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EN LA SEMANA
DE ALFONSO REYES

Óscar Efraín Herrera

culturalogoLa pregunta lógica debería ser, ¿qué harán las instituciones culturales para celebrar el natalicio de Alfonso Reyes? Pero no, la inactividad de las instituciones a nivel local provoca que uno se pregunte, ¿por qué éstas no hacen nada para conmemorar, recordar, analizar, difundir la obra de este escritor que en todas partes del mundo de habla castellana es reconocido? Con excepción de la Universidad de Nuevo León, que año con año realiza su Festival Alfonsino en mayo, y del Tecnológico de Monterrey que tiene su cátedra Alfonso Reyes, a las demás oficinas que se dicen de cultura les ha pasado de noche preparar algo en este 17 de mayo en que se cumplen 120 años del nacimiento del también llamado Regiomontano Universal.

Claro que no es necesario esperar cifras cerradas para hacer homenajes, pero es una buena costumbre aprovechar estas fechas para recordar, releer y reflexionar sobre la obras de nuestros escritores. Es cierto, para ello se requiere cierto esfuerzo, creatividad, iniciativa e interés, cualidades que al parecer no tienen nuestros administradores de la cultura.

Afortunadamente, el INBA sí hace su trabajo y prepara en la Ciudad de México un homenaje nacional y un ciclo de conferencias, y la UANL llega a su décimo segundo año consecutivo de organizar el Festival Alfonsino —un mes de conferencias, talleres, presentaciones de libros, exposiciones—, que incluye todas las artes.

No es novedad que las oficinas culturales se olviden de las actividades importantes, recientemente en el 2008 se vio su ineficiencia cuando a nivel nacional la mayoría de instituciones de cultura realizaron todo tipo de eventos para conmemorar el décimo aniversario luctuoso de Octavio Paz y el 90 aniversario del natalicio de Alí Chumacero. Tampoco en enero de este 2009 nadie hizo algo para celebrar los 75 años de Gabriel Zaid. Dentro de unas semanas será el homenaje nacional para José Emilio Pacheco. Anticipo que pasará lo mismo y aquí nadie hará nada.

Para recordar a Alfonso Reyes, lo mejor es meterse en sus libros y no esperar nada de los funcionarios. Por ello les comparto una serie de breves textos (aforismos, minicuentos, microensayos, epigramas) que he ido subrayando de su correspondencia con Julio Torri. He aquí para su deleite:

Frases de Alfonso Reyes

 

Por regla general, libro escrito es deseo apagado.



Escribir es como la respiración de mi alma, la válvula de mi moral. Escribo porque vivo.



Me es muy grato no poder hablar de mis trabajos sin nombrar a mis amigos.



 

Sino que no quieren entenderme los ignorantes, porque se figuran que no puede ser clásico en la obra quien es romántico en la vida.



Nada hay más conmovedor para mí que una manifestación de talento.



Porque hay en la naturaleza algunos lujos excesivos: las tempestades, el vino, y lo que yo quiero a mis amigos.



Veo que también tú me has echado de menos. Yo, por mi parte, me he amputado, contigo, las 3/4 partes de mi espíritu: ¡toda mi locura!



Soy el enemigo mayor de la imbecilidad y, sobre todo, de la grasa o manteca espiritual.
Por lo cual cada vez que pueda, me alejaré del párrafo ciceroniano. Sin embargo, en el estilo como en la vida y en la culinaria, hay que tener iniciación declamatoria. Día llegará en que digas —como yo—: ¡Ah, la cocina fría, el sabor esencial y los alimentos sin retórica!



(Te anticipo que las buenas frases de mis cartas están ya usadas todas en mis ensayos, los cuales pienso publicar antes de medio año.)



¿Todavía eres anti-pre-postpronuncianista? Yo ahora soy Post-hoc-ergo-propter-hoc-pre-ante-pre-post-ex-prepucio-pronuncianostioy.



