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967 9 Enero 2012

EN LAS NUBES
Aplaudir como reflejo
Carlos Ravelo Galindo

C
iudad de México.-
No cabe la menor duda de que todos, sin excepción, somos capaces de aplaudir hasta por los cincuenta mil  muertos en este régimen de castigo. Aplaudir al señor de Los Pinos simplemente cuando abre la boca y no dice algo que valga la pena.

Aplaudir cuando sus secretarios anuncian castigos para la población. Vaya aumentos en los precios de todo, para no dar pormenores de los productos que  conocemos a la perfección. Aplaudir cuando se incrementa el raquítico salario a los más desprotegidos. No hablo de  políticos de los tres niveles: ejecutivo, legislativo y judicial, porque si aquéllos, los primeros ganarán 70 pesos de más al mes, éstos, los funcionarios incrementarán su estipendio en 70 mil. Pequeña diferencia. Aplaudir cuando los que pretenden dirigir al país los próximos seis años ofrecen el oro y el moro. Pero más aplausos gratificantes cuando se pelean entre sí para ofrecen algo imposible de cumplir y no saber explicarlo.

Aplaudir cuando, por desgracia, se caen las naves y hay muertos.  Aplaudir por doquier como si en México viviéramos nada más para batir palmas al primer boquiflojo que se presente ante las multitudes. Nos encanta, en verdad, ser aplaudidores, acaso para quitarnos el  frío en este tiempo, pero en verano para matar mosquitos, porque eso sí es lo que más abunda en todo el territorio nacional. Pican, pican y se van hinchados de sangre unos y de dinero otros. Aplaudimos a las autoridades, civiles y militares que nada hacen por detener a quienes en verdad son peligro para México y sí en cambio agreden a la población indemne a la que, como dicen los intelectuales, son víctimas colaterales. Aplaudimos cuando alguien denuncia internacionalmente al presidente en turno al que les legó el poder por delitos de lesa humanidad. Aplaudimos también cuando se niegan a proceder en contra de funcionarios deshonestos. Aplaudimos cuando les regresan miles y miles de millones de pesos a constructores poco honestos y meten a la cárcel al infeliz albañil que desperdició un saco de cemento o se apoderó de un pan para mitigar su hambre.

Preguntaría socarronamente si alguien no ha aplaudido alguna vez. O lo ha hecho subrepticiamente para quedar bien con sus amistades encumbradas, o porque, en las reuniones, simplemente lo ven y, si no lo hace, puede causar escozor. Aplaudir es sencillamente  sinónimo de consentimiento, aun cuando nos lesione a nosotros mismos. Pero es satisfactorio si se hace para aceptar lo que nos dice el jerarca en turno. Aplaude o te señalan, te quitan prestaciones, te rebajan salario, o simplemente no te vuelven a invitar a reunión alguna como castigo por tu impertinencia. Nadie, tal parece, que conoce la situación en que se vive en el país, en los 32 estados, incluido el bastión de don Marcelo. Todos, eso se cree, vivimos en el paraíso.  Hay que aplaudir, porque si no lo hacemos, estamos en peligro de que se nos reclame, públicamente nuestro proceder. Aplaudimos a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos porque más hace por los criminales que por las personas víctimas de éstos o de las autoridades en turno.

Aplaudir, aplaudir, aplaudir, no es congruente con lo que acontece, lo que quisiera que aconteciese o lo que se imagina que aconteció. No es aspirar al entendimiento intelectual y sí, en cambio, al presentimiento visceral de los sucesos y las situaciones.

carlosravelogalindo@yahoo.com.mx

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La Quincena Nº92

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