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805 25 Mayo 2011 |
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FRONTERA CRÓNICA En 1885, Robert Louis Stevenson, escribió en su relato The body snatcher:“La obtención de cadáveres era continua causa de dificultades tanto para él como para su patrón. En aquella clase con tantos alumnos y en la que se trabajaba mucho, la materia prima de las disecciones estaba siempre a punto de acabarse; y las transacciones que esta situación hacía necesarias no sólo eran desagradables en sí mismas, sino que podían tener consecuencias muy peligrosas para todos los implicados”. En aquella época, pensar en robo de cadáveres era pensar en profanación de tumbas y en interrupción del eterno descanso de una persona (o al menos de lo que restaba de ella: su cadáver), por lo tanto, el relato de Stevenson estremecía fuertemente a quien lo leyera. En 1945, se filmó El ladrón de cadáveres, basada en el relato. En la película, Boris Karloff personificaba al ladrón de tumbas, el cochero John Gray, provocando verdadero terror en la gente que asistía a las funciones. Hoy, a ciento veintiséis años de la publicación del relato y a sesenta y seis del estreno de la película, es difícil saber si producirán el mismo efecto que en sus respectivas épocas. Sobre todo cuando se sabe que en algunos panteones del Distrito Federal se comercia abiertamente con calaveras para el uso de estudiantes de odontología, o que aparecen en Internet ofrecimientos o peticiones de calaveras humanas para cursos de higienista buco-dental y nadie se perturba. Y eso sucede desde hace no menos de veinte años. Pero si vamos más cerca, que no se nos olvide el robo de cadáveres que se hace hoy (producto de enfrentamientos entre grupos armados en la no-guerra calderónica), de manera abierta (¿cuál clandestinidad?), a la luz del día (¿cuál nocturnidad?), en las calles del área metropolitana (¿qué necesidad hay de profanar tumbas?), frente a las autoridades (armadas y no armadas), en medio de un denso tráfico vehicular (y en plena hora pico). Si alguien supone que miento, eche un vistazo a lo sucedido el domingo 22 de mayo en el Café Iguana de Monterrey, donde fueron ejecutadas cuatro personas y más tarde robados tres cadáveres frente a medios de información y policías municipales. Aún más, si le parece poco, revise las hemerotecas locales y encontrará no pocos hechos similares. Nadie sabe, nadie quiere saber, nadie contesta si se cuestiona por qué los retiran de la vía pública. Hay quien alega que no es robo sino rescate de los cadáveres para darles debida sepultura, hay quien asegura que los sustraen de las calles para que no se les identifique, hay quien prefiere guardar silencio. Hoy nadie parece inmutarse ni sentir miedo (como en el relato o en la película) ante hechos como éstos. ¿Serán tan malos los tiempos que corren o seremos nosotros quienes ya no damos para más?
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