Encontrarse de manera inesperada, en medio de un embotellamiento a causa de que la vialidad ha sido interrumpida, por un accidente de tránsito común y corriente, experiencia que casi todos hemos vivido, provoca una reacción visceral que se expresa en enojo, frustración, impotencia, hasta desesperación, dada la imposibilidad de continuar el trayecto y poder  llegar con la premura del caso al lugar del destino, hasta que llega el momento de la resignación en espera de una solución lo más expedita posible.

Marcada es la diferencia, si el embotellamiento, la total paralización del tráfico vehicular es causado por la protesta de un contingente compuesto por jóvenes.  Como es de esperarse la intensidad de la reacción visceral se va incrementando al percatarse de los aparentes motivos de la protesta, de que los participantes cubren sus caras para no ser identificados y a más de todo esto, que la violencia potencial flota en el aire.

Por si eso no bastara para que el enojo, la frustración, la impotencia y la desesperación lleguen a su clímax y den cauce a la indignación, hay que afrontar la permisividad, la lentitud, la pasividad con la que las fuerzas del orden enfrentan el conflicto, cuando que la explosividad de la situación clama por una mano dura, por una acción sin contemplaciones, la que en contrapartida hace surgir toda la intolerancia que llevamos guardada por un sin fin de razones.

El más santo de los varones, no podría, en una situación tan desesperante, eximirse de los extremos y de perder los estribos. A posteriori y con la cabeza un poco más despejada, resulta obligado reflexionar sobre el asunto.
Supóngase, sin conceder, que en el fondo haya el más perverso de los propósitos; que el crimen organizado esté patrocinando, a trasmano a los jóvenes que en su mayoría forman los contingentes de bloqueadores,  y que la protesta busca que cesen las acciones militares de persecución al narcotráfico en beneficio inmediato de éste.

Aun cuando los autores intelectuales y materiales de estas acciones inauditas no se lo haya propuesto explícitamente, lo que se ha montado es una provocación cuyos alcances fueron ya mucho más allá de lo que fuera dable imaginar.

La provocación es un recurso a la mano de todas las fuerzas, sean éstas políticas o de otra índole. Lo que se busca es una confrontación en la que  un individuo o un contingente, sea inferior o igual, pretende desatar, bien para ser victimado y convertirse en mártir; para medir las fuerzas de reacción y contra-reacción, o bien para que la anarquía y la violencia se desaten, siendo todo un caldo de cultivo para la represión indiscriminada.

Al parecer todos estamos cayendo en la provocación, ya lo hicieron las fuerzas policíacas que en principio pareciera que no tienen capacidad  ni para realizar oportunamente acciones preventivas; cayeron también aquellos que están pidiendo las cabezas de quienes se han exhibido como jefes ineptos; cayeron los que claman ya por un estado gendarme que blanda el garrote para defender y salvaguardad “mis intereses”, los demás que se pudran, cayeron los que piden se cancele toda posibilidad de negociación ; cayeron los medios amarillistas animados por conductores y reporteros que pugnan por vestirse de redentores de la comunidad que en el colmo de la irresponsabilidad empiezan a hablar de terrorismo; y para colmo, aquellos que  se ocupan de difundir falsas alarmas.

Ante la magnitud de lo acontecido, no se puede predicar la congelación de la víscera, pero  permitir que ella siga dictando las respuestas a  la amenaza  no lleva a ninguna parte y sí pavimenta el camino para que se haga  realidad dolorosa y lamentable “el estado fallido” del que tanto se habla y se pontifica por estos días.

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