UNA ALIANZA ABERRANTE
Mauricio Merino
En julio de 1988 nadie se escandalizó cuando Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel J. Clouthier y Rosario Ibarra llegaron juntos a la Secretaría de Gobernación para denunciar el fraude electoral que le había otorgado el triunfo a Salinas de Gortari. Nadie lo hizo, porque la causa común no era derrotar al PRI a cualquier costo, sino evitar el fraude (limpiar las elecciones, se dijo entonces) y contradecir la legitimidad del presidente impuesto. Si el propósito hubiese sido ganar de cualquier modo, izquierda y derecha se habrían entendido mucho antes —y habrían dejado de ser izquierda y derecha.
Hoy, en cambio, el PAN y el PRD han decidido abandonar sus diferencias ideológicas —que habrían de estar más vigentes que nunca, tras las crisis que hemos padecido— para privilegiar el pragmatismo de las victorias compartidas. Ya no se trata de reivindicar la causa democrática en sí misma, como en el 88, ni de construir acuerdos de relojería fina para garantizar que sean los ciudadanos quienes decidan quién debe ganar las elecciones --como sucedió entre 1996 y el 2003— sino lisa y llanamente de sacar al PRI de los palacios de gobierno. La razón detrás de las alianzas es el reconocimiento explícito de que, sin ellas, el PRI seguirá ganando los comicios.
En estos días, he leído y escuchado varios argumentos que han buscado justificar esa reunión aberrante entre la izquierda y la derecha. Debo subrayar que todos ellos tienen en común el pragmatismo político más puro y duro, según el cual no hay forma de derrotar los cacicazgos construidos por el PRI más que oponiéndoles una fuerza equivalente. Quienes defienden las alianzas nos están diciendo que los triunfos del priísmo son invariablemente espurios y que sus gobiernos son siempre caciquiles, corruptos y retrógrados; y nos dicen, como conclusión, que no hace falta ninguna otra justificación ética o política para combatir al PRI, que la sola posibilidad de verlo ganar las elecciones. La democracia, así planteada, equivale a ganarle al PRI usando cualquier medio y pagando cualquier precio.
El problema de fondo de ese argumento es que, al final del día, justifica lo mismo que critica: Si el PRI carece de todo compromiso con las causas que dice perseguir, la alianza entre el PAN y el PRD tampoco podrá ofrecer, por definición, gobiernos que vayan más allá del pragmatismo; si el PRI se muestra como una máquina destinada a ganar comicios, la alianza de sus adversarios no puede comprenderse más que como otro aparato electoral equivalente; si el PRI está dispuesto a renunciar a la ética con tal de seguir en el poder, la alianza que busca enfrentarlo no sólo abandonaría la tradición de ambos partidos, sino los valores que definen su identidad política. El pragmatismo paga siempre el mismo precio: al perder todos los valores en nombre de la eficacia de los resultados (el fin justifica los medios, según el peor maquiavelismo) acaba otorgándose carta de legitimación a lo mismo que se quiere derrotar.
Otra cosa sería que el PAN y el PRD, hermanados en una causa democrática, buscaran construir medios para impedir el uso abusivo de los programas y los recursos públicos destinados a comprar votos; que se enderezaran con todo su poder —incluyendo el del gobierno federal—, para construir sistemas completos de rendición de cuentas; que revelaran, uno a uno, los nombres de los destinatarios del dinero de los gobiernos que combaten; que llevaran a cabo una fiscalización completa y reclamaran controles ciudadanos y contrapesos institucionales a las formas caciquiles con las que se gobierna en varios estados del país. Que se unan para que nunca más, pase lo que pase en los comicios, y gane el partido que sea, se repitan los abusos, los excesos y los despropósitos que están minando la fuerza de la democracia. Que se ayunten para producir gobiernos dignos y no victorias pírricas.
Por lo demás, tengo para mí que en esa unión entre el PAN y el PRD, quien más perderá será el segundo. No sólo porque la izquierda está llamada a tener un anclaje ideológico y moral opuesto, por definición de origen, al pragmatismo de derechas, sino porque esa alianza siempre podrá leerse como la reconciliación política que estaba esperando el PAN desde la elección de Felipe Calderón. Y por supuesto, a los costos agregados habrá que añadir no sólo el de la indignación justificada de López Obrador, sino el de haberle regalado un nuevo tema.
Y en cuanto al PRI, sospecho que al final no habrá cambiado nada, excepto la propaganda anticipada que sus adversarios principales ya le están haciendo, gratis.
Profesor investigador del CIDE
El Universal
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