700 29 Diciembre 2010 |
FRONTERA CRÓNICA Lo normal es que cada que termina un año nos hagamos propósitos para el que viene y deseemos a las demás personas que tengan uno próspero. Por lo general, los propósitos quedan olvidados y los deseos, tal vez por ajenos, sin cumplir. Pero eso parece no habernos importado hasta ahora porque seguimos proponiéndonos hacer algo y deseando parabienes con la mayor sinceridad del mundo. Sin embargo, después de ver cómo transcurrió este año, lleno de enfrentamientos armados, muertes accidentales y no accidentales, asesinatos de gente que sólo pedía justicia, atentados con el fin de aterrorizar a la gente, secuestros verdaderos y simulados, dudamos. ¿Qué nuevos propósitos sería mejor hacernos? ¿Qué podríamos desear en estos tiempos a las personas que más apreciamos? Son preguntas fáciles de formular y hasta triviales, pero de difícil respuesta si no queremos quedarnos en la superficie. Atrás han quedado propósitos inocentes como ponerse a dieta, dejar de fumar, ser mejor persona, no decir maldiciones, ahorrar para la compra de una casa o un auto. Atrás también parecen haber quedado los deseos de un próspero año o de que se cumplan todos los propósitos. Este último, sobre todo, es un arma de dos filos, porque no sabemos si nos conviene que a esa persona se le cumplan sus propósitos. ¿Sabemos acaso si son buenos o malos, no digamos ya para con nosotros, sino para con los demás? Por supuesto, a nadie se le ocurre desear un temible año nuevo o uno peor que el pasado; ni se le ocurre desear que los propósitos de quienes le rodean no se cumplan. No dudo que haya quien se proponga asesinar al doble de personas que asesinó el año que termina; o se plantee violar a más mujeres el año que viene; o planee elevar la cifra de “mordidas” que recibió este año; o pretenda reprobar a más estudiantes que el semestre anterior. Sin embargo, esto no representa más que una pequeña parte de la población. La verdad es que, aunque la mayoría de la gente está preocupada por mejorar la situación, cada día es más difícil desearles a algunas personas que se les cumplan sus propósitos. Sobre todo cuando vemos la violencia soterrada que esas personas asestan a la mayoría. No es necesario hacer listas exhaustivas con ejemplos. Bastará con mencionar el pequeñísimo aumento que se ha concedido al salario mínimo para saber al tipo de violencia a la que me refiero. Si comparamos la violencia sutil que este aumento provoca y la cifra de muertes accidentales que ha arrojado la narcoguerra mexicana, encontraremos tres pequeñas diferencias: en primer lugar, las víctimas del aumento liliputiense no son accidentales; en segundo lugar, las muertes accidentales son instantáneas, las que produce la violencia económica son lentas, tal vez a largo plazo; en tercer lugar, nadie supone que se trate de violencia, y eso es lo más grave. jrmavila@yahoo.com.mx
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