Ya estoy demasiado corrido para disgustarme con las erratas, ya no tengo esa histeria de los escritores primerizos; ya sé, sobre todo, que todo el esfuerzo humano es inútil. La errata es un microbio, no se la puede destruir ni a la temperatura del plomo derretido de la linotipia.



Te agradezco la pena de hacer los paquetes y enviarlos, enojo sólo comparable al de parir (me imagino yo). Pero he de darte un consejo: haz tus paquetes siempre pequeños; comienza por envolverlo todo en un papel, que ni sea tan desgarrable como el de periódico, ni esté acartonado y quebradizo; después, envuelve todo eso en un cartón flexible, rudo, especial para envolver que se vende por ahí en las “Fábricas” de cartón, procurando que dicho cartón cubra las cuatro caras de tu paquete (¿estamos?); después, pégale en la cara que te parezca más digna e importante un papel de escribir con la dirección, etcétera; finalmente, átalo todo (o ata el todo) con una cuerda en cruz, muy fuertemente, haciendo unos nudos terribles, más que ciegos, pero cuidando de disimularlos con una graciosa rosita que haga creer en el correo que el paquete es fácil de desatar. A todas estas reglas añadirás la mejor, que es darlo a hacer siempre a a1guna persona manual, a algún hombre de dedicaciones más mecánicas que las tuyas. Todo esto viene a propósito de que tus cajas de cartón llegaron medianamente deshechas. Mi correo tuvo a bien sustraerlas de la aduana, pero quién sabe por dónde se escurrieron siete ejemplares que me faltan, sobre los 75 que habían de ser. Ya te diré si los cobro.



Hablamos mucho de ti, a todas horas; te abrazábamos entre los dos, te sentábamos a nuestro lado y te dirigíamos la palabra: una noche tuve una seria discusión contigo, sobre si la esgrima del florete a la italiana era o no superior a la francesa.



Los hombres no se engañan tanto como pretendemos los artistas de cualquier arte.



Abandona todo pudor. No nos pertenecemos: todas nuestras palabras debemos ofrecerlas a los hombres. Y yo te aseguro que alguien, a través del tiempo, las espera para vivir por ellas. Tengamos la fe en los hijos del espíritu: la voz que no ha de responder nos está esperando. Yo no podría vivir sin esta fe mística, profunda, en las consecuencias de los espíritus. Tenemos la obligación de continuar, para los que nos sigan, el “¡Centinela, alerta!” que alguien ha lanzado en los comienzos de las cosas.



¿Mi hijo? Cabezón, chato, moreno (un tiempo fue rubio), con las rodillas descalabradas, como todo niño robusto, de salud normal, sabe andar descalzo (como cualquier digno ciudadano de la tierra), el cuello algo delgado para mi gusto, travieso sin llegar a enojoso, nervioso como era inevitable (¡oh tiempos!), algo golfillo y capaz de hacerse valer solo, lo que me contenta; lo dejo ser un poco grosero con las gentes y los otros niños, por experiencia propia, nunca leerá el Corazón de Amicis ni cosas por ese estilo. Conoce algunas letras, y pronto comenzará a ir al kindergarten. Se deja arreglar una muela como si fuera persona mayor, y sin darse cuenta de que el dentista es un coco. Me quiere mucho, sin acariciarme demasiado. Anda todo el día en la calle, frente a mis ventanas. No tiene acento propio al hablar, porque habla siempre con el tono de voz del último niño con quien ha jugado; pero, eso sí, sus modos de hablar muy propios y originales: por raro atavismo inexplicable, usa formas de Monterrey (“el riyo”, etcétera), mezcladas con términos
madrileños (“¡hay que ver!”, “Di que sí”, etcétera). A todo el mundo le corrige su manera de hablar, porque lleva desesperantes trazas de académico de la lengua: “No se dice así, sino asao.” En fin, es un buen animalillo, y ya con eso me conformo por ahora. De su profesor de baile, II Torri, tiene algunas vagas nociones.

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