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DESPUÉS DEL RECUERDO
Ileana Cepeda

La toma suavemente con sus manos de hombre que conoce el mundo y le dice “vamos a comernos al mundo”, mientras abren sus piernas al compás de su hambre y tragan la tierra de un bocado. Juntos recorrían las calles del centro mirando las casas y adivinando historias de vidas pasadas. Se detenían de cuando en vez en alguna, y adivinaban los nombres y oficios de los que ahí habitaban. Me tocó el turno un día. Se colocaron el par de amantes frente a mi casa y ella con su cara blanca y sus cabellos castaños dijo –Esta es la casa de una mujer, de una mujer mayor que nunca tuvo hijos. Vivió sola y con miedo de ser feliz.

Yo temblaba de la emoción al escucharla, parecía como si ella estuviera mirando la palma de mi mano abierta frente a sus ojos. Al escucharla observaba las imágenes de mi pasado narradas de manera exquisita por esa mujer. Parecía que mi vida pasara frente a sus ojos y la dibujara con sus palabras; incluso los tonos de su voz reflejaban cada estado de ánimo que pasé en los episodios que narraba. Entonces vi sus ojos voltear hacia mi ventana mientras decía: -Mira aquella esquina; ese rincón guardaba un secreto- se calló un momento, como queriendo escuchar, descubrir cuál era ese secreto; continuó hablando, esta vez cautelosa, diciendo “tal vez ella, en esa ventana, se sentaba a esperar verlo pasar”.

Pude verme entonces otra vez sentada frente a la ventana cuando lo esperaba, sabiendo que tal vez no sería muy apuesto pero lo reconocería al pasar, al oler su perfume. Al igual que olí tu perfume aquel día en que tu aroma me impulsó a salir corriendo en camisón, y me detuvo la prudencia antes de llegar a la calle y hacerte regresar con un grito. Sólo vi tu espalda y olí tu perfume, y con eso me bastó para dedicar el tiempo en adornarte e imaginarte. Como quien espera que llegué una cita, cada día me disponía a arreglarme, correr tras la ventana y esperar que volvieras a pasar. En un principio te esperaba alrededor de la misma hora en que habías pasado antes, pero poco a poco comencé a llegar más temprano y a marcharme a dormir más tarde, hasta que terminé por desayunar, comer, cenar y dormir junto a tu recuerdo.

Cada día, cada año, desfilaban hombres apuestos, elegantes, inteligentes pero no eran tú; sólo yo sabría reconocerte en esa idealización que había construido de ti. Ellos no tenían tu espalda, tu cabello, tu perfume. Y jamás lo entendieron; ninguno de ellos se interesó por quien les veía tras la ventana. ¿Qué mal me había invadido que ni a la fuerza me podían arrancar de mi ventana, y siempre, a cada momento, regresaba a ti, regresaba a oler tu recuerdo, la huella que dejaste en mis ojos que ahora forman los polvos de mi cuerpo?

Y mira dónde vuelvo a verte. Parado frente a mi ventana, con el cabello de plata y la vitalidad que a mí se me ha escapado, del brazo de otra mujer. Escuchando cómo ella construye mi vida en susurros, que tú acompañas con caricias en su rostro. La cara pálida de tu amorosa mujer voltea, te observa y dice –eras tú, a ti eras a quien ella esperaba cada día, y ahora estás aquí conmigo frente a su ventana. Tengo al hombre ideal de otra mujer a mi lado- ella desencajó su cara fresca y observó como él la jalaba del brazo mientras le decía –Vámonos tontita. Ya fue mucho de historias, se hace tarde.

 

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