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De Atlántida

Lucen del Ocaso los pálidos cobres
y del mar que duerme, los blancos estaños,
y van derramando perfumes salobres
las olas que cantan con tonos extraños.

De pronto, el mar glauco se ve cristalino,
las sombras palpitan de luz salpicadas
y el alba triunfante de un sol submarino
derrama sus luces en aúreas cascadas.

Cual pasa en los claros cielos estivales
la nébula errante de un claro de luna,
pasa estremeciendo los verdes cristales
un delfín de plata con su aleta bruna.

En el fondo tiemblan esbeltas arcadas
de ópalos brillantes y ágatas obscuras.
¿Es que, obedeciendo la voz de las hadas,
Atlántida tiende sus arquitecturas?

Silenciosa surge del regio palacio,
como iluminada por luces astrales,
La Nereida rubia de ojos de topacio
y frente ceñida de rojos corales.

Y tras ella nada, jadeante y bronco,
a grandes brazadas, el tritón fornido,
el que airado sopla su caracol ronco
y en las tempestades lanza su alarido.

Aparece luego como Anadyomena,
la de voz que arrulla como dulce flauta,
la fascinadora y ardiente sirena,
la que entre sus brazos adormece al nauta.

En alga marina su frente corona,
su vientre escamado fulgura y radía;
parece una heroica, gentil amazona
que viste armadura de oro y pedrería.

Y pasa nadando silenciosa y rauda,
tendiendo en las ondas sus brazos amantes,
mientras que los golpes de su verde cauda
dejan una estela de claros diamantes.

¡Mísero del nauta que surque esos mares!
la onda está quieta; la noche serena;
los astros esplenden y dulces cantares
modula la brisa . . . Pero la sirena,

al mirar la quilla del bajel errante
que el espejo terso de la mar desflora,
lanzará en la noche su canción amante
y el arrullo dulce de su voz traidora.
*****     *****     *****
 Onix

Torvo fraile del templo solitario
que al fulgor de nocturno lampadario
o a la pálida luz de las auroras
desgranas de tus culpas el rosario...
¡Yo quisiera llorar como tú lloras!

Porque la fe en mi pecho solitario
se extinguió como el turbio lampadario
entre la roja luz de las auroras,
y mi vida es un fúnebre rosario
más triste que las lágrimas que lloras.

Casto amador de pálida hermosura
o torpe amante de sensual impura
que vas, novio feliz o esclavo ciego,
llena el alma de amor o de amargura
¡Yo quisiera abrasarme con tu fuego!

Porque no me seduce la hermosura,
ni el casto amor ni la pasión impura;
porque en mi corazón dormido y ciego,
ha pasado un gran soplo de amargura.
que también pudo ser lluvia de fuego.

¡Oh, guerrero de lírica memoria
que al asir el laurel de la victoria,   
caíste en tierra con el pecho abierto
para vivir la vida de la gloria . .
¡Yo quisiera morir como tú has muerto!

Porque al templo sin luz de mi memoria,
sus escudos triunfales la victoria
no ha llegado a colgar, porque no ha abierto
el relámpago de oro de la gloria
mi corazón oscurecido y muerto.

Fraile, amante, guerrero, yo quisiera
saber qué oscuro advenimiento espera
el anhelo infinito de mi alma
si de mi vida en la tediosa calma
no hay un dios, ni un amor, ni una bandera.

Las prostitutas

Las prostitutas
Ángeles de la Guarda
de las tímidas vírgenes;
ellas detienen la embestida
de los demonios y sobre el burdel
se levantan las casas de cristal
donde sueñan las niñas.
*****     *****     *****
El gallo habanero

En el matinal gallinero
con el rendimiento caballero,
en torno a su hembra enreda
el arabesco de su rueda
sin cesar el gallo habanero;

cual blanco albornoz el plumón
envuelve su fiero ademán;
¡por su cresta-fez bermellón
y el alfanje de su espolón,
el gallo es un breve sultán!

Junto a la gallina coqueta,
de pronto su blanca silueta
fija en soberbia rigidez,
como el gallo de la veleta
o el caballo del ajedrez.

Echando atrás el cuello empina;
¡y en enfático frenesí,
rasga la matinal neblina,
sobre el jardín que ilumina
con su agudo kikirikí!
*****     *****     *****
SONETO WATTEAU

Manón, la ebúrnea frente,
la de cabello empolvado
y vestidura crujiente,
¡tus ojos me han cautivado!

Eco de mi amor ardiente,
el clavicordio ha cantado
la serenata doliente
y el rondel enamorado.

¡Ven! el amor que aletea
lanza su flecha dorada
y en el mar que azul ondea,

surge ya la empavesada
galera flordelisada
¡que conduce a la Citerea!
*****     *****     *****

José Juan Tablada (Ciudad de México, México 3 de abril de 1871 - Nueva York, Estados Unidos, 2 de agosto de 1945). Fue un poeta, periodista y diplomático mexicano. Estudió en el Colegio Militar en el Castillo de Chapultepec. Continuó sus estudios en la Escuela Nacional de Preparatoria, donde aprendió pintura, la cual fue una de sus aficiones. Trabajó como empleado administrativo de los ferrocarriles, y conoció de niño al poeta ciego Manuel M. Flores. En sus escritos hizo uso indiscriminado de metáforas, como luego lo harían los ultraístas. Además escribió caligramas al mismo tiempo que Guillaume Apollinaire. Estudió el arte hispanoamericano, el precolombino y el arte contemporáneo. Influyó y apoyó a artistas como Ramón López Velarde, José Clemente Orozco y Diego Rivera entre otros. Tablada también es reconocido como el iniciador de la poesía moderna mexicana, y se le atribuye la introducción del haikú en la literatura hispana. El compositor Edgar Varèse escribió en 1921 una cantata, “Offrandes”, con un poema de Tablada y otro de Vicente Huidobro.

 

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