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959 28 Diciembre 2011

El escultor maya
Luis Villegas Montes

C
hihuahua.-
He llegado a B’aakal; la magnífica, la hermosa, la ciudad sagrada.

Cierro los doloridos ojos y no veo más las ruinas ni las sombras. Las obras de mis manos, dictados de mi mente y trozos de mi corazón, no se hallan destruidas ni abandonadas; la piedra blanca de los palacios refulge a la luz del sol, en medio de una planicie de esmeralda y jade.

Me he acostado a dormir en un cuarto vacío.

El mismo que hace mucho tiempo nos acogió a Kantunil y a mí entre sus paredes. Oigo el crujir del techo cargado de humedad; gotas de lluvia lamen mis cabellos luego de filtrarse por entre minúsculas grietas; otras se depositan en mi frente, en las cuencas de mis ojos, en los elevados pómulos de mi marchito rostro, para venir a expirar en el interior de mis labios. Mi lengua tumefacta, ávida de su delicada caricia, de su frescor, asoma por entre mis labios resecos. Nada importa ya. Solamente reparar las fatigas de mi cuerpo viejo y desgastado; como mi corazón. Como mis pensamientos.

He venido de todas las cosas ya; desde Cuatro Ahaw Ocho Cumku hasta este día, esta noche, poblada de silencios y recuerdos.

Nota
1) Los antiguos habitantes de México conocían las esmeraldas, a las que llamaban: “quetzalxoquiyac”; originarias del estado de Oaxaca, su tamaño y calidad no facilitó su explotación. Nahil llega a conocer estas piedras por sus viajes. (N. del A.)

 

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La Quincena Nº92

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