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LOS INTELECTUALES
PUEDEN SER LA DIFERENCIA

(ENTREVISTA A SÓCRATES RIZZO)
Luis Lauro Garza

plaPara como están de alicaídas las campañas, ¿cuál crees que será el grado de abstencionismo en Nuevo León?
Normalmente la abstención es mayor en las  elecciones que se realizan a  la mitad del período presidencial. Pero en esta ocasión la abstención podría ser aun mayor a nivel nacional, por un desencanto en la transición democrática del país que se agudiza por la sensación de riesgo de violencia en las calles y el temor de perder el empleo en cualquier momento. Quizás hasta los efectos sociales de la post-influenza porcina contribuirán en la misma dirección. 
En los estudios del Latinobarómetro se muestra que el porcentaje de encuestados que opinó estar “satisfecho” con la democracia en América Latina pasó del 41 % en 1997 a 31 % en el 2005. 
En nuestro estado la atención se centra en las elecciones del candidato a gobernador y de algunas alcaldías metropolitanas, más que en la elección del congreso federal. Las campañas se han centrado en propuestas concretas y actos de promoción efectistas, aunque empiezan a distinguirse esbozos de las narrativas  del PAN y del PRI. Mientras el primero podríamos catalogarlo como el discurso desde la autoridad (o el autoritarismo) centrado en orden y seguridad, el segundo se va orientando hacia un discurso de la pobreza y la equidad social. El primero subraya la perspectiva de la experiencia, el segundo se basa más en la energía juvenil para impulsar el cambio. La diferenciación discursiva de los candidatos podría incentivar a una mayor participación al enfrentarnos a elegir entre diferentes paradigmas.

¿Cuál es el porcentaje mínimo de votación con la que un sistema se puede considerar legítimamente democrático?
En la elección de Salinas predominaba la opinión de que era necesario que un candidato obtuviera un poco más del 50 % de la votación para que se considerara legítima la elección; en cambio, la elección de Fox fue legitimada con mucho menos del 50 % de la votación. La diferencia proviene de un sistema electoral con credibilidad, como era el que teníamos en el 2000. La elección de Calderón, quien ganó con la intervención del estado a su favor,  disminuyó su credibilidad y legitimidad.
No hay una cifra mágica de votación para considerar como legitima una elección. Todo depende de la percepción de la gente sobre la limpieza y equidad de las campañas y de la contabilidad de los votos. En este sentido vale la pena considerar que la Encuesta de Cultura Política y Prácticas Ciudadanas de 2008 (ENCUP) se reporta que sólo el 16 % de los encuestados está convencido de la limpieza de las elecciones en México. Probablemente hemos retrocedido en los avances logrados en la elección del 2000.

¿Crees que exista una ciudadanía descontenta con el sistema político, pero que sea capaz de ir a la casilla de votación a anular su sufragio?
La ENCUP nos muestra cómo bajó el porcentaje de personas interesadas en la política, de 30 % de los encuestados en 2003, a sólo 20 % en el 2008. Así mismo reporta que sólo el 5 % opinaron estar muy satisfechos con la democracia, frente a 30 % que están muy insatisfechos. Esta misma encuesta reporta que en el 2008 sólo el 5 % de los encuestados está “muy interesado” en participar activamente en política.
La “Clase Política” es una porción muy reducida de la población y más aún cuando su poder se ha venido centralizando en cúpulas nacionales y locales. Por otro lado, el descontento de la población hacia los partidos políticos ha crecido: la ENCUP reporta que en el 2008 sólo el 4 % de la población encuestada manifestó tener confianza en los partidos políticos, frente al 36 % que expreso tener “nada” de confianza, aunque el 26 % de los encuestados  consideró que los partidos políticos son “muy” importantes para que el gobierno funcione.
Pero le he sacado la vuelta a tu pregunta, déjame ver si la entiendo: la opción que propones consiste en ir a votar, pero tachar todos los partidos para que la cifra de los anulados muestre el rechazo hacia el sistema actual de representación política y en particular de los partidos. Si fuera legalmente obligatorio el ir a votar, creo que esa opción de protesta es viable, pero en nuestro sistema, la protesta se expresaría en la abstención más que en la anulación, que en sí misma representa un buen indicador del descontento o desencanto. Además, los votos anulados normalmente se han considerado   manipulación electoral

