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NAVAJA DE OCCAM
LA ESTIRPE AUSENTE
DE LOS FILÓSOFOS

Abel Garza Martínez

plaFundar una familia en la que todos sus miembros se dediquen a la misma profesión no es fácil. Antaño, mantener la tradición familiar era una práctica usual. Las dinastías de abogados y médicos desafiaban al tiempo. Y aunque estoy a favor de la diversidad del núcleo familiar y la libre elección de oficio, reconozco que la estrategia de conjunto rinde buenos frutos. Una vocación reforzada.

Entre mis coetáneos hay brillantes estudiosos de la justicia: mi amigo Marco Valenzuela, hijo del homónimo exdirector de la Facultad de Derecho; así como mis alumnos Andrés y Alejandro Caro de la Fuente, o Humberto Cantú, hijo de catedráticos destacados. Sin duda el talento de cada cual fue catapultado por sus progenitores, sin restar mérito propio. Ellos son la continuación de un impulso. Quizá así lleguen más lejos como individuos y como equipo.

Empero una familia de filósofos es empresa inusual, por no decir inexistente. En Monterrey no ha surgido un linaje de pensadores sistemáticos que se pase la estafeta de generación en generación. Quizá lo más cercano a esa situación ideal –que en un momento dado pudiera tornarse opresiva– sería el caso de Raúl Rangel Frías y su dinámica hija Alejandra Rangel Hinojosa.

Existen pocos filósofos hijos de filósofos. En ese selecto y reducido grupo encontramos al inquieto Ángel Sánchez Borges, hijo del exdirector de la Facultad de Filosofía; sin embargo el junior se concentró más en el arte y en el periodismo cultural. Brilla también como joven promesa Ugarit Hamar Guajardo Chávez, miembro del Instituto para el estudio del pensamiento complejo.

Caso especial el de la maestra Nora María Berumen de los Santos, cuyo padre, ingeniero de profesión, decidió estudiar Filosofía a la par que ella. Mención aparte merece el esforzado estudioso Tirso Medellín Barquín, como hijo putativo de Severo Iglesias. Y es que se nos olvida que el tutelaje académico, a modo de adopción, es uno de los medios más eficaces para garantizar la continuidad del pensamiento, es decir, crear escuela y aprovechar la experiencia de quienes nos precedieron.

Parafraseando a Hegel diríamos que se aprende a pensar con cabeza ajena (tesis clásica del pensamiento autoritario) para después pensar por cuenta propia. Tiene razón Vattimo cuando señala que a los filósofos latinos nos falta rigor en el hábito de dividir nuestra carrera en dos etapas: la primera como inversión en el trabajo historiográfico y la segunda –reservada a los años de madurez–  como construcción de una posición propia. El genio filosófico, en definitiva, es el fruto de una larga paciencia.

Pero regresemos a la candente cuestión de por qué no existen los clanes filosóficos. Me atrevo a adelantar que las más de las veces el pensador apuesta a la genuina labor filosófica de enseñar y escribir –la transmisión del saber– como vía natural de trascender, antes que a la paternidad biológica. Lamento decir que la concepción espiritual está sobrevaluada, pero de ella depende la buena marcha de la cultura.

Schopenhauer ya había señalado que tener descendencia era una manera vulgar de trascender. Él detectó la afinidad entre el genio, el artista y el santo, quienes voluntariamente aceptaban que su estirpe se extinguiera en ellos. Todo para reconcentrar sus fuerzas en el perfeccionamiento de su personalidad y en el logro de sus metas. En este punto por lo menos coincide con su archirival Hegel, quien enunció lapidariamente que el nacimiento de los hijos es la muerte de los padres, según las leyes inexorables de la dialéctica.

Y a la postre encontraremos todo un florilegio disperso de hombres renuentes a engendrar. Cioran confesará haber cometido todos los crímenes, salvo el de ser padre. Ya antes nuestro Calderón de la Barca habrá hecho pronunciar a Segismundo la sentencia áurea: pues el delito mayor del hombre es haber nacido.

Incluso en un cuento fantástico Borges desliza una frase perturbadora: Copulation and mirrors are abominable. Completa la cita, para rectificar, con un texto apócrifo referido por Bioy Casares a una misteriosa enciclopedia: Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan.

¡Qué lejos llegaría una familia de filósofos! Pero casi siempre gana el ego y el personaje en cuestión termina por imitar a Antonin Artaud cuando exclamaba en el paroxismo de la locura y la lucidez que él mismo era su propio padre y su propio hijo. Y es que ¿Quién quiere recordar sus oscuros orígenes? Inter faeces et urinam nascimur.

A veces se espera demasiado de los hijos, y eso constituye una losa muy pesada. Ante todo proyecta una sombra nefasta y una comparación que puede conducir a la competencia insana. Pero no todo el panorama es negro: suena la voz esperanzada del poeta Miguel Hernández invocando a su futuro hijo con el bellísimo epíteto de Porvenir de mis huesos.

Resulta sintomático que sea una filósofa experta en política quien venga a poner moción de orden en estas elucubraciones demográficas, o de planificación familiar (sin importar que todo se reduzca a mero instinto). Hannah Arendt acuña el concepto de “natalidad” como una manera de renovar el pacto de la sociedad. Cada nacimiento garantiza la perpetuación de ésta, alienta la esperanza de reconciliar al ser humano con el mundo. Los demás coadyuvaremos a que ese nuevo individuo desarrolle todo su potencial y llegue más lejos que nosotros.

La carrera de los genes continúa y muchos filósofos contemplan, en castidad, dubitativos el reordenamiento del mundo, o su resquebrajamiento. Nietzsche profetizó la hegemonía del nihilismo durante estos doscientos años, es decir la crisis de valores que se presenta cuando los viejos dioses se retiran y los dioses nuevos aún no llegan. Los múltiples hijos dispersos de Nietzsche no se apellidan Nietzsche.

luzbelfenix@hotmail.com

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