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Los bloqueos de calles que se han venido dando en diversas calles de Monterrey esta semana significan la apertura de un frente de guerra que no se había ensayado antes. Cuando menos, no en la capital de Nuevo León. La capacidad de bloqueo de grupos relativamente pequeños es por cierto limitada. Su verdadero impacto está dado no tanto por el bloqueo físico en sí, sino por las reacciones entre autoridades y población.
La exigencia de que se retire al Ejército de la lucha contra el narco, podría estar provocando entre la población el efecto contrario al exigido por los bloqueadores, es decir, que se manifieste una corriente de opinión que exija justamente una mayor presencia militar. En ese sentido, el resultado final podría ser quizá el que en realidad podrían estar buscando los dirigentes de los bloqueos. Esto explicaría la indolencia oficial para enfrentar los bloqueos, que se manifiesta en la incapacidad para prevenirlos y controlarlos, explicable por una deficiente o peor aún, inexistente tarea de recolección de información, una falla lamentable si se trata de enfrentar ya no a los bloqueadores, sino a delincuentes de peligro, organizados o desorganizados.
Desde el punto de vista legal, el Ejército tiene expresamente prohibido participar en tareas policiacas cuando son tiempos de paz. Los grandes avances del narco, sumados a la corrupción e ineficiencia de las policías han propiciado que el Ejército haya salido de los cuarteles a hacer lo que la Constitución le prohibe expresamente, pero que amplios grupos sociales le reclaman, a saber, que enfrente a un enemigo tan poderoso, que se ha vuelto lugar común la afirmación de que nunca será vencido y aun hay quienes reclaman que se le legalice.
Esta semana, fue tema en diversos medios de comunicación la posibilidad de que se declare el estado de excepción, con suspensión de garantías individuales, en varias zonas de país en donde el narco parece tener mayor presencia. Sin que exista tal declaratoria, que debe hacer el Presidente con el aval del Congreso, en los hechos hay estado de excepción, que no otra cosa es la intervención militar en tareas que la ley le prohibe.
El mejor General es el que nunca entra en batalla, afirmó con sabiduría Sun Tzu, el multicitado autor de un famoso texto llamado El Arte de la Guerra. Habría que aclarar que para Sun Tzu, una batalla era aquella que se libraba físicamente, en donde los soldados de uno y otro bando tomaban contacto para combatirse entre ellos. Una de las formas que recomendaba para no entrar en batalla era hacer la guerra psicológica, aunque no la llamaba de ese modo.
Precisamente, un frente de guerra psicológica es el que representan los bloqueos, enfrentados por autoridades estatales y municipales con tal torpeza que la suma de los videos de los hechos bien podría integrar una exitosa película que se presentaría como comedia de equivocaciones con buenas perspectivas de ganar premios en festivales internacionales.
Otra posibilidad es que los bloqueos sean una variante del león que mandaba soltar el finado Alfonso Martínez Domínguez. En efecto, cuando los problemas políticos y sociales alcanzaban cierto nivel, de pronto aparecía en diversos medios la noticia de que ganaderos de dos o tres municipios andaban a la caza de un león que diezmaba sus ganados. Claro que el león, como el chupacabras, sólo aparecía en la imaginación popular, pero nunca en la realidad concreta. Eso sí, ambos, león y chupacabras cumplían exitosamente su función de distraer la atención de los numerosos problemas concretos, tales como la crisis económica (perdón por el catastrofismo), la corrupción y el desastre de esa cosa que llamamos gobierno.
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