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31 de marzo de 2010
15diario.com  


 

Peregrinos

Ileana Cepeda

 

Hazme un instrumento de tu amor

La carretera va llena de fe, llena de espíritus andando comiéndose el camino. Marchan hacia la esperanza que deciden tomar para sentirse protegidos.  Las caravanas de autos los alientan para que sigan adelante y es fácil identificar a los que van a dar gracias y a los que van a hacer una petición.

Los que agradecen el milagro. Llevan la cara de frente, la placidez en el rostro y el andar alentador, cada paso va lleno de anhelo, cada paso es una celebración que otorgan como sacrificio por el favor, por haber sido escuchados, atendidos por una divinidad. El sacrificio a los dioses es una constante que se revela en la necesidad de quien hace una petición. El milagro concedido fortalece el aliento, que guardan celosamente en el jadeo constante.

Los que suplican un milagro. Obedecen a la súplica con el cuerpo inerte, la posición del caminar es abatida desde un inicio y cargan además del cuerpo, la esperanza a ser escuchados. Ellos guardan silencio mientras piensan y piensan y rodean el problema, y no buscan solución simplemente caminan  esperando que el acto de sacrificio limpie sus pecados y puedan llegar a ser escuchados, cuando liberen el cuerpo de toxinas y el alma de la imperfección. Sus pies no avanzan al agradecimiento, caminan hacia la ilusión de ser atendidos por las divinidades elegidas para alcanzar a resolver sus suplicas.

Cada uno, todos. Día y noche viajan hacia el santuario y en cada paso dejan la huella de sus pies cansados, de su cuerpo batido en libación de cumplir con el compromiso, con la manda. Difícilmente el espíritu se revela en las palabras, el pensamiento las retiene guardándolas celosamente, conteniéndolas para explotarlas cuando sea necesario, los silencios prolongados acompañan los jadeos, los únicos sonidos que acompañan su andar. Las llagas en el cuerpo son laureles que jubilosamente aceptan y permiten sin quejarse. El llanto lo dosifican a cuentagotas, el sudor confunde las lagrimas del camino a la pascua al paso entre la vida y la muerte, entre la pasión y la liberación del pensamiento.

Al llegar a su destino, el cuerpo y el alma brotan simultáneamente. El cansancio y la liberación permiten el maridaje que emana las exhalaciones de fe. Y el templo se vuelve una energía incontrolable que purifica y sana, a cada ente, cada llaga, todo el dolor.

 

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