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OPERA PRIMA
ATADA

culturalogoMe haces pasar a tu oficina y con una leve caravana me invitas a sentar. Accedo y te agradezco en tono formal por recibirme tan temprano a pesar de tus ocupaciones. Sabes que siempre tengo tiempo para ti. Me dices con cierto brillo en la mirada y una sonrisa que derrite mis neuronas.
Te aproximas a mí lentamente deshaciendo el nudo de tu corbata amarilla -esa que me gusta tanto- Extiendo la mano para tocarte. Pero la detienes antes de alcanzar su meta y comienzas a atarme al sillón con la corbata. Además del hormigueo en la cintura y el calor que siempre me provoca tu presencia, experimento una mezcla de sensaciones, de las cuales sólo identifico el temor. El ambiente se llena con algo más que el humo de tu cigarro.
─ Tengo miedo. Te digo mientras me estremezco.
─ Confía en mí. Respondes cerca de mi boca y capturas con un beso el temblor de mis labios.
─ Es que…yo no vine aquí por esto.
─ No te preocupes, no te va a pasar nada, yo te voy a cuidar.
Confío y creo. Me dejo convencer por tu s ojos, tus besos, tus palabras. Ya no estoy asustada.
La puerta se abre sin aviso. Entra tu secretaria. La saludas con un beso diciéndole que la esperabas. Ella ni siquiera se toma la molestia de verme. Mi confusión crece mientras la observo sentarse en el sillón de visitas a mi lado. Te acercas y permaneces de pie frente a ella. Desabrochas tu pantalón y…Grito sin que se escuche mi voz. Intento desatarme sin éxito. Derrotada, cierro los ojos para tratar de ignorar lo que pasa. Pero sonidos y aromas familiares inquietan mi imaginación con recuerdos de sabores agridulces.
Luego de lo que parece interminable, siento tus manos que me rozan. Tus caricias confortan. Lánguida, abro los ojos para descubrir que no eres tú quien me toca. Contemplo horrorizada docenas de gusanos, cucarachas, alimañas, saliendo de la computadora, avanzando desde tu escritorio hacia mí. Algunos ya están encima de mi cuerpo, invadiendo, ensuciando, acariciando. Tú sigues ahí, con ella. ¿Estaré muerta? ¿Soy un fantasma? ¿Los muertos sienten celos, angustia, odio? No. No estoy muerta. Mi cuerpo sufre la tortura, el asco. ¿Por qué no obedece a mi cerebro? ¿Por qué no puedo escapar?
Insisto una vez más. Te llamo por tu apodo –el que sólo tú y yo conocemos- Al fin, mi grito se escucha. Tú lo ignoras. Ella levanta la cara. Me lanza una sonrisa burlona haciendo una mueca de triunfo. Y con los labios mojados y despintados dice: ¿Qué se te ofrece? Vuelvo a gritar: ¡Déjame ir¡ Con desgano, giras la cabeza hacia mí -noto que tienes la cara y el cuello enrojecidos- Tu mirada parece una pared de acero. Contestas: No es mi problema.
En ese momento, las alimañas, que ya son cientos, comienzan a repetir una especie de oración mientras caminan sobre mí dejando rastros pegajosos: “No es mi problema, no es mi problema” Todas tienen tu voz. Algunas, los ojos iguales a los tuyos. Tus ojos y tu voz en los cuerpos de esos animales. Una infinita tristeza se apodera de mí. Ya no intento nada. Ya no tengo deseos de luchar. Ahora sí estoy muerta o al menos he perdido las ganas de vivir. Algunos gusanos me miran fijamente desde el escritorio con ojos burlones.
Suaves golpes en la puerta me sobresaltan. Hija se te hace tarde. Ya levántate. Aún medio dormida me dirijo a la regadera. Siempre me acuerdo de ti cuando me baño. Esta mañana tengo razones de más para hacerlo. Debo hablar contigo. Llegaré temprano al trabajo. Subiré el piso que nos separa y te lo diré. Te hablaré de los anónimos en mi correo. Te contaré de las llamadas. Te daré la oportunidad de hablarme con la verdad.
Llego hasta la recepción. Tu secretaria responde a mi saludo con actitud altanera
─ ¿Qué se te ofrece?
─ Hablar con el licenciado
Me anuncia y en unos minutos apareces en la puerta con tu traje impecable y mi corbata favorita. Te veo y se ilumina mi mundo. Me saludas como a cualquiera del edificio -para disimular, según dices- La duda me ahoga de nuevo ¿De quién ocultas lo nuestro?
En tu privado te cuento del sueño, de las llamadas, los correos y mis miedos. Me tranquilizas: Son chismes de gente envidiosa. Confía en mí. Yo te voy a cuidar, no permitiré que nadie te haga daño. Me convences con tus besos salpicados de mentiras.
Salgo de la oficina con el aroma de tu loción en las manos y tus palabras en la mente. Noto que olvidé abrochar un botón de mi blusa. Me siento tan sucia como en el sueño.

Lupita Pérez

Ma. Guadalupe Pérez Cerda. Nació en San Luis Potosí, S.L.P. Lic. en Administración, por la U.A.N.L., Master en Gestión Pública, por la UANL, Master en Recursos Humanos, por la U.A.N.L. Catedrática en FACPYA, U.A.N.L. Con vocación tardía o recuperada, a partir del 2000 ha participado en diversos talleres literarios de la Casa de la Cultura de Monterrey. Integrante del Taller Barrio Antiguo desde sus inicios. Coautora del libro de cuentos del TBA “Confesiones Inauditas”. Ha publicado en algunas revistas como Papeles de la Mancuspia y Entorno Universitario.

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