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1134 29 Agosto 2012

 

EL CRISTALAZO
La magnífica desolación
Rafael Cardona

Ciudad de México.- Finalmente, vencido por cosas tan simples como el calcio en las arterias, el colesterol de tantas miles de tiras fritas de humeante tocino con los huevos estrellados de la mañana olorosa de café y lectura del New York Times o el Plain Dealer de Cleveland, el corazón de Neil Armstrong decidió soltar la última sístole de una vida irrepetible. La vida del gran héroe americano. El mayor de todos.

Al atardecer del 25 de agosto del 2012, mientras la nave-laboratorio- robot  “Curiosity” rasguñaba sin escrúpulos ni emociones humanos el suelo marciano en busca quién sabe de cuántos secretos sobre la materia cósmica y enviaba instantáneas fotografías, el primer hombre cuya bota se posó en la Luna se murió de muerte natural.

Armstrong había soportado como todo buen muchacho americano la mayor emoción registrada por un hombre hasta aquella hora cenital de la humanidad cuando el “Aguila” descendió sobre el Mar de la Tranquilidad. Ni una palabra fuera del guión, ninguna emoción más allá de las frases ensayadas y repetidas y memorizadas hasta la perfección.

El hombre llegó a la Luna con auxilio de la física y trascendió las palabras con ayuda del “teleprompter”: «It's one small step for [a] man; one giant leap for mankind». “Un pequeño paso para (un) hombre; un salto gigantesco para la humanidad”.

Algo tan frío y de estructura neutra, como la gratuita belleza de las pequeñas cosas de la vida, podrían decir una tarjeta de Hallmark o la voz de Oprah.

Sin embargo, momentos después, ya con Ewdin Aldrin pegando saltos de parrandero irremediable  sobre la cacariza costra de la Luna, Armstrong tuvo un momento de aparente inspiración genial:

--Qué hermosa desolación, dijo mientras sus ojos se perdían en el curvo horizonte de la Luna celestial de cada día, como años antes había escrito Jorge Luis Borges.

Pero la llegada a Selene, más allá de su importancia en el desarrollo tecnológico y científico logrado hasta nuestros días, tuvo una indudable utilidad política. Permitió la consagración de una nueva forma de ver el mundo: el centrismo americano, o “el gringocentrismo”.

Si muchos años antes el pensamiento humano mostraba su condición  pueril y le daba a la Tierra la falsa importancia de ser el centro del universo, tiempo después se impuso el heliocentrismo, con el Sol como esfera en llamas en torno de la cual giran los planetas y sus satélites.

En el campo cultural ha sucedido algo similar.

Por años vivimos en el “Eurocentrismo”, si así se puede llamar al predominio de  la cultura “judeo cristiana occidental”, cuyas fisuras hoy contemplamos después de años y años de desprecio por los demás.

Pero a partir de la hazaña lunar el género humano adquirió una identidad sideral y una bandera clavada en la enorme roca gris del espacio exterior: la humanidad es estadunidense.

Esta fue la conversación entre Richard Nixon y Neil Armstrong aquella noche de julio  de 1969: “Hola Neil y Buzz, les estoy hablando por teléfono desde el Despacho Oval de la Casa Blanca y seguramente ésta sea la llamada telefónica más importante jamás hecha, porque gracias a lo que han conseguido, desde ahora el cielo forma parte del mundo de los hombres y como nos hablan desde el Mar de la Tranquilidad, ello nos recuerda que tenemos que duplicar los esfuerzos para traer la paz y la tranquilidad a la Tierra.

“En este momento único en la historia del mundo, todos los pueblos de la Tierra forman uno solo. Lo que han hecho los enorgullece y rezamos para que vuelvan sanos y salvos a la Tierra”

Armstrong respondía: “Gracias, señor presidente, para nosotros es un honor y un privilegio estar aquí. Representamos no sólo a los Estados Unidos, sino también a los hombres de paz de todos los países. Es una visión de futuro. Es un honor para nosotros participar en esta misión hoy”.

El cielo, reflexionaba “Trickie Dickie”, “forma parte del mundo de los hombres”.

Más allá de lo afortunado de esa frase vale la pena recordar el texto escrito en una placa sembrada en la pata abandonada en el polvo blanquecino: “Here Men From The Planet Earth First Set Foot Upon the Moon, July 1969 A.D. We Came in Peace For All Mankind. - President of the United States of America - Richard Nixon.” Aquí los hombres del planeta Tierra descendieron por primera vez sobre la Luna, en Julio de 1969. D.C. Vinimos en paz por toda la humanidad”.

Y obviamente, como en Iwo Jima, sembraron su bandera y sus barras y sus otras estrellas.

La presunción “gringocentrista” tiene varias fallas notables. Si es placa fue dejada ahí con la esperanza de hallarse de pronto con una inteligencia capaz de comprender, cómo imaginar la comprensión de los signos alfabéticos; el significado de “d.c.” y la identidad de Mr. Nixon o el nombre de los viajeros cósmicos.

Si de pronto se apareciera por ahí un venusino, un marciano o un ser procedente de quién sabe dónde, comprendería  la contabilidad de algo tan relativo como los años de nuestra era y el lejano 1969. ¿Entendería el extraño visitante los caracteres arábigos de nuestra numeración humana?

Y ni siquiera le preguntaríamos si le suena conocido el inglés americano.

 

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