SIGUEN TRASQUILANDO CRRO D L SLLA
Guillermo Berrones
No soy un activista excéntrico ni un ecologista de ocasión. Nací en un cañón de la sierra madre tamaulipeca, conozco sus aromas y el murmullo cantarino de sus pájaros; he probado el agua de sus manantiales y la carne de sus animales silvestres. Sé de sus árboles calando la corteza y de sus hierbas, que hervidas en infusiones de té alimentaron mi infancia. Veredas y caminos; piedras y barrancos. Sol y sombras. La montaña es un misterio insondable.
Desde hace treinta años subo al cerro de la Silla, una vez por semana, con el único fin de fortalecer mi salud, aunque padezco alergia al polvo, al polen y al humo. Subir los dos mil quinientos metros, hasta la plancha donde el frustrado teleférico pudo haber sido un atractivo turístico, implica un esfuerzo significativo para las piernas y los pulmones. Entra el aire de la montaña y es como una invasión atenuante del estrés cotidiano de nuestra vida urbana.
Hace treinta años, después de la lluvia, podía escucharse el arrullador ritmo del agua en pequeñas cascadas y pozas donde tranquilamente podían, los caminantes reposar. Desde la avenida Eloy Cavazos empezaban las veredas. Y de pronto máquinas Caterpillar, ingenieros y albañiles invadieron el sector. Talaron árboles y crecieron edificios habitacionales, en uno de los cuales habita una de las más destacadas ambientalistas de nuestra ciudad, cuyos artículos periodísticos en el diario que publica son letales disparos al urbanismo desmedido, inconsciente y devastador. Recientemente estuve en la huasteca potosina y duele ver los lunares de pastizales creados en las exuberantes laderas de las montañas antes cubiertas de bosques. Y en Chiapas, donde viví todo un año durante el movimiento armado del “Sup” y de Samuel, a quienes conocí, pero evité el postalismo fotográfico, es más amargo ver cerros completos devastados donde los troncos parecen botones gigantes en las faldas de las colinas y cerros.
Definitivamente que la montaña invita a vivir en ella. Cuando vi aquellas construcciones, en verdad las envidié por su ubicación, pero me pareció una falta de respeto al Cerro de la Silla y mi única ofensiva fue nunca comprar una casa en esa zona de la ciudad. Y a manera de agradecimiento, del cerro recojo bellotas, semillas de encino que siembro en macetas durante la primavera y regularmente rescato ocho o diez arbolitos que regalo a los amigos que sé los cuidarán en su crecimiento. Algunos los he anunciado en el Facebook para cambiarlos por libros.
Casi quinientos metros tiene la calle Bosques del Peñón (ironía o burla) desde Eloy Cavazos hasta el inicio de la zona boscosa del cerro donde ahora empiezan las caminatas. Los árboles (no viles arbustos) de aquel camino desaparecieron con la voracidad de los colonos. Le han levantado las faldas al cerro. En la parte alta de esta calle y en su cruce con Bosques de la Pastora hay un letrero que dice: “Cerro de la Silla, Monumento Natural”, una distinción de la ONU, que ahora deja de tener significado, pues lamentablemente se sigue deforestando y vendiendo terrenos en la zona. Desde este punto, hacia el oriente puede verse una colina medianamente alta donde ya están trazadas las brechas de lo que será un nuevo asentamiento. Más gente se encaramará al cerro ante la complacencia de autoridades y falsos ambientalistas que sólo arman alharaca y se retratan para ser imagen noticiosa.
Los caminantes del Cerro de la Silla que diaria o semanalmente acudimos para ejercitarnos somos mudos testigos del daño colosal que se está permitiendo. Hay protestas por la construcción de un estadio de futbol y en Monterrey, como en Guadalupe, el símbolo natural, el ícono de la capital y el estado de Nuevo León, piano pianito se está destruyendo. Les anexo un par de fotos para que vean por última vez una amplia zona verde, un racimito alveolar del escaso aire puro de nuestra urbe.
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