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TRISTES TIGRES TAMILES*
Jean Meyer**

pltkDespués de un cuarto de siglo de lucha armada en Ceilán/Sri-Lanka, los Tigres para la Liberación de la Patria Tamil anunciaron la semana pasada que su combate llegaba a un “amargo final”, a saber, la derrota militar total: “Tenemos que hacer todo lo que podamos para detener la carnicería. Si ello significa silenciar nuestras armas y entrar en un proceso de paz, eso es algo a lo que ya hemos accedido”.
Después de una verdadera guerra entre dos ejércitos, ¿empezará una nueva etapa violenta con atentados y terrorismo o podrá la hermosa isla encontrar la paz? Sería prematuro pensar en lo segundo, si uno piensa que desde 1956 la violencia ha ido en aumento, con olas periódicas, hasta la culminación de los últimos 25 años bajo el estandarte de los Tigres Tamiles.
A primera vista el conflicto no deja de ser sorprendente, puesto que a la hora de la partición del Imperio Británico de las Indias no hubo violencia en Ceilán, a diferencia del parto sangriento de Paquistán e India, con cientos de miles de muertos y más de 10 millones de personas desplazadas, y una herencia de antagonismo que dura hasta la fecha y opone dos potencias nucleares.
La independencia de Ceilán se logró sin combate, sin esfuerzo, sin un solo muerto. No hubo un gran movimiento nacionalista rencoroso y agresivo, ningún líder fue encarcelado, tampoco hubo mártires. La pacífica transferencia de soberanía, en 1947, consistió en dar el poder que ejercían funcionarios británicos conservadores y moderados a cingaleses conservadores y moderados, formados a la inglesa. En aquel entonces, la comunidad internacional expresó su profunda satisfacción frente a una independencia tan bien y tranquilamente lograda.
En 1956, los primeros enfrentamientos entre la minoría tamil y la mayoría cingalesa dejaron más de 100 muertos, poca cosa frente a las violencias ulteriores, más de 2 mil muertos en 1958, más aún en 1962 y así, de brote en brote, hasta la explosión final que duró 25 años y costó la vida a cientos de miles, desplazó multitudes empobrecidas, implicó gravemente a India y amenaza hoy la democracia, después de un proceso de militarización brutal como réplica a la no menos brutal militarización de los Tigres Tamiles. ¿Cómo entender la tragedia?
La gran isla, cingalesa (75% de la población) y tamil (15%) —ojo con las cifras, cada bando da las suyas y son explosivas—, conoció cierta tensión entre los grupos a lo largo de los siglos: se dice que la mitad de los tamiles de Ceilán son descendientes de trabajadores importados de India, en el siglo XIX, para trabajar en las plantaciones de té; por lo mismo, fueron clasificados como Indian Tamils, sin derecho a la ciudadanía, algo como extranjeros con permiso de permanencia y trabajo; India tampoco les otorgaba la ciudadanía puesto que habían dejado de ser residentes. Hay que decir que los tamiles se encuentran divididos en dos grupos, los del sureste de India y del norte de Ceilán.
El problema es que una tensión histórica de tipo comunitario se transformó, después de la independencia, en un enfrentamiento nacionalista de tipo moderno, cada vez más violento y agresivo. No se puede hablar de herencia colonial y echar la culpa a los ingleses. México vivió algo semejante a lo largo del siglo XIX, después de su independencia, y pagó un alto precio para construirse como nación mexicana. Es el proceso de formación del Estado moderno nacional que exacerba, hace mutar de manera virulenta los antiguos parroquianismos, etnicismos, comunitarismos, racismos.
Las antiguas tensiones se transforman en odios feroces a la hora de la creación de una ciudadanía nacional que pretende meter a todos los grupos en la horma del grupo mayoritario. A partir de 1956 el joven Estado lanzó una ofensiva implacable para imponer la cultura, lengua y religión —en este caso el budismo— a la numerosa minoría tamil que tiene su cultura, su lengua y religión hinduista. El Estado se apoyó sobre los numerosos monjes budistas cingaleses para realizar esa terrible revolución cultural, sin antecedentes en la isla.
El tiro salió por la culata si uno piensa que, en lugar de forjar la unidad nacional, esa ofensiva cultural desembocó finalmente en una verdadera guerra de secesión: los violentísimos Tigres Tamiles, a la hora de su mayor fuerza, obligaron al gobierno de Colombo a negociar pero no se contentaban con una gran autonomía, sino que exigían la independencia absoluta. Hoy su sueño parece esfumarse, pero la pesadilla no ha terminado, ni para los tamiles ni para los cingaleses.

* El Universal, 24 de mayo de 2009
** Profesor investigador del CIDE
jean.meyer@cide.edu

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