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LA PUERTA
Guillermo Berrones

culturalogoLa línea dominante de su mirada te obliga a esconderte entre las barras verticales de la estadística del mes que debes entregar mañana. Entonces te llama y te pide que por favor apagues uno de los focos del pasillo y que no olvides cerrar la llave del tinaco. El sermón del ahorro de energía eléctrica le brota hostil de entre sus dientes postizos. Vuelves a tus hojas llenas de parábolas y campanas de Gauss. La ves pasar a tu lado arrastrando sus años perpetuos. El tiempo se le quedó encorvado en su espalda. El hedor del baño traga su figura bestial a donde entra sin dejar de rumiar. Regresa triunfante cargando una bacinica esmaltada con el sarro amarillento y viejo de la orina.
Se despide amenazadoramente con un hasta mañana y sonríe burlona con la certeza de que al amanecer seguir viva para fastidiarte. El tormento continuará. Dormir es sólo una tregua nocturna que se ha de romper con el nuevo día. Mañana continuarás jugando el papel que te corresponde. Te llega el sonido de la lluvia de orines sobre la “nica”. El olor enciende los recuerdos escondidos de tu infancia cuando la veías bañarse.
Se encierra en la fortaleza de su recámara y el silencio se vuelve tu acompañante. Te sientes tentado a volver al ritual de tus noches secretas. La cerradura se transforma en cíclope voyeur. Te perturba y te angustia y eso te brinda más placer. La desnudez anciana y pellejuda se abre a tu confianza. San Judas Tadeo es lapidado por el privilegio de un par de pechos despuntados y señalando al suelo.
Un monólogo susurrante pide y agradece al mismo tiempo. Pactan para un nuevo día y San Judas vuelve a colgarse, después de un beso, en el clavo de la pared que da hacia el norte. Los gatos han iniciado sus cochinos juegos en las bardas y en la azotea. Te llegan sus lamentos pasionales. Vuelves a estremecerte. El ojo sigue lacerando la chapa en busca de un ángulo con una mejor imagen. Tus piernas flaquean al llegar al origen de la vida donde convergen los pilares avejentados y la selva de su pubis se vuelve como el color de los chopos en invierno. El telón que cierra la escena es una bata de bolitas negras cubriendo su cuerpo. La luz se apaga. Concluye la puesta de un acto hecha especialmente para ti.
Los destellos bañan tu mirada y regresas campante a la estadística. El cristal de la mesa te refleja como espejo. Tú eres ella a su imagen y semejanza. La odias de día y la amas de noche. Nadas en la dualidad perversa de tu propio juego. Está ahí, en su recámara, aguardando a que amanezca para dominarte de nuevo.
La amas y la odias. Tras la puerta la miras en su hermosa vejez. Te pertenece aunque San Judas se interponga noche a noche. Te asustas y corres al lavabo para enjuagar el pecado de tu cara. El espejo repite las imágenes ahora bañadas en llanto, ahora bañadas en sangre. Sangre que emana de una mirada vacía. De unas cuencas convertidas en fuente de lágrimas rojas.

 

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