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8 Noviembre 2010
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150 años de la Reforma Liberal
Víctor Orozco

El pasado mes de septiembre, el Consejo Universitario de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, tomó el acuerdo de convocar a la celebración del ciento cincuenta aniversario de la Reforma Liberal. Se recordará que las tropas liberales derrotaron finalmente al ejército conservador en sendas batallas libradas en Silao y Calpulalpan el 10 de agosto y el 22 de diciembre de 1860, respectivamente. Y el 1 de enero de 1861, el gobierno republicano encabezado por Benito Juárez, se instaló en la capital de la república.

Este último acontecimiento significó la mutación de fuerzas políticas y cambios en el proyecto de nación de mayor envergadura en la historia de México. Es por esta causa que la convocatoria de la institución universitaria se encuentra de sobra justificada. En efecto, el triunfo liberal al término de la guerra también llamada de los tres años, (se inicio el 17 de diciembre de 1857) marcó una profunda diferencia con el pasado en al menos tres grandes temas:

- UNO, separó a la iglesia y al Estado. Varios analistas e historiadores concluyen que este proceso, que tuvo lugar en todo el mundo occidental, en realidad constituyó a la entidad política moderna. Y, ciertamente, no se puede hablar de un Estado en estricto sentido allí donde la ley no tiene un carácter universal. La primera de las emancipaciones, ocurrió en el momento en el cual ya no se distinguió entre católicos, protestantes, judíos, musulmanes o no creyentes, para otorgar o reconocer derechos políticos. Vendrán después otras liberaciones, como la igualación jurídica entre hombres y mujeres, entre poseedores de riqueza o carentes de ella, entre ilustrados o ignorantes, etc., etc., pero el punto de arranque para que pueda hablarse de la existencia de un Estado, es la separación entre el trono y el altar. Tampoco es posible el ejercicio de ningún derecho individual si ambos poderes se encuentran fusionados. De hecho, el mayor peligro que corren las libertades públicas, ha sido desde siempre la confusión entre la fe y la política. O, quizá mejor debiera decirse, la dominación de esta ultima por los dogmas religiosos.

La formación del Estado mexicano, puede seguirse casi puntualmente con la promulgación de este portentoso cuerpo jurídico que fueron la constitución de 1857 y las llamadas Leyes de Reforma, promulgadas en medio de la confrontación armada por el gobierno republicano establecido en Veracruz. La desamortización  de los bienes del clero, el establecimiento del registro y del matrimonio civiles, del divorcio, la secularización de los cementerios, la instauración de la libertad de enseñanza, la prohibición del cobro forzoso de diezmos y de otras contribuciones a la iglesia, de la coacción para hacer cumplir los votos religiosos o cualquier contrato que trajera como consecuencia la perdida de la libertad y finalmente la proclamación de la libertad de cultos, todas estas fueron medidas que dieron lugar al nacimiento del estado mexicano y de todas sus instituciones generales. También, proporcionaron el mayor de los impulsos conocidos hasta hoy para que los habitantes de estas tierras abandonaran la condición de súbditos y se convirtieran en ciudadanos.

DOS, la supresión del ejército profesional, venido desde los últimos tiempos de la colonia y de la guerra de independencia. La primera disposición que tomo Jesús González Ortega, jefe de las fuerzas liberales, fue expedir el decreto que se daba por extinguido al viejo cuerpo militar. Todavía habría que bregar largo tiempo para someter a los espadones (como se les conocía en el siglo XIX) al poder civil, pero este fue el punto de partida. Si hubiese triunfado el lema de "Religión y fueros" en este guerra, hubiéramos transitado por otro largo siglo o siglo y medio, con la bota de los militares en el cuello, fraguando golpes de estado un año sí y otro también. Desde el punto de vista militar, la de reforma fue una guerra revolucionaria en la que el pueblo armado derrotó a la organización militar y sentó las bases para que ésta se sometiese al gobierno civil y a sus leyes.

TRES, ni en Francia, ni en España, ni en Italia, ni en los países latinoamericanos, podía formarse una nación en el sentido moderno del concepto, si se conservaban los monopolios y las grandes concentraciones de la tierra. Por ello hubo intentos de su expropiación o división en todas partes, aunque no siempre exitosos o llevados a buen término. En México, los gigantescos latifundios eclesiásticos representaban una especie de soga alrededor del cuello que asfixiaba las relaciones económicas, obstruía el crecimiento de la población y ahogaba también a las finanzas públicas. La obligación impuesta a las corporaciones del clero de vender a sus arrendatarios todas las fincas rústicas y urbanas en 1856 y luego su nacionalización en 1859, fueron las premisas para establecer un mercado y un erario nacionales. Quedó mucho por hacer entonces, tal fue la repartición de los latifundios civiles o laicos como se les llamaba a las monstruosas propiedades de los terratenientes privados, pero la constelación de fuerzas populares no dio para alcanzar esta conquista social. También hubo efectos secundarios perniciosos como la continuación del proceso de afectación de las tierras pertenecientes a comunidades indígenas, comenzado y no interrumpido desde antes de la independencia.

Es preciso recordarlo: sin estos cambios históricos, no habría sociedad, ni estado y es muy probable que tampoco nacionalidad mexicana. Vale señalar que la revolución liberal hizo posible la defensa de la Patria durante la guerra intervención francesa, pues en ausencia de las fuerzas sociales que construyó política y militarmente, aquella hubiera sido imposible y el desmantelamiento del territorio mexicano, iniciado por Estados Unidos, se habría consumado por Francia, casi inevitablemente. Diría, por eso, que la comentada estará entre las revoluciones más "oportunas" de entre todas las conocidas. A estas horas, nos habríamos convertido en un "pueblo sin historia", de esos destinados a ser pasto de los vencedores y parias en los mismos sitios donde nacieron sus ancestros.

Considerando lo anterior, el acuerdo tomado por la máxima autoridad de la UACJ, tiene una enorme relevancia, porque abona en este largo y complejo proceso que ha llevado a varias generaciones a la construcción de nuestras identidades e instituciones. Además, recupera para la memoria colectiva una de las fases y gestas populares que mayor orgullo y confianza en el futuro generaron entre los mexicanos de hace siglo y medio, por cuanto de ella emergieron como hombres libres en una nación libre.  En estos malos tiempos, cuando parece que la nación se nos desgrana, vale acudir a las lecciones del pasado y a las reservas morales que tienen todas las colectividades. Los mexicanos poseemos una de las más valiosas en este triunfo de las libertades que tuvo lugar en 1861.          

Ojalá que la iniciativa de la casa de estudios juarense caiga en suelo fértil y la hagan suya otras universidades, entidades públicas, organizaciones privadas o sociales, estudiantiles y sindicales, así como historiadores, periodistas, escritores e intelectuales.

 

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