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905 13 Octubre 2011

EL CRISTALAZO
Política y literatura
Rafael Cardona

Ciudad de México.- En este mundo suceden cosas “reales, imaginarias y dudosas”, como dice Jorge Luis Borges, como para a veces sorprendernos gratamente.

El martes, después de mi análisis radiofónico del lunes sobre la propuesta, convocatoria o manifiesto de los políticos e intelectuales metidos en la búsqueda de una fórmula de gobernabilidad ante la evidencia de no hallar un candidato con arrastre suficiente para influir en el Congreso y destrabar el crónico atasco del neo sistema, un lector me hizo llegar un fragmento de “Cien años de soledad”.

Ese mismo día yo había sido invitado a la “pre-inauguración"  de la sede San Ángel del restaurante “El cardenal” en la avenida de La Paz. Cuando llegué a la mesa asignada, con un par de amigos, me topé de manos a boca con Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis.

Pero el círculo no acaba ahí.
 
En otra mesa vecina estaban algunos de los firmantes del famoso desplegado y el responsable de su publicación, Manuel Camacho Solís. Saludé a todos y me fui a mi mesa pensando cómo se mezclaban todos estos elementos recientes. El manifiesto, el fragmento enviado a mi correo y los autores. 

Como todos recordamos, el coronel Aureliano Buendía promovió quien  sabe cuántas guerras civiles y las perdió todas sólo para ver cómo la diferencia entre liberales y conservadores era la hora de ir a misa o el color de la pintura de la casa. Todo es la búsqueda del poder, me dice el lector Noé Ramos, a quien le debo el hallazgo de estas líneas las cuales envío a Manuel Camacho y los demás firmantes, incluido Luis Martínez. 

“Eran seis abogados de levita y chistera que soportaban con duro estoicismo el bravo sol de noviembre. Úrsula los hospedó en la casa. Se pasaban  la mayor parte del día encerrados en el dormitorio, en conciliábulos herméticos, y al anochecer pedían una escolta y un conjunto de acordeones y tomaban por su cuenta la tienda de Catarino. ‘No los molesten -ordenaba el coronel Aureliano Buendía-. Al fin y al cabo, yo sé lo que quieren.’
 
“A principios de diciembre, la entrevista largamente esperada, que muchos habían previsto como una discusión interminable, se resolvió en menos de una hora.

“En la calurosa sala de visitas, junto al espectro de la pianola amortajada con una sábana blanca, el coronel Aureliano Buendía no se sentó esta vez dentro del círculo de tiza que trazaron sus edecanes. Ocupó la silla entre sus asesores políticos, y envuelto en la manta de lana escuchó en silencio las breves propuestas de los emisarios. Pedían, en primer término, renunciar a la revisión de los títulos de propiedad de la tierra para recuperar el apoyo de los terratenientes liberales. Pedían, en segundo término, renunciar a la lucha contra la influencia clerical para obtener el respeto del pueblo católico. Pedían, por último, renunciar a las aspiraciones de igualdad de derechos entre los hijos naturales y los legítimos para preservar la integridad de los hogares.

“- Quiere decir -sonrió el coronel Aureliano Buendía cuando terminó la lectura- que sólo estamos luchando por el poder.

“- Son reformas tácticas -replicó uno de los delegados-. Por ahora, lo esencial es ensanchar la base popular de la guerra. Después veremos.

“Uno de los asesores políticos del coronel Aureliano Buendía se apresuró a intervenir.

“- Es un contrasentido -dijo-. Si estas reformas son buenas, quiere decir que es bueno el régimen conservador. Si con ellas logramos ensanchar la base popular de la guerra, como dicen ustedes, quiere decir que el régimen tiene una amplia base popular. Quiere decir, en síntesis, que durante casi veinte años hemos estado luchando contra los sentimientos de la nación.

“Iba a seguir, pero el coronel Aureliano Buendía lo interrumpió con una señal. ‘No pierda el tiempo, doctor -dijo-. Lo importante es que desde este momento sólo luchamos por el poder.’
 
"Sin dejar de sonreír, tomó los pliegos que le entregaron los delegados y se dispuso a firmar.

“- Puesto que es así -concluyó-, no tenemos ningún inconveniente en aceptar...”

Novelas
Hoy la literatura viene en nuestro auxilio para comprender la magnitud de nuestras condiciones. 

La historia de los conjurados, en la extraña conspiración para asesinar al embajador saudita en Washington, Adel Al Jubeir, con el auxilio de los “Z” y las fuerzas oscuras de Irán en medio de un tránsito implacable de drogas del Medio Oriente a México (según dice el NYT) no parece creíble, así lo hayan dado a conocer muy serios Eric H. Holder Jr, subprocurador americano y la previsora cancillería mexicana, cuyos buenos oficios desajustaron la maniobra de internacional maldad cuando el iraní Mansor Arbassiar, el agente principal del complot, fue detectado en México donde había contactado a los terroristas “zetianos”.

Hace muchos años Rafael Bernal escribió una sabrosísima novela llamada El complot mongol, cuyos escenarios discurrían de la Mongolia Exterior y la calle de Dolores, en la ciudad de México, pasando por el resto del mundo. También trataba de un magnicidio.

Muchos calificaron de fantasioso al escritor y diplomático mexicano, pero hoy vemos una red amplísima en la cual se nos revela una  nueva línea de los “Zetas”, quienes ya no operan sólo en Boca del Río o Reynosa, sino hasta en las riberas del Mar Caspio y los plácidos jardines de Washington D.C.


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