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OPINIONES DE UN PAYASO
CARTA CONTRA
LA INTROMISIÓN
A LA INTIMIDAD
Luis Valdez
Amor,
Mi más reciente trabajo trata acerca de andar de municipio en municipio de Veracruz haciendo crónica de la gente. Historias de vida, es la clasificación que le damos a ese asunto. Como siempre, me ha dado por caer en los mercados municipales y comer lo que venden más barato, sin saber siquiera qué carajos es lo que me estoy llevando a la boca. Una vez una doctora me dijo que cada año iba a Oaxaca, antes de cada comida pedía un diente de ajo y medio limón. Que con eso mataba todo. Yo detesto el ajo, y le tengo pavor al limón desde que, a sabiendas de que te encanta esa fruta, estuviste a punto de bañarme en limón una noche antes de tener sexo.
Así que me meto en un mercado y nada de ajo. Si acaso un poco de limón. Casi siempre café, porque es lo que abunda en esta región. Además el café junto con el chocolate, son bebidas de dioses. Pido un plato, le saco algo de información a la señora (procuro que sea un negocio atendido por una mujer, porque la vanidad les hace más sociables con un par de detalles amables), y al final tomo fotografía.
Algunas veces video, pero mi cámara, aunque es digital y le entiendo lo mismo que entiendo de la física nuclear erótica (¡algo debe tener de erótico el maldito asunto de la física nuclear debe tener algo de erótico!), sólo tiene tarjeta de memoria para pocos minutos de video.
La gente es más sencilla que la del norte de México. No piensan tanto en dinero ni en modas como nosotros. La comida es más rica excepto por la de tu madre (y el pescado empapelado y flan al horno que preparas).
Para la cruda, el nombre del menudo cambia por el de chileatole. Recordemos que en el centro del país le llaman pancita. Las cantinas son demasiado aburridas como para emborrachar a una mesera y oscuras para que ni siquiera se pueda leer. Entonces uno iría a la cantina casi para esconderse de alguien o de algo. A veces entra alguna pareja de ancianos y se presentan directamente a la barra, donde el cantinero los saluda amablemente y luego le grita al borracho en turno: ¡te buscan tus viejos!
Claro que también hay cantinas donde se repite la misma escena que en Monterrey: Las dos meseras son pareja, o en caso de que haya cantinera, es lesbiana. En casos así uno no puede ni siquiera verles el trasero con libertad. Sé que no te ha de gustar mucho la idea de que te mencione eso de verle el trasero a las meseras, pero es como un tic que uno lleva en su formación de adolescente… pero sería si fuera a un bar atendido por meseros, y por la costumbre me resignara a verles el trasero a esos tipos.
Nos quedamos en los traseros de las meseras… Ya te ganaste un mal servicio si la pareja de la empleada te ha visto. Los padrotes trabajan igual que en Monterrey (con la excepción de que aquí no le pican las pupilas a sus mujeres cada que le esconden dinero). Son tipos carismáticos que literalmente le prestan sus mujeres a los clientes. “Eh, carnal, pero págale una copa, que pareces de Monterrey, has de ser re macizo”. Y se ríe y sus tres mujeres y un travesti se ríe, y la manera más astuta de librarse estas emboscadas, es reírse también. “Es que soy bien pedo”, se les dice.
Cambia la calidad de las prostitutas. En Córdoba, por ejemplo, luego de un par de horas de caminar por la plaza le pregunté a un tránsito por el mercado. Bajé por entre panaderías y negocios de zapatos usados, mirando calles que caen por un extremo de la ciudad. Entonces, a la derecha distinguí dos muchachas que no pasaban de los 25 años.
Las dos sintieron mi mirada y de inmediato me llamaron con el dedo. Al ir subiendo la calle noté que era la calle de las prostitutas. ¡Cabrón! (perdón, mi amor, por la expresión, pero fue meramente una expresión de sorpresa)… ¡En Córdoba las prostitutas no son señoras comiendo semillitas!... Bueno, de que las hay, las debe de haber en algún lado, y debido a la oferta y la demanda, sus tarifas han de variar mucho. Cosas así se encuentra uno en estos lugares olvidados por Dios pero (para bien de los libertinos) atendidos por el Diablo. Quizás viceversa, y eso estaría mejor.
¿Por qué te cuento todo esto aprovechando mi columna? Porque el correo postal me desespera y nuestros emails se venden a empresas, partidos políticos y a instituciones como el FBI, la DEA y ahora la PGR… ya no hay ni una pizca de maldita privacidad… (ahora con la ley esa, que aceptaron mientras todos andábamos atontados con la influenza) entonces, pues que sea en un una columna donde lean la de pensamientos mugrosos que pasan por la mente de tu hombre. Si quieren ser investigadores de letrinas, pues que se acostumbren a cargar pañuelos.
Luis Valdez
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