MARIPOSA DE VITRUVIO
J. R. M. Ávila
Cada que veo el Hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci recuerdo la época en que me entró la fiebre por coleccionar mariposas. Debe haber sido allá por quinto año de primaria cuando me aficioné a las ciencias naturales gracias a un libro que detallaba cómo construir un terrario, cómo descarnar los restos de un animal en un hormiguero para aprovechar el esqueleto, cómo coleccionar mariposas, entre otros temas.
Ni el descarne de animales ni la construcción del terrario me quitaron el sueño. Fue más bien el crimen que cometí disecando aquella mariposa lo que me echó a perder las vacaciones de un verano. Al principio las perseguía con cuidado de no lastimarlas pero terminaban escapándose de mí, no había manera de atrapar una sola. Y cuando menos confianza tenía en lograrlo, asedié a una de ellas de manera que no necesité red para atraparla: simplemente la perseguí adentro de la casa, la cansé y no tuvo más remedio que dejarse atrapar.
Quedó exhausta en medio de la cocina y me limité a recogerla evitando maltratar sus alas. Robé dos alfileres del costurero de mi mamá y releí la página que se refería a la conservación de las mariposas. Cuando estuve seguro de lo que debía hacer, la suspendí con alfileres. Se veía hermosa disecada y me quedé la tarde entera contemplándola. Ahí empecé a entender el significado de la muerte aunque traté de no darle importancia.
Pero esa noche la soñé. Venía volando hacia mí y se posaba en mí, abriendo y cerrando las alas lentas, sus patas se afianzaban en mi nariz pero nada podía hacer para defenderme porque yo estaba extendido como el Hombre de Vitruvio fijo con un gran alfiler en cada pie y en cada mano. Por más que forcejeaba, era imposible zafarme.
Desperté gritando a media noche y todos se levantaron para ver qué tenía. Me encontraron estrujándome las manos. Preguntaron qué sucedía. Les dije que había tenido una pesadilla pero no se las conté. Para asombro de todos, fui hasta donde estaba clavada la mariposa para liberarla pero no encontré su cadáver. Pregunté por su paradero, nadie supo y volvimos a dormir.
El día siguiente, cuando la vi en manos de Fernando, nada dije. Era preferible que la tuviera él y sacara mejor calificación que yo, para no volver a tener aquella pesadilla. Sin embargo, aquello fue recurrente y cada que la soñaba despertaba a los demás. Con el tiempo se acostumbraron y dejaron de atenderme y, por fortuna, poco a poco dejé de soñarla.
Ahora sueño a la mariposa pero ya no es una pesadilla. Se desprende su vuelo de una piedra, ella misma es piedra que se desgaja de la piedra y se impulsa en vuelo contra toda ley.
Despierto feliz como si fuera el Hombre de Vitruvio.
Pero sin alfileres.
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