uindforoind
525
27 de abril de 2010
15diario.com  


 

La inseguridad y el bicentenario

José Juan Olvera

Qué relación encuentro importante entre el Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución con los actuales hechos de violencia en mi país? ¿Qué pasó al término de esas guerras entre los diferentes grupos contendientes, para poder reconstruir una vida cotidiana, una vida posible? ¿Qué pasó entre 1915 y 1920 con los grupos revolucionarios, sus contingentes y ejércitos todos?, ¿qué pasó con sus odios, sus miedos, sus deseos de venganza, sus familias separadas, destrozadas o muertas? Necesito saber más para aprender.

 

Pienso, por ejemplo, que luego de la Revolución se firmó la paz, se extendieron perdones, gran parte de la clase dominante desapareció, otra se reincorporó poco a poco a las nuevas élites del poder, se anunció un reparto agrario que llegaría tarde, flaco o nunca llegaría, se crearon nuevas instituciones y se construyó un nuevo pacto social. Aún y cuando quedaron odios y miles de cuentas pendientes, se pensó en toda la gente por igual que, además, estaba exhausta de la muerte y la violencia. Más en el discurso que en la acción, cierto, pero se pensó en la gente.

 

Es verdad que estos grupos tenían causas sociales que enarbolar y proyectos de nación diferentes. Lo que no impedía que entre unos y otros se llamaran "traidores", "bandidos", "vendepatrias", "criminales", "gente fuera de la ley"; mientras que hoy, las organizaciones de la industria del narcotráfico tienen como meta la generación de ganancias y su crecimiento mediante el impulso de la corrupción y el terror.

 

Aún con esa diferencia clave, los discursos actuales del ejecutivo hacen caso omiso de las hermanas, madres, hijos o amigos de los mexicanos ingresados en esta industria, como si fueran mexicanos desechables. No puedo aceptar eso. Ciertamente están fuera de ley, pero esa actitud garantiza más rencor, más sangre, más venganza.

 

Para apoyar al gobierno en una guerra, primero tengo que hacerla mía, convencerme de que es necesaria. Si lo hago, le apoyaré en lo necesario. Pero a mí el gobierno me impuso una guerra, sólo me avisó. Ciertamente el gobierno me advirtió: "será una guerra larga y causará bajas". No se le ocurrió pedirle permiso al Congreso, pues no hay un enemigo exterior visible. Tampoco se le ocurrió pedir inmunidad militar para que los soldados estuvieran protegidos con cierto fuero; el Congreso se la habría negado.

Primero tenía que sacar a los militares a la calle y una vez allí, no habría regreso. Hoy vemos escenas que no se ven en la guerra de Irak: contingentes enteros fuera de ley en caravanas, entrando a los pueblos del noreste de México para aprovisionarse, de la misma manera que muchos otros en guerra: generando terror, robando, asesinando. Del mismo modo que los militares, haciendo su trabajo, causan bajas civiles y violan derechos humanos "daños colaterales".

 

No estoy contra el Ejército, de ninguna manera, estoy contra el uso político que se está haciendo de él. Si una guerra no goza de apoyo, no dura por mucho tiempo. Hoy, sin embargo, los ciudadanos no pueden expresar su apoyo o descontento, porque están presas del pánico. En esas condiciones es difícil expresar una opinión, por lo que uno puede confundir respeto o apoyo al gobierno, con miedo. Aún recuerdo cuando, en el 2009, el presidente Calderón, ante los señalamientos de lugares donde ya no podía entrar la policía, exigía un ejemplo, uno solo, de algún lugar que estuviera exento de la acción del Estado de Derecho.

 

En ese entonces los consejeros electorales en Monterrey teníamos varios ejemplos, donde no se podía realizar libremente el trabajo preparatorio de elecciones. Ni el gobierno ni el IFE dieron mucha importancia a ello. Hoy son regiones enteras en las que la ciudadanía no tiene poder alguno y vive en la zozobra, mientras busca una alternativa para huir, de Juárez, Camargo, Reynosa, Matamoros. Así será, primero la franja fronteriza noreste, después Monterrey, después ¿los marines norteamericanos?

