
























|
EL EQUILIBRIO DE DIOS
Miguel Ángel Velasco Lazcano
Alguna vez mi psicólogo le dijo a mi padre: “No debe tomarlas”, refiriéndose a unas pastillas beta –controladoras de las endorfinas que me recetó el psiquiatra al que mi madre me llevaba a visitar diciendo: “Para que jueguen”; seguro era un juego llamado: Tú haces como que complaces a tu mamá, y yo cobro.
En realidad me daba lo mismo: choro, pastillas o las oraciones de mi mamá pidiendo por mí, lo único que deseaba era ser un gran jugador de futbol que anotaba goles todos los domingos con los Pumas y no asistía más a la escuela a perder el tiempo con las matemáticas, el civismo y el español disléxico que me querían enseñar cuando yo miraba todo maravillosamente al revés.
Jamás logré controlar el balón, y mi estilo al correr es más bien efectivo en los bares donde se arma la gresca cuando el exceso de alcohol causa efecto en los novios celosos de las novias fisgonas. Sin dones pero con muchas ganas, me resigné a entender que como fan de bajo perfil podría vivir queriendo a los Pumas como los quiero porque: ¡Cómo no te voy a querer! Sin muchas ganas de encontrarle otra virtud a la vida, me decidí -presionado- a seguir en el colegio y mi mamá pensó entonces: “Milagro, este niño está curado”. Luego ella me permitió entrar en el coro del colegio donde entonces, y sólo entonces, descubrí que un mal jugador de futbol podía ser un apasionado en otras canchas.
Canciones de la Revolución, un set de Manzanero y el Himno Nacional fueron mi entrada a un mundo donde las notas volaban agitadas por el enigma de encontrar las virtudes de uno. Así fue necesario enseñarme otras cosas pues, ¿cómo el solista se pararía al frente con su suéter decolorado, la camisa sin fajar y el peinado sin raya? Eso fue hace tanto, que si quiero recordarlo debo sacar el tocadiscos para reproducir los LPs de 44 revoluciones que grabábamos.
Así, las tachas permitidas por mi madre, los choros freudianos de mi papá y los rezos se hicieron felicitaciones, aplausos y videos en arcaico beta que hoy miro pensando: caray, con qué poco se conformaban esos padres emocionados. Lo cierto es que mirándome levantar la boca, espalda recta y nalga sacada, mis días en el colegio fueron muy felices en el coro hasta que sin más me echaron de la escuela por nada o por algo que no sé en el tercer año de primaria. Seguro estaba muy dopado para recordarlo (pero le pueden preguntar a mi madre).
Ahí comenzó un desfile de escuelas donde no había coros, ni canchas de futbol ni mucho menos amistades que si bien son ambivalentes, mi trabajo me había costado construir desde el kinder. Entonces vino el placer por los azucarados carbohidratos y esconderse en los baños para comerlos. Vino el desfile de adultos platicando con un disléxico infante que podía oír lo que decían, pero jamás entenderlo pues en su cabeza dibujaba coches más tuneados que los de cualquier película gringa.
Por suerte la practicidad perene de mi madre a veces trajo extraordinarias cosas a mi vida, un de ellas en una navidad donde olvidó que los niños generalmente esperan recibir un obsequio. Así que para no hacer notar el olvido, fue a una larga compra de cigarros de la que volvió dos horas después con unos grandes cerillos escondidos bajo el abrigo.
Quiero pensar que mis suposiciones serían injustas y que conociéndome atinó a darme un pequeño teclado Casio, una cosa que al abrir tenía botones de colores que no pudieron funcionar pues no tenía ni pilas ni cable de corriente, hasta que fuimos al día siguiente al Sanborn's donde compró sus cigarros, a recoger el cable olvidado.
Esa tarde mi casa era un mundo de ruido con gente recalentándose el hígado, y yo un tísico apretando colorados botones que hacían magia: ritmos, arpegios, etcétera, algo que a la fecha se volvió un placer de Korg y Roland que me ha traído algunos issues con los vecinos aburridos que se van a la cama apenas a la media noche y yo comienzo a inspirarme.
Cuando uno encuentra algo que lo lleva poderosamente a repetirlo, no debería negarlo, pues inevitablemente en algún momento se arrepentirá. En mi caso las teclas se aprietan descubriendo las armonías, y si bien mis amigos neófitos en el mundo de la música llegan a decir que lo hago bien, los conocedores me dicen: “Eres muy bueno en el Pro Tools”.
Llámese como le digan: destino, designio, oráculo o cosa de Dios, yo creo que sí existe algo muy poderoso que nos permite tener un equilibrio, eso que pasa en las películas donde alguien no se sube a un avión porque se estrellará en medio de la selva, algo que sucede todos los días, todo el tiempo y no es tan complejo como la trama de una película palomera. Eso que permite la luz y la obscuridad, que permite la injusticia para conocer a los luchadores, lo que permite a los jubilados una emoción tardía de asilo, lo que permite a los carteros dejar a tiempo una carta y lo que mágicamente hace al ser humano estar en conflicto para conocerse, para descubrir sus bondades y su maldad para revelarse cuando es necesario.
A veces buscamos respuestas en aplicativos o en intensas jornadas de reflexión, cuando éstas se hallan en la punta de la nariz señalando hacia adelante o debajo de la sábana, ahí donde extraños fueron cómplices, donde si se asoman por debajo de la cama encontrarán a un par de niños aferrados a sus temores que evitan enfrentar para hacerse adultos, un par de humanos que saben entender que como fueron, serán, y como desean ser les traerá siempre frustrantes problemas que terminarán de vuelta a las tachas permitidas, a los choros freudianos y a los rezos solitarios que Dios no escucha cuando se hacen en domingo, porque lo domingos de diciembre no abren ni el cielo.
Para compartir, enviar o imprimir este texto,pulse alguno de los siguientes iconos:
¿Desea dar su opinión?
|



|