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1134 29 Agosto 2012

 

EN LAS NUBES
El silencio
Carlos Ravelo Galindo

Ciudad de México.- Tienen toda la razón los que critican el abuso del gerundio. Destruye la prosa, es cierto.

Con un ejemplo nos explican cómo debe utilizarse esta práctica gramatical que continuamente la degradan numerosos intelectuales, escritores, periodistas y como nosotros, pergueñadores de frases: El premio Nobel español de literatura en 1999, Camilo José Cela lo refirió en forma por demás amena.

Explicó que en l985, durante su permanencia como diputado en las Cortes, en su curul se quedó dormido un ratito, por lo que el presidente de la cámara lo despertara con la pregunta: ¿“Está usted dormido, señor diputado? -No señor. Estoy durmiendo, respondió. ¿Acaso no es lo mismo? –No señor, porque no es lo mismo “estar jodido, que estar jodiendo”.

Con esta elocuencia llena de ironía y gracia nos revela el significado de tal  sistema gramatical. Las terminaciones ando y endo, deben usarse con mesura, con precaución, sobre todo para no cambiar el sentido de la frase con la que se quiere ilustrar, platicar o narrar algo. Así. No abusar nunca. Tener juicio y saber cuándo y cómo usarlo. Hay reglas precisas para ello. Pero lo mejor es no meterse en “camisa de once varas”, frase por demás enjundiosa, misteriosa, mística y casi sabia.  Después de esta ligera digresión, hablemos no de política. De algo mejor, de la elocuencia del silencio. Para ello, narraremos algo fecundo.

Una persona, hombre en este caso, que asistía regularmente a las reuniones de amigos, sin ningún aviso dejó de participar. Pasado un tiempo, uno de aquellos decidió visitarlo en su casa, para conocer la razón. Lo encontró  donde vivía solo, y con muchos años encima, frente a  una chimenea donde ardía un fuego brillante y acogedor. Sin decir palabra acercó una silla a la de él. Le tomó la mano en señal de saludo y en silencio, ambos, quedaron contemplando la danza de las llamas. Al cabo de algunos minutos, el amigo, silente, seleccionó una de las brasas, la más incandescente y la hizo a un lado, sin que tuviera conexión con el resto. El anfitrión fascinado y quieto observaba cómo el carbón comenzaba a declinar su rojo esplendor y comprendía, sin cruzar ninguno de los dos una palabra, cómo lo que era una fiesta de calor y luz, ahora no pasaba de ser un negro, frío y muerto pedazo de carbón recubierto de una espesa capa de ceniza grisácea. Ninguna palabra, salvo el saludo inicial, cruzaron los dos amigos.

Parecía que la visita había concluido. Era cierto. Sin embargo, antes de partir, el visitante manipuló nuevamente el carbón frío e inútil, colocándolo de nuevo en mitad del fuego. Casi de inmediato volvió a encenderse, alimentado por la luz  y el calor de los leños ardiendo en torno de él. Al abrir la puerta y despedirse del dueño de la casa escuchó cuando le decía: “gracias por tu visita y por el bellísimo ejemplo. Tienes razón, tu fina ironía, matizada con tu silencio me hizo entender cabalmente el calor de la amistad que reconforta y vivifica. Por ello, cuando antes, regresaré a nuestro grupo de amigos que tanto bien nos procura”.

De regreso a su trabajo nuestro personaje sonreía porque acababa, con el silencio, de rescatar a un viejo amigo de la soledad, en donde se pierde todo. Hasta el anhelo de seguir con vida.

carlosravelogalindo@yahoo.com.mx

 

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