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SOLOS*
Rafael Segovia

pltkNos vamos quedando solos. A los países latinoamericanos, con los que contábamos tanto, los hemos dejado de lado, dígase lo que se diga, con pretextos baladíes, por motivos difíciles de aceptar.

Una vez ha sido porque han dejado de volar los aviones cubanos o peruanos, otra porque los chinos han encerrado en un hotel de segunda, sin razón, a unos mexicanos y así otras tantas veces. No cabe alegar razones molestas, pero que no pasan de ahí.

Nos sentimos ofendidos, vejados, humillados, por no haber sido avisados de antemano. Las medidas tomadas no eran insultantes, eran precauciones exageradas como las hubiéramos tomado nosotros en las mismas circunstancias.

Llegará un momento en que por una razón u otra necesitemos el voto de uno o varios de esos países, ya sea en la OEA, en la ONU, o en cualquiera de esas organizaciones internacionales, aunque no nos sean demasiado útiles y nos encontremos con la respuesta inesperada: somos el país apestado, poco solidario, aislado, o sea, todo lo contrario de cuanto hemos sido hasta ahora.

México fue quien protestó por la invasión de Austria, por la de Etiopía, por la sublevación de los generales españoles y fue la nación que estaba al lado de los humillados y de los vejados, estaba con quienes no tenían cómo defenderse.

Hay un punto de razón de todos modos. Con Argentina hemos sido más cuidadosos que con los peruanos: razones hay para ello. Argentina ha sido un modelo de cultura, de educación, de vida urbana, han sido más europeos –en el buen sentido de la palabra– que los europeos, sus editoriales siguen alimentando en parte nuestras librerías y sus jugadores figurando en nuestros equipos y en los de todo el mundo. Queramos que no, los necesitamos, aunque difiramos de ellos con frecuencia. Nos pongamos como nos pongamos la Argentina no es Haití, con perdón de este último, al que tampoco debemos mirar por encima del hombro.

Se tiene un sentimiento de aislamiento, de vivir al margen de las otras naciones que siempre han estado ahí, con las que siempre nos hemos entendido. Las relaciones nunca han sido sencillas porque no pueden serlo. Somos países pobres comparados con Estados Unidos o con la Unión Europea, con el más pobre de ellos, sobre todo después de lo sucedido, de lo cual no sabemos cuándo vamos a recuperarnos. Por lo pronto no queda sino sujetarnos los codos mutuamente y no andar comparando nuestros pasados.

Resulta demasiado asombrosa la política del Presidente, aunque sus dichos no pueden ser los de un hombre de Estado, ni siquiera los de un hombre de la calle. Resulta que en una reunión con los empresarios –nunca con los sindicatos o con los trabajadores– éstos le propusieron que en vez de cobrar el IETU, este impuesto fuera transferido a los alimentos y a las medicinas, que dependería de encontrar un ambiente propicio en la próxima legislatura.

Y añadiendo un pensamiento de su cosecha, pero digno de Keynes, mientras más generales sean los impuestos es mejor. No importa que a un empresario le cueste un bolillo lo mismo que a un trabajador, no importa que la comida suba en proporciones escandalosas para el mundo del trabajo: el Presidente de acuerdo con sus preocupaciones tiene que llenar las arcas.

No va a ser tan sencillo como supone. Está más solo que nunca, no le quedan más que los miembros de su gabinete y de éstos, sólo el de Salud. Los demás, todos no hacen uno. Por consiguiente, solo y con un crédito restringido, él mismo se pregunta cómo van a salir las próximas elecciones, cómo va a responder la próxima legislatura.

Sabemos que la población está harta de su falta de presencia y de carácter; se ha visto que el PAN no es un partido de gobierno.

El Gobierno se deshace, no queda nadie para encarar las responsabilidades. Ante unas acusaciones tremendas, un antiguo Presidente declara a su antecesor privado del uso de la razón, único argumento del que puede echar mano, sin advertir la magnitud de la acusación. Lo que está en peligro es el sistema político mexicano, ya desahuciado por el conjunto de los habitantes de esta nación, donde no se encuentra más que a políticos dispuestos a defender el presente sólo a condición de que no se modifique un ápice. Han hecho de él el patio de Monipodio.

Nadie respeta a nadie, cada uno se sirve por su cuenta. Basta con ver cuáles son las reacciones ante la entrevista de Carmen Aristegui: un político no puede permanecer indiferente por ser él el acusado, sino por ser un político cualquiera, pues, tarde o temprano, él será el acusado. El olor desprendido por ese mundo es intolerable, sea quien sea la víctima.

Leer el libro de Carlos Ahumada da grima. Un hombre que ha vivido de su trabajo, no puede asumir los argumentos ofrecidos por ese individuo. Aceptar con toda la tranquilidad del mundo los años que su hermano pasó en la cárcel, sin dar ni un asomo de explicación de por qué estuvo condenado, no se puede admitir. Todo cuanto nos explica huele a podrido. Puede que él se regocije en tales olores.

* El Norte, 22 de mayo de 2009

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