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1212 17 Diciembre 2012

 

COTIDIANAS
Diciembre para dar
Margarita Hernández Contreras

Dallas, Texas.- En nuestros tiempos es difícil encontrarle el sentido a esta temporada de la Navidad. Vertiginosas como son estas semanas en que uno hace tanto para prepararse para recibir la noche del 24 y el día del 25: el árbol y las luces y los adornos, las comidas, los compromisos sociales por cuestiones de trabajo y escuela de los hijos, los apremios para poder tomar algunos días de vacaciones. Pero nada como los regalos. Regalos por aquí y por allá, para éstos y para aquéllos.

No es que me queje de tener que hacer regalos, ya que finalmente disfruto darles un detallito a mis amistades y familiares. Lo que agobia es como decimos en México, “lo tupido” y la expectativa de que “tenemos que” hacer regalos.

Luego está también aquello del carácter de los regalos: cosas superfluas o cosas de plano innecesarias. A todos nos queda claro que esto de la Navidad es una perfecta estrategia de mercadeo para hacernos comprar cosas que en circunstancias normales no compraríamos ni en sueños, empezando por el arbolito mismo.

Aunque confieso que ya tengo el arbolito puesto y bajo sus ramas ya hay varios regalos rotulados y listos para abrirse, no dejo de pensar estas cosas. Sin embargo, este año me he visto disfrutando estas actividades aunque tenga que acallar la vocecita interior que trabaja horas extras en su afán de “cuestiónalo todo”.

Yo creo que es importante renovarle el sentido a la Navidad o de plano buscarle uno que nos haga que esta festividad sea más llevadera y que podamos alejarla así sea un poquito del afán mercantilista de los grandes negocios. Finalmente debiera tratarse de una celebración espiritual, tengamos o no alguna denominación religiosa. Es una celebración de unión familiar, de generosidad, de expresión de nuestro amor y de nuestra buena voluntad. Y todo eso efectivamente alimenta y nutre nuestro espíritu.

Confieso, además, que este año por uno u otro motivo mis fondos “santacloseros” están más bien a la baja y que no disponemos del capital que en otros años hemos podido gastar para los regalos. Así que hemos decidido el Esposo y yo hacer los regalos necesarios y dejarnos él y yo fuera de la lista.

A pesar de ello hemos incorporado en nuestra rutina de diciembre la participación en un programa que organizan en mi trabajo y que creo es bastante popular por todo el país. “Adoptamos” dos niños de bajos recursos. Lo único que sabemos de ellos son su edad, su nombre (sin apellido) y las tallas de calzar y vestir. Me gusta la tarjetita que uno recoge al escoger su “ángel”: Luisito necesita un abrigo pero quiere una bicicleta; Alicia necesita unos zapatos pero quiere una muñeca. Ya de uno depende lo que compra para cada uno.

Nos fuimos mi hija y yo a comprar regalos de Navidad para nuestros dos ángeles. Fue un acto que nos hizo un mar de bien. No conocemos a Luis ni a Alicia pero sabemos que tienen tres y cuatro años, por ejemplo y nos dimos a la tarea de pensar en qué cosas les gustarían y les harían falta. Mi hija quería adoptarlos al instante (se muere por un hermanito) y se puso triste cuando supo que no los íbamos a conocer. Le expliqué el viejo refrán de “haz el bien sin ver a quién” y creo que lo entendió a la perfección. Nos imaginamos a ambos con las prendas de vestir que les compramos y sus caritas abriendo los juguetitos. Y como sabe, ver la carita iluminada de los niños también es fuente de bienestar para quienes los ven.

Tal vez de eso se trate la Navidad: de dar aunque no se tenga mucho, de dar hasta a gente que uno no conozca. Finalmente con esos actos hacemos dos cosas valiosas que legitimizan nuestra humanidad: hacemos felices a quienes reciben nuestros obsequios y nos ennoblecemos por un rato cuando damos de nuestro tiempo, de nuestro dinero (por poquito que sea) y de nuestro corazón.

 

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