 

Un amigo comparaba la diferente preparación técnico-militar entre soldados y narcotraficantes y concluía que, por su gran disparidad, era cuestión de tiempo para que se terminara con estos últimos. ¡"Que los liquiden a todos"! Le contesté que a quien esté fuera de la ley no le es necesaria mucha instrucción. Le basta saber que eres capaz de corromperte por dinero para cualquier fin deseado por él. Porque para mí el problema principal actual no es el narcotráfico, sino la corrupción, la impunidad y la desigualdad. Estas tres situaciones juntas, con influencias que se autoalimentan, corroen toda política pública, todo esfuerzo colectivo. Inclusive si las drogas fuesen legalizadas paulatinamente, la fuerza de estas tres desgracias nacionales destruiría todo efecto positivo de tal política. En tal situación, me pregunto ¿cuánto tardarán las fuerzas armadas en sucumbir ante la combinación de violencia y corrupción?

 

Si contra estos tres problemas mencionados: corrupción, desigualdad social e impunidad, no acordamos una política de Estado, nacional, consensada, plural, no hay mucho que hacer. No acepto una "cultura de la legalidad" en donde decida yo dejar de comprar una mercancía pirata, pero los gobernadores de Puebla, Oaxaca y Sonora, estén impunes, luego de señalarse públicamente sus yerros o ineficiencias. Eso no se llama cultura de la legalidad, se llama cultura de la impunidad para los poderosos.

 

Porque, además, no vamos a tener nunca el gobierno ideal, ya que somos un país diverso, dividido y desigual. Y en el remoto caso que lo tuviéramos, ningún gobierno podría llevar a cabo renovaciones profundas si no es respaldado por la acción individual de sus ciudadanos. Si no tiene el apoyo del padre que se interesa por la educación de sus hijos participando activamente en las juntas escolares, de la madre que habla a los medios para denunciar deficiencias de la autoridad; si no hay quien escriba cartas a los medios, quien reclame sus derechos como consumidor. Aquí interesa menos que el ciudadano sea opositor o partidario del gobierno.

 

Cuidar las elecciones.

¿Cómo llegará la ciudadanía a las elecciones, en caso de que llegue?  ¿Llegará asfixiada entre las presiones de la crisis económica, el narcotráfico y el poder militar, mientras la clase política vive en otro tiempo y lugar? Si es así, no quiero saber cómo serán mis gobernantes. Ni siquiera quiero saber de elecciones, no le veo caso. Pues por más alternativas a la justicia, comercio, educación y participación, ninguna puede reemplazar a la renovación periódica del poder, manteniendo y reinventando sus instituciones. Por ejemplo, quienes vivimos el proceso de construcción del IFE, pues vivimos sin él gran parte de nuestras vidas, sabemos el peligro de tirar a la bañera con todo y niño.

 

No extraña que la gente rechace hoy ejercer ciudadanía. Nunca la conocieron ni pudieron ejercerla plenamente, salvo, quizá en un corto periodo de este siglo. La ausencia del trabajo ciudadano durante décadas, paralelo al daño que realizaron los gobiernos anteriores, por acción u omisión, nos cobra, al cabo de los años, una factura tan grande que nadie quiere pagarla porque temen por sus familias, sus propiedades, su futuro. Los estudiantes asistentes a esta marcha dicen "¡aquí estamos!". Esto es un buen inicio. Quizá eso refleje la importancia del factor educación en el intento de reencaminar este caos. Ojalá no sea tarde.

Para compartir, enviar o imprimir este texto,pulse alguno de los siguientes iconos:

¿Desea dar su opinión?

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

marind

 

librosind

 

angular

q77s