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16 Noviembre 2010
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El normalismo y la revolución
Héctor Franco Sáenz

Este próximo sábado 20 de noviembre, se formalmente se cumplen cien años del inicio de la Revolución Mexicana, movimiento que para cuando se empezaran a concretar sus demandas más sentidas, como escuelas y tierra para los campesinos, tuvo que pasar por diferentes etapas como fueron: la lucha por la democracia de Madero, la Revolución Constitucionalista, hasta llegar al Cardenismo.

Cada uno de esos momentos estuvo signado por el estilo particular del dirigente o el gobernante en turno, por lo que es frecuente escuchar hablar del “Magonismo”, “Obregonismo”, “Delahuertismo” o del “Callismo”, formas utilizadas para indicar el tono propio que se imprimía a la acción de gobernar.

Como debía de ser, la época postrevolucionaria conoció de grandes avances sociales que se instituyeron a pesar de las objeciones presentadas, aún por los propios que en este movimiento social tuvieron su origen y razón de ser, por lo que puede afirmarse que “la Revolución Mexicana es una madre a la que muchos de sus hijos niegan” o se hacen desentendidos, lo cual aunque pueda explicarse nunca se podrá justificar.

Entre los sectores sociales que jugaron un papel central en el movimiento armado, lugar muy especial corresponde a quienes estando en la Normal como estudiantes, dejaron las aulas para incorporarse a la lucha con alguno de los jefes revolucionarios, o quienes habiendo egresado de alguna institución de este tipo, optaron por marchar al lado de los que no solo demandan el cambio, sino que lo provocan con sus acciones.

A pesar que desde 1833 Valentín Gómez Farías decretara que debía establecerse “una escuela Normal para los que se destinen a la enseñanza primaria” de varones y otra “de la misma clase para la enseñanza primaria de mujeres”, y que por esas fechas se haya creado una Escuela Normal Lancasteriana en Zacatecas y en Monterrey otra del mismo corte en la década siguiente, es durante el porfiriato cuando tal proyecto adquiere estabilidad y permanencia institucional a partir de la fundación de la primera escuela normal reformadora e innovadora, que se crea en Orizaba, Veracruz en 1885, bajo la guía de Laubscher y Enrique Rébsamen.

Si bien, para entonces seis estados contaban con una Normal de Profesores, como Nuevo León que la funda “Gonzalitos” en 1870, es a partir de la experiencia veracruzana cuando empiezan a desaparecer las escuelas que dirigen señoras dedicadas a enseñar el silabario, el catecismo y otros oficios “propios de mujeres”, para dar paso a los maestros que egresan de las nuevas instituciones que se crean y arraigan durante el régimen de Díaz, dado el proyecto de integrar la nación a partir de la labor educativa por medio de los Congresos Nacionales de Pedagogía e integración de planes nacionales de estudio, por ejemplo.

Muestras de esa voluntad es que durante el porfiriato, la profesión de maestro era la que contaba con mayor número de integrantes, seguida por los abogados y los médicos, destacando el hecho de que este era el único campo profesional con una mayor participación de la mujer, dadas las facilidades que se daban para ello, como el no ser considerada una labor difícil, ejercicio que iniciaba por lo general entonces, incluyendo a los varones, al terminar la primaria completa y hacer cuatro años de Normal para ser maestro de primaria elemental y seis para serlo de primaria superior.

Hijas de pequeños comerciantes o empleados las mujeres que se adscriben al magisterio son citadinas por lo general, en cambio los varones, la mayoría eran de extracción muy humilde que buscaban estudiar para trabajar en mejores condiciones, y dadas las características socioeconómicas del régimen, quienes podían aspirar a servir de maestros eran quienes provenían de clases sociales muy necesitadas, lo que de alguna forma, sirvió para contener el mejoramiento social e intelectual de los maestros.

El origen que se menciona, conjugado con el acceso a las ideas, van a convertir a este sector junto con el de los abogados, hasta los sesentas, en el sector social políticamente más activo, como se aprecia desde el inicio de la lucha contra el porfiriato y en el desarrollo de la Revolución Mexicana desempeñando el papel de intelectuales.

Como tales los maestros se encuentran en el núcleo organizador del Partido Liberal Mexicano con los Hermanos Flores Magón, en los que ayudan a formular el Plan de Ayala, en la lucha contra Huerta y en la firma del Plan de Guadalupe, como parte del “Estado Mayor” de algún Jefe Revolucionario y en los mismos campos de batalla en los que alcanzaron algún grado militar, como sucedió en los casos de Antonio I Villarreal y Librado Rivera en el PLM u Otilio Montaño en la redacción del “Plan de Ayala”.

También otro elemento que se debe mencionar que explica la identificación de los profesores con la Revolución Mexicana se encuentra en la posición que por lo general intelectuales y universitarios tomaron a favor de Victoriano Huerta, contrario a como sucede con los maestros, que de las propias escuelas Normales salen para ponerse a las órdenes de algún jefe revolucionario como sucede cuando Basilio Vadillo deja las aulas de la Escuela Nacional de Maestros para ir a Mazatlán y militar en las fuerzas de Obregón.

Tal y como se puede apreciar, en los hechos los profesores se asumen como “parte del Estado”, máxime cuando triunfa la Revolución; “funcionarios de Estado” por la labor que realizan en la formación de las nuevas generaciones con claro apego a las ideas que le dan origen en la Revolución Francesa; función que el neoliberalismo terminó por acabar al convertirlos en “licenciados” pasar a ser esta profesión, una más dentro del elenco de las profesiones liberales, situación con la que el Estado abdica en los hechos, a ser el responsable de la formación de profesores de la educación básica

En fin, así fue la Revolución Mexicana y ese el papel que jugaron quienes egresaron de las Normales, como fueron en Nuevo León personajes relevantes que no deben olvidarse, entre los que están: Antonio I. Villarreal, Gregorio Morales Sánchez y Antonio Moreno Garza.

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