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928 15 Noviembre 2011

Manos sobre la ciudad
Abraham Nuncio

M
onterrey.-
¿Cómo crecen las ciudades en la sociedad capitalista? No son abundantes los documentos sobre el tema, y menos aún aquellos destinados al público masivo. Manos sobre la ciudad, uno de los clásicos del cine político italiano es uno de ellos.

El tema es el de la especulación inmobiliaria y la construcción por individuos anfibios, que nadan en la  corrupción de las aguas públicas y engordan en tierra de los negocios privados. Dirigida por Francesco Rosi, la historia de este film es el prototipo de la depredación y las componendas entre políticos militantes, funcionarios y empresarios, que subyace al crecimiento urbano. La denuncia que entraña tuvo un impacto de tal magnitud, que el mismo tema no ha vuelto a ser abordado en el cine sino con mediocres resultados.

Edoardo Nottola, un regidor de la municipalidad de Nápoles, se dedica a la construcción y aspira a ser el alcalde de la ciudad. Para continuar expandiendo su poder y sus negocios,  vislumbra un predio agrícola como superficie edificable para vivienda urbana. Él y sus socios se encargan de hacer que se cambie tanto el plan de desarrollo municipal como el uso de suelo. No cuentan con que unos trabajos de demolición produzcan el colapso de los muros de un edificio construido por ellos causando muertos y heridos. El escándalo, ya próximas las elecciones, pone a su partido en riesgo. El dirigente le pide al empresario-político que renuncie a su candidatura para evitarlo. Nottola sabe cómo convertir el poder en dinero y el dinero en poder  y logra, corrupción de por medio, modificar a su favor el sentido de la opinión pública. Con ello logra que su candidatura sea un hecho (y la moralidad pública un desecho). 

En los partidos políticos, los gobiernos y las empresas podemos hallar por cientos a los Edoardos Nottola. El ejemplo que daré es una variante de la historia de Manos sobre la ciudad. La empresa Femsa (cerveza y otras bebidas), ahora socia menor de la holandesa Heineken, es promotora del deporte visual (el equipo de futbol profesional Rayados es de su propiedad). Sus posibilidades le han permitido convertir a los estadios en cantinas titánicas. Miles de hinchas fodongos y monotemáticos ven futbol en ellas al tiempo que consumen hectolitros de cerveza.

Ahora, contra la opinión de un importante sector y contra los vecinos afectados, Femsa ha iniciado, en colusión con los tres niveles de gobierno, la construcción de un estadio en terrenos que fueron parte del Parque la Pastora, uno de los pocos pulmones con que cuenta el Monterrey metropolitano —la zona más contaminada del país. Mediante la desafectación de un predio excesivo (para lo que es el objeto del proyecto), al cual le reorientaron de inmediato su vocación oxigenadora con el consabido cambio de suelo, se ofrecieron a la socia de Heineken su concesión por 60 años, un plazo prohibido por la ley —para colmo renovable—, y una inversión pública de 500 millones de pesos destinada a crearle la infraestructura de acceso y otras facilidades. El llamado con toda modestia Macro Centro Comunitario y la Plaza Cívica de la colonia Independencia, considerada una de las “más conflictivas del área”, costó la mitad: 253.4 millones de pesos.

El Colectivo Ciudadano en Defensa de la Pastora, un grupo de defensores del ambiente, ha librado, junto a otras organizaciones y ciudadanos, una intensa lucha en contra del proyecto del estadio de futbol para el equipo Rayados en una superficie donde cabrían cinco estadios Azteca y en una zona a la que su explotación producirá perjuicios sociales, urbanos y ecológicos irreversibles. Su lema, que es también el nombre de su sitio donde han dejado múltiples testimonios del despojo, es Sí al estadio, pero en otro lado.

La opción señalada por el Colectivo y al menos otras veinticinco ONG’s se desdeñó por un motivo aparentemente caprichoso: el predio en cuestión es aledaño al río La Silla. Desde hace más de 120 años, las autoridades han sido incapaces de determinar de dónde salen los metros cúbicos de agua, y su cantidad medida en botellas y latas de cerveza, con los cuales fabrican ésta los dueños de Femsa. Es entonces comprensible que se requiera de Pemex como fuente subsidiadora de aquellos que  explotan los recursos naturales del país evadiendo al fisco.

Pero la historia del estadio impuesto por Femsa a la población del área metropolitana de Monterrey no está concluida. Son demasiados los quebrantos legales y citadinos que rodean al proyecto de la cervecera y cerca están las elecciones.

Los  antecedentes  son vergonzosos.  El  predio mutilado a la Pastora —una autoridad responsable habría procedido a su rehabilitación para mejorar el ambiente— fue comprado durante el gobierno de Alfonso Martínez Domínguez con recursos públicos. Ahora se lo “desafectó” sin motivo pues no se cumplió con el requisito legal de utilidad pública; se violó además, en opinión de Carlos E. Guerrero, miembro de la Sociedad de Urbanismo Región Monterrey, A.C. (SURMAC), “la Ley de Administración Financiera al no existir un avalúo del predio para fijar una contraprestación (renta en numerario) que por ley debe recibir el estado”. Desde la misma Surmac se ha considerado que la vialidad de Guadalupe, donde se levantará el estadio, requerirá, según las propias autoridades, una remodelación general. En otro cálculo, se tendrán que demoler alrededor de cinco mil viviendas para dar acceso al estadio.

La defensa del predio en disputa involucra a numerosos vecinos y organizaciones. Por de pronto se ha interpuesto una demanda de nulidad por parte de unas vecinas ante el Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa en contra de la Delegación Federal de la Semarnat en Nuevo León, que autorizó el proyecto violentando normas propias y otras. Sus argumentos son contundentes: desde un cambio de coordenadas por una autoridad sin facultades para ello, hasta los graves daños que se causarán al ambiente, a la biodiversidad (en el predio se alojan especies protegidas por ley) y a la microcuenca río La Silla y sus ecosistemas adyacentes. La demanda, de 14 puntos, no tiene desperdicio.                                                                                

Luciano Rentería, un ambientalista de viejo cuño comenta: “… nuestra historia es esa, acabar con lo natural para darle paso a los negocios.” Es la historia de Manos sobre la ciudad.

La Jornada

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