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25 de marzo de 2010
15diario.com  


 

Aún es tiempo

María Elena Padilla

Calderón manda sus condolencias en una carta y su esposa asiste. Vemos una fotografía donde Margarita Zavala toma del brazo, mostrándole su apoyo, a la madre de Jorge Mercado; honor del que no se hizo merecedora Luz María Dávila, cuyos dos hijos fueron asesinados en Villas de Salvárcar. Mucho menos dignas de tal solidaridad serán la esposa y la madre de los narcomenudistas detenidos, ahora muerto uno y desaparecido el otro. Es que hay niveles, ¿no?

No sólo porque unos eran estudiantes de una institución de élite, otros de escuelas públicas y los últimos ni estudiantes sino presuntos delincuentes. También tienen que ver los modos: para las madres resignadas y de hablar suave,  reconocimiento; para las indignadas y gritonas, una sana  distancia; l@s familiares de los delincuentes no cuentan, son naturalmente invisibles. El problema es que no sólo quienes están en el poder actúan revelando que somos una sociedad donde hay diferencias y por lo tanto discriminación, sino que esa mentalidad y manera de actuar ha permeado en muchos estratos de la sociedad. Lo sucedido con los jóvenes estudiantes de excelencia es terrible; no menos lo es que cualquier Humberto Márquez Compeán pueda ser asesinado impunemente. Nos debe conmocionar igual uno y otro caso y debemos exigir justicia en ambos. No debe pasar como con el caso del hijo de Alejandro Martí que sacudió a la opinión pública mientras que –por ejemplo- el de Mariano Abarca pasa desapercibido (¿quién es Mariano Abarca?)

Es alarmante el grado de insensibilidad que se ha alcanzado en la sociedad y que puede constatarse en diversos medios: buena parte de la opinión pública acepta, con indiferencia y hasta beneplácito, la suerte que corren personas marginadas sujetas a procesos judiciales, tortura o desaparición. Resultan repugnantes las descalificaciones de que son objeto y que  terminan por justificar las agresiones del Estado bajo el razonamiento de que está bien que muera quien trasgrede las reglas. ¿Desde cuándo nos convertimos en un estado fundamentalista donde no pocas veces se confunde pecado con delito y se condena desde una supuesta superioridad moral y no sobre la justicia y leyes humanas? Alguien ha inoculado este veneno social que desgraciadamente se expande sin control.

Me temo que en esto han tenido mucho que ver los gobiernos panistas, desde el momento de caracterizar al oponente como un peligro para el país y tratar como enemigos a quienes no se plieguen a su línea, sean luchadores sociales, periodistas o defensores de derechos humanos. Porque resulta que en este régimen todos somos delincuentes hasta que probemos lo contrario. Díganlo si no los informes primarios del fin de semana pasado donde se anunció que había resultado herido un soldado y muertos dos sicarios. Su pertenencia al Tec salvó a los jóvenes de engrosar las listas de enemigos de la nación, al mismo tiempo que confirma que con los militares es: ¡mátalos! y después averiguas.

La desinformación y manipulación de datos resulta evidente excepto para quienes se empeñan en seguir apoyando esta ineficaz guerra declarada irreflexivamente y continuada por la tozudez de quien no tiene otro clavo al cual asirse. A partir de este terrible suceso ¿podrá alguien seguir creyendo en los números que reporta el gobierno?

Cansa y enoja la tan reiterada expresión de que las víctimas se han encontrado en el lugar y momento equivocados. ¿Y cuál sería el lugar adecuado para no ser parte de las estadísticas?; ¿nuestra casa, encerrad@s a piedra y lodo? ¿Y cuál el tiempo pertinente para salir a trabajar, estudiar, abastecernos, caminar, en fin hacer nuestra vida? ¿O para “brindarnos seguridad” se les ocurrirá implantar toque de queda? ¿Exagero? Si alguien en el 2006 nos hubiera dicho que el ejército formaría parte del paisaje “normal” en calles y carreteras lo tildaríamos de alarmista; si alguien les hubiera asegurado durante las elecciones que bajo la presidencia de Calderón las calles se bañarían de sangre por el número de muertes tanto de delincuentes organizados como de pobladores geográfica y temporalmente desorientados, ¿hubieran votado por él? Si se nos hubiera adelantado que bajo el panismo el número de agresiones a periodistas en México superaría a las de Irak,  habríamos pensado que se exageraba. Si se nos hubiera dicho que en cosa de un año se habrían reformado 18 leyes estatales para criminalizar a la mujer que aborta, en este Estado que presumimos laico, lo hubiéramos dudado. Pues todas estas cosas han pasado, y más. Y nosotros, por incredulidad, flojera, comodidad, lo hemos dejado.

Aún no es tarde para reaccionar. Detengamos el avance de un Estado cada vez más autoritario en su intento de controlar nuestras vidas y nuestros pensamientos. Ya sabemos que la ley aplica a y contra los desprotegidos, exijamos y brindemos un trato equitativo para todos. No nos dejemos avasallar por un individualismo que beneficia a quienes detentan el poder económico o político.

Contra la impunidad y por la justicia. Por el regreso de los militares a sus cuarteles.

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