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MES DE LOS MUERTOS
J. R. M. Ávila

Para descansar con tranquilidad, ningún lugar mejor que un panteón. No necesitas morirte para comprobarlo. Basta con que vengas y camines sin descanso, recorriéndolo de cabo a rabo. Los ruidos se quedan allá afuera, mueren al topar con las bardas. No es que me divierta, pero descanso cuando camino por un panteón. No importa cuál, el que sea es bueno. Tanto si es para ricos como para pobres.

Aunque, la verdad, desconfío de los panteones nuevos, esos que parecen condominios subterráneos. Pobladísimos por abajo y desiertos por arriba. Ni señas de santos o vírgenes. Y de repente caminas y vas pisando encima de los muertos sin darte cuenta. Son panteones que parecen más bien jardines. Si acaso una losa en el suelo con nombres y tiempos que nos son ajenos. Como si, tendidos sobre la losa, también estuvieran muertos.

Los nombres tienen su parte de culpa de que me guste recorrer panteones. De pronto me detengo ante un nombre raro. Y me pongo a decirlo una y otra vez, hasta que de tanto repetirlo parece que lo he resucitado. Luego, cuando regreso días después, casi saludo al dueño del nombre, como a viejo conocido. Nada más me detiene pensar que alguien podría escucharme y pensar: ¿Y éste, está loco o anda tomado? Eso sin contar que de repente el muerto me regrese el saludo.

Por eso mejor me callo, hasta que encuentro otra rareza de nombre y ahí estoy, frente a su tumba, hasta revivirlo. El muerto no se ha de quejar porque su nombre ha de vivir mientras no me lo lleve a la tumba. Hay quienes me tachan de profanador de tumbas y yo me río. Otros me preguntan si no les tengo miedo a los muertos o por qué no respeto su muerte. Yo les digo que más miedo siento a tanto loco que anda vivo allá afuera. Los otros, los difuntos, ya están más allá del bien y el mal. No son capaces de mover un hueso contra nadie.

Me preguntan también si no le tengo miedo a mi propia muerte. Me río y les digo que nada temo porque cuando muera yo ya no voy a estar ahí. No sé a dónde iré a parar, si al cielo, al infierno o a algún otro espacio inventado. Mientras no tenga boleto en la mano, me permito la duda. Al fin, qué es la muerte, si no un premio por aguantar tanta batalla. Porque la vida es eso, nomás batalla tras batalla que, lo peor de todo, casi siempre pierde uno. No hay día que se tenga un respiro. La verdad, yo no nací para esta vida. Soy hombre de paz y la vida no me la da. Por eso la busco en los panteones.

Los difuntos ya cumplieron, ya pagaron lo que tenían que pagar en esta vida y no creo que les queden ganas de regresar a reclamarnos lo que hacemos o decimos de cuanto ellos dejaron aquí. Nada más lejos de ellos que volverse a aparecer. Al menos yo no regresaría a dar lástimas o a pasar corajes.

¿Me hablan a mí de respeto a los muertos? No hay en el mundo alguien más respetuoso de los muertos que yo. El único respeto que la gente tiene por sus muertos es el acto de enterrarlos. Falta de respeto es que venga a pasar las tardes de domingo encaramada en las lápidas y comiendo descaradamente, usándolas como mesas, como si estuviera en día de campo. Falta de respeto para los muertos son las bardas del panteón llenas de anuncios. Y algunos tan ofensivos como aquél de "dile no a las drogas y sí a la vida". ¡En la barda de un panteón! O las pintas de las bandas marcando su territorio, aquí donde ni los dueños de los lotes tienen asegurada su posesión. O las pintas de frases poéticas que los muertos ya no pueden leer, no sé si para bien o para mal.

Y ni se diga cuando llega noviembre, dizque mes de los muertos y que más parece de los vivos que hacen su agosto vendiendo flores, calaveras, ramos, chucherías. Para quitarse el remordimiento de no haberlos tratado bien en vida, la gente adorna las tumbas y esos adornos se vuelven basura que luego nadie se ocupa de recoger. Luego se va la gente y no se acuerda de sus muertos sino cuando los mercaderes vuelven a promover el mes de los muertos el siguiente año.

Mes de los muertos. Si así fuera, debían cerrar los panteones y dejar que los muertos descansaran en paz, por ese mes cuando menos. Pero no. El tráfico se redobla, los panteones se engentan, los periódicos se llenan de escritos y versos riéndose de la muerte. ¿Me hablan a mí de respeto por los muertos?

Por fortuna, no tengo a nadie que venga a importunarme cuando muera. Además, no me preocupa mi entierro. Estoy seguro que me van a sepultar. Y no por humanidad, sino por miedo a que les apeste el mundo. No van a batallar mucho. De tanto que ando en los panteones, moriré en alguno de ellos. Pensar en eso me hace muy feliz.

 

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