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Eso de trabajar se lo dejamos a quienes
no aman las bellezas de La Huasteca
Julio César Méndez
Que uno no pueda entrar sin permiso a la propiedad de otro es normal, pero que uno se meta sin darse cuenta a la propiedad de otro y no pueda salir, eso sólo puede pasarle al par de locos que son Jesús Esparza y Julio César Méndez, por andar de aventureros en La Huasteca, tratando de conocerla hasta sus últimos detalles.
Una vez fue cuando se fueron de “raid” hasta cerca de la entrada del pueblo llamado “El Alto”, precisamente porque está en una lomita. Iban a la propiedad de un amigo que está atrás de dicho pueblo. Como del camino principal, que va por el río, se desprende un camino secundario que se va por unos 800 metros y luego arriba de la loma se acerca aún más al río y al camino principal, decidieron bajarse cerca del pueblo para no caminar tanto.
Buscando encontraron una vereda que sube por un barranco. Batallaron, pero subieron. Sólo que para cuando se dieron cuenta ya estaban dentro de una propiedad privada que daba al barranco y con varias casas en donde por buena suerte no había nadie, ni perros cuidándola, porque si hubieran sido bravos habrían tenido que bajar de nuevo, pero corriendo por el barranco, con altísimas probabilidades de caerse, si no querían que los perros los mordieran.
Al darse cuenta que estaban dentro de una propiedad gritaron: “¡Ave María!”, esperando que la mujer de la casa, si era de edad avanzada, les contestara: “¡Sin pecado concebido!”. Ahora que si el que salía era el dueño y no era ranchero sino citadino, y por lo tanto no tenía por qué aplicar las reglas de los ranchos, seguramente les hubiera dicho: “¿Qué quieren?; ¿qué andan haciendo aquí?; ¿quién les dio permiso de meterse?”
Pero no, no salió nadie. Lo cual era bueno y malo a la vez, pues la propiedad estaba rodeada por una cerca de alambre de púas de unos 200 metros de largo y sobre esa cerca una malla, misma que recorrieron con la vista, dándose cuenta de que era imposible salir. Ora sí, pensaron, tanto batallar para subir el barranco y ahorrarnos la caminata y ahora tener que devolvernos, dar la vuelta y entrar por el camino secundario. Va a ser mucha friega, más de un kilómetro y medio.
Los vecinos de esa propiedad los veían con desconfianza y quizá se reían al verlos encerrados, pero nuestros aventureros andaban muy campantes recorriéndola, sabiendo que no hacían nada malo y lo bueno fue que no se desanimaron ni se dieron por derrotados, sino que empezaron uno por un lado y el otro por el otro a recorrer cuidadosamente la malla, con tan buena suerte que en un lugar había un metro donde la malla no alcanzó a tapar por completo la cerca de púas.
“¡Qué bueno que se equivocaron al comprar la malla y les faltó un pedazo!”, se dijeron, porque si la han comprado completa y hubieran tapado toda la cerca, no habríamos podido salir. De todos modos, por un rato se encerraron solos este par de locos, que si uno de ellos estuviera más flaco y alto sería como el Quijote, y el otro así como está ya se parece a Sancho Panza.
Poco después de eso repitieron la acción, ahora, buscando dónde pasaba antes la acequia. Entraron por la parte de atrás de la Escuelita de La Labor de la Casa y como a un kilómetro llegaron a lo que fue La Hacienda y ahora es propiedad de un tal Garza Ponce, misma que por el lado de atrás no tiene cerca y se regresaron por el camino de entrada a esa propiedad, para llegar a la puerta de entrada, que ahora era de salida, la cual estaba armada con tubos de fierro. La cerca alrededor de la puerta era de seis hilos muy cerca uno de otro y era imposible pasar por ahí. De modo que otra vez se encerraron solos este par de locos.
Afortunadamente los tubos de fierro tenían bastante separación, y nuestro Quijote le hizo la lucha entre dos tubos y no pudo pero lo intentó de nuevo entre otros dos y salió. Sancho Panza quiso hacer lo mismo, pero después de intentarlo tres o cuatro veces, le fue imposible, por más que sumió el “apellido”. Al recorrer la cerca, uno por dentro y el otro por fuera, encontraron una parte donde había cerca de alambre de púas como en muchos ranchos, con bastante espacio y por ahí salió nuestro Sancho, perdón, el Sancho Panza de esta historia.
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