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27 de abril de 2010
15diario.com  


 

ANÁLISIS A FONDO

Cuándo viviremos en paz

Francisco Gómez Maza 

  • Pero, ¿qué paz anhelan los mexicanos?
  • Ciertamente, no la paz de los sepulcros


mazaimgLa mayoría de los mexicanos, por no decir todos, estamos ya hartos de violencia institucional y fáctica. Qué tan justa, legítima, es la institucional, porque la fáctica, la del crimen organizado es a todas luces ilegal, criminal, impía, aunque por lo que vemos diariamente ambas violencias son, por sangrientas, por inclusivas de vidas de inocentes, intolerables. Necesitamos paz, pero yo no podría definir qué es la paz verdadera. Hay muchas paces. Depende de quién o qué grupo la defina. La izquierda tiene su concepto de paz; la derecha también; las grandes seudo religiones, igualmente. Entonces, qué es la paz, un concento complicadamente inexplicable., porque la paz no sólo es ausencia de guerra. Ni si quieres la paz haz la guerra. Y en México se quiere la paz haciendo la guerra, una confrontación que ya ha cobrado más de 23 mil vidas, dicen que la mayoría de criminales, aunque lo dicen sin pruebas porque ni siquiera los investigan, pero también de vidas inocentes, que “son las menos”, como las desdeñó recientemente el presidente Felipe Calderón. Entonces, qué es la paz. Una tarea titánica para la mente cuadriculada, aristotélica, que se impone aún, pese a que Platón está reviviendo y se está comenzando a imponer el equilibrio entre el Logos y el Eros, entre la Razón y el Corazón.

 

Difícilmente podría llegar a una conclusión exacta de lo que es la paz que los mexicanos queremos. Quizá sea un deseo profundo de que pare la matanza. Los propugnadores de la filosofía clásica, de la teología aristotélica tomista dirán que la paz es la tranquilidad en el “orden”. Pero qué orden. ¿El orden que impone el establecimiento, en el cual los ricos pueden enriquecerse con plena libertad a costa de la fuerza de trabajo de los trabajadores depauperados? ¿El orden de la naturaleza por medio del cual las galaxias se mueven con plena exactitud y el día y la noche en el planeta duran un periodo de tiempo similar día a día? ¿El orden en el que reina la solidaridad, la simpatía, la empatía, la ternura, la cordialidad, el amor al prójimo? ¿El orden que vinieron a imponer a nuestros países, ahora llamados latinoamericanos, con el “cristianismo” que les fue impuesto a sangre y fuego por los conquistadores? Me llega a la memoria la lectura del Chilam Balam de Chumayel, cuando dice: “Los cristianos vinieron acá en gran número con el Dios verdadero. Pero ello significó el comienzo de nuestra miseria… el inicio de nuestro sufrimiento… Ese Dios verdadero que vino del cielo sólo habla de pecado y su doctrina no es más que el pecado”.

 

Los ideólogos del capitalismo salvaje, del neoliberalismo, del fondomonetarismo, del manchesterismo abogan y ponen en práctica, porque tienen la sartén por el mango, el orden mundial de la globalización, de la riqueza de los pocos y del libre comercio de los pocos, pero sacrificando a las cuatro quintas partes de la humanidad que lo único que globalizan es la indigencia, la miseria, la pobreza y la muerte por hambre, mientras los países ricos, los industrializados y los grandes empresarios de los países periféricos se ceban en brutales comilonas de las que los pobres no pueden recoger ni las migajas, y engordan sus carteras bancarias y bursátiles. Están convencidos, esos barones del dinero, que ese es el orden que proporciona la paz. Los guerreristas, como el gobierno de los Estados Unidos, quieren la paz a través de hacer la guerra y tenemos clarísimos ejemplos en los cuales, para obtener la paz, masacran pueblos, personas inocentes, en Irak, en Afganistán, etc. La historia está llena de hechos en los que los estadounidenses, los líderes de ese gran pueblo, intentan la paz a través de la guerra. Primero masacraron a los indios de las planicies y acabaron con más del 90 por ciento de ellos; luego esclavizaron a los de raza negra; luego se pelearon entre ellos, los del norte y los del sur; luego, ya potencia mundial, comenzaron a ser los policías del mundo, los defensores de la “democracia”, los luchadores por la libertad; los perros pastores de la fe; los imponedores de la paz a través de la guerra, de las invasiones, de los bombazos, de la sangre, de la muerte de inocentes, como aún lo siguen haciendo. Esa no es la paz que los mexicanos quieren.

 

Y en México, si hoy el presidente de la república decidiera – no entiendo por qué es sólo el presidente quien decide, cuando es un empleado más de los ciudadanos, que le pagamos su sueldo y sus haberes – parar esta sangrienta guerra, tampoco lograríamos la paz que quieren los mexicanos. Necesitamos un orden humano, justo, solidario, en el que las relaciones sociales estén guiadas por la cordialidad, por la solidaridad, por la ternura, por el amor al prójimo, por el cambio de pesos y contrapesos, en donde un “gobierno” mande obedeciendo. Convertir la utopía en una realidad. Equilibrar las relaciones capital – trabajo, en un sistema en que cada quien reciba lo que necesita y de lo que puede dar. Dar cada quien, según su capacidad, y a cada quien, según su necesidad. Ciertamente una utopía, pero que – por qué no – puede volverse una gratificante realidad. Necesitamos los mexicanos el equilibrio del movimiento. Lo que propugnan los grandes místicos de la re – ligión y la política: Martin Luther King, Mahatma Ghandi, Jesucristo, Sidartha Gauthama, Helder Cámara, Juan José Gerardi, Oscar Arnulfo Romero, Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Sergio Méndez Arceo, Samuel Ruiz García, Raúl Vera López, y una legión de creadores de verdadera paz. El gobierno ciertamente tiene que parar esta guerra presuntamente en contra del crimen organizado. Habría que preguntarse si no es simplemente un acto de egoísmo, de exaltación del ego, como ocurrió en aquellos años “maravillosos” de la guerra contra los contrabandistas de alcohol en los Estados Unidos, que nunca resolvió el problema, pero que dejó una estela de muerte que jamás será olvidada. La paz que los mexicanos queremos es esa paz agustiniana, producto de la justicia, y justicia es darle a cada quien según su necesidad. Y compadecernos entre nosotros, como el Samaritano desmontó su cabalgadura para solidarizarse con el moribundo que había sido asaltado y maltratado, al punto de peligro de muerte, por una banda de sicarios. La historia se repite.

 

Qué paz queremos. La paz que respete el orden de la naturaleza, las leyes perfectas que permiten que las constelaciones no choquen entre sí. Una paz que logre que los seres humanos tomen, cada uno, conciencia y vivan en estado consciente. Se puede. Claro que se puede convertir la utopía en realidad. Es cuestión de meditación, mi querido Felipe. De darte cuenta de que eres mandatario; no mandante. Y tienes sobre tus espaldas la posibilidad de que cada mexicano sea feliz, viva en paz consigo mismo y con sus semejantes. Sí podemos ser instrumentos de paz verdadera.

 

http://analisisafondo.blogspot.com/análisisafond@gmail.com

 

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