se ha visto mucho del daño que causan los valores religiosos o sus sucedáneos cuando intervienen en política. También porque pocos dichos se comprueban tan a menudo en la vida pública como el que dice que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. O porque no es fácil hallarle perfil humanista a los colaboradores más cercanos de Andrés Manuel, como René Bejarano o Gerardo Fernández Noroña; o bien al origen salinista del PT.

Pero en otros casos este discurso hallará tierra fértil. Un taxista del D. F., con admirable capacidad de síntesis, me decía que así como cada 150 años pasa un determinado cometa cerca de la tierra, cada 150 años aparece un político honrado: y ése es López Obrador.

Aguilar Camín escribió que una de las cosas que la democracia mexicana tiene en contra es “la pasión por los caudillos y los atajos”: la esperanza en que un hombre extraordinario nos lleve por una vía corta a los logros que en otros casos son difíciles y costosos. La cuestión, nuevamente, parece estar en el centro de las elecciones mexicanas.

Profesor de la UDLAP

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