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9 de agosto de 2010
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Domingo con soldados

Ximena Peredo

 

Venía yo de correr en Fundidora, y me dirigía a mi casa, en bici. Como era domingo muy temprano no había casi carros en las calles, por eso decidí, irresponsablemente –y qué- dejarme los audífonos y no interrumpir el concierto de Daft Punk.

 

Era la única persona que esperaba el verde sobre Isaac Garza, para cruzar Félix U. Gómez. Sin estar bailando, marcaba el ritmo de la música. Pensaba en lo lindo que es comenzar los domingos así, andando en bici mientras la ciudad descansa y repone energías.

 

El sol estaba oculto entre las nubes y cierta brisa fresca, como de madrugada, se paseaba aprovechando que se podía jugar en las calles. En eso fue que vi venir del Sur una camioneta llena de militares. Ah, los militares en domingo, pensé yo. No van. ¿Qué hacen en esta mañana los militares/ qué hacen perturbando el sueño de nuestras calles? Nos cruzaríamos en segundos.  Ellos iban hacia el Norte y yo hacia el Oriente, el cruce de nuestros caminos era una analogía inmejorable. Porque yo no siento ir en un camino opuesto al suyo, sino alternativo.

 

Pero en fin, pensaba yo todo esto cuando de pronto, al cruzar justo enfrente de mí, los cinco militares cubiertos de su rostro, con sus armas a su lado, levantaron su pulgar y me saludaron, puedo decir que contentos. Los soldados se alegraron conmigo, por mi domingo, porque alguien, yo, medio bailaba mientras esperaba el verde. Absolutamente confundida levanté también mi pulgar, y sonreí.

 

Luego mi semáforo se puso en verde y crucé pensando en ellos. Tal vez  hubieran querido bajar de esa camioneta para salir a disfrutar un domingo, una mañana nomás. Iríamos juntos y yo les compartiría la ciudad mía, la hermosa Ciudad oculta en los bolsillos del vendedor de tacos que pasa todos los días pregonando por mi calle. Los llevaría al parque, a descansar, a ver jugar a los perros.

 

Les presentaría a Beto, a Nina y a Rubén, los tenderos de la esquina. Invitaría a mis amigos. Pasearíamos en palomilla por la Ciudad, contemplando las casas bonitas, con sus helechos y sus flores rebosantes. Al final tomaríamos una cervecita y brindaríamos por las veces en que los viajes se cruzan y en la coincidencia de habernos encontramos. Ese punto es el paraíso que nos queda.

 

www.ximenaperedo.wordpress.com

 

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