Si en buena medida la reforma política fue concebida para elevar la participación ciudadana y alejarnos del escenario de la guerrilla, de la lucha armada, ¿qué sectores de la sociedad, o qué perfil de ciudadanos podrían canalizar este descontento contra la “partidocracia”?
El problema de la “partidocracia” se recrudece por la tendencia que se observa  hacia la centralización de las decisiones y los sistemas cerrados de selección interna de los candidatos. Todos los partidos atraviesan por una transición para la conformación de la “nueva clase política” que se va definiendo después de la alternancia del poder, los gobiernos divididos y yuxtapuestos, así como el reposicionamiento de los poderes fácticos. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia un nuevo equilibrio del sistema corporativista/clientelar? ¿Se dio un paso atrás en la transición democrática para prepararnos para dar después dos adelante? ¿Qué sentido tiene hablar de democracia si no hay empleos y la inseguridad está a la vuelta de la esquina? En el Lationobarómetro, ante la pregunta sobre lo que la gente considera como esencial en la democracia, el 26 % opinó que son las elecciones limpias y regulares, pero el 21 % consideró como más esencial la economía con ingreso digno, y el 13 % la libertad de expresión.
Como tú lo dices, la reforma política se puede entender como una válvula de escape a la olla de presión social que había tomado direcciones violentas. Para dar la opción de la lucha electoral en lugar de la guerrillera. Parecía que la alternancia era la culminación del sueño democrático, y surgió la esperanza de que con ello se empezarían a resolver nuestros problemas económicos y de corrupción. Pero nos hemos dado cuenta que no basta con cambiar el régimen político, sino que hay que cambiar el sistema y eso no es tarea fácil. ¿Quiénes darán los dos pasos adelante? Hace 20 años había le expectativa de la fuerza democratizadora de las ONG’s; hoy tenemos la presencia de los poderes fácticos, cuyos poderes monopólicos son protegidos por el gobierno. Pero hemos ganado en la libertad de expresión y parece que el debate de los intelectuales serios tiene la capacidad, puede hoy hacer la diferencia.

¿Cuál es la parte del engranaje político que ya no funciona, que habría que pensar en su sustitución o modificación?
Se ha discutido mucho sobre la “reforma del estado”, de las relaciones entre los poderes y entre éstos y la sociedad, pero poco se ha discutido de los intereses prácticos que le dan cohesión al sistema político actual. Yo insisto en la manera en que se han combinado los intereses corporativos con los del poder político, de los intereses monopólicos y sindicales con los gobiernos, creando lo que los historiadores empiezan a catalogar como un “crony capitalism”, en donde la ley que opera no es de la competencia, sino de “vertical political integration”, que son los compromisos entre la clase política y la clases económicas poderosas, avalados por los arreglos del sistema político corporativo.  Parecería repetirse, mutatis mutandis lo que Luis Medina decía, que del porfirismo a la post-revolución hubo un cambio de régimen pero se conservó el sistema político.

¿Cuál sería el mecanismo más adecuado para reconciliar a la ciudadanía apática, desencantada e inconforme con los procesos electorales y la lucha institucional en su conjunto?
Habría que preguntarse qué sigue después del desencanto ¿La depresión fatalista, o el coraje para cambiar? ¿Esperar que alguien haga el milagro mientras nosotros esperamos pacientemente? ¿Qué surja un nuevo partido y líder iluminado que nos muestre el camino?
Yo creo que la apatía también se deriva de que las opciones no parecen verdaderas opciones. Que los discursos políticos parecen ubicados en un mundo que no es en el que hoy vivimos, en el que se cuestionan la manera de vivir y hacer política, en donde se pone en entredicho el papel del gobierno y de la sociedad y que se ha perdido la fe en la autorregulación de los mercados financieros. 
Por ejemplo, el Nuevo León que los electores vemos que es un estado en que el espíritu emprendedor ha perdido su ímpetu industrial de más de 100 años, porque su lugar lo ocupan los capitales extranjeros y el perfil de negocios se orienta a los servicios comerciales, en lugar de servicios de alta tecnología. Vemos un boom de casinos, cabarets, narcomenudeo y la subcultura del juego, el vicio, la violencia y el dinero fácil, que cobra fuerza frente a la cultura del trabajo, la productividad, el esfuerzo personal y el ahorro. Esto me lleva a recordar que este 17 de mayo se cumplirán 120 años del nacimiento de Don Alfonso Reyes y hoy está completamente en el olvido su Cartilla Moral. Parafraseando al regiomontano universal, diríamos que el estado de progreso material no tiene sentido humano si no tiene un significado y trascendencia moral traducido en un bien superior.

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