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FANTASMAS
Ileana Cepeda
Ella de movimientos torpes, espalda larga, orejas de elfo y huesos en las manos, llevaba un fantasma que le arrebataba los sueños, cada noche le contaba los lunares y los medía con sus uñas. Hablaban de poesía y filosofía, le cantaba canciones y la encantaba con sus palabras. Cada minuto, le arrebataba los estremecimientos, la persuadía con su sonrisa y podía levantarla como resorte para conseguir unos aretes largos y sin brillos. Ella lo guarda en su memoria y lo alcanza cuando tiene sed, lo escucha en el silencio, lo ve en la oscuridad. Su duende vuelve a su espacio y rodea su cara en carcajadas. Amanecen en el sol y descansan en la luna recostándose en la curvatura de su cintura. Las cuatro o las tres es su mejor hora, justo cuando las palabras se asoman en forma de poemas y los caligramas se retuercen en las pretensiones. Sólo una noche los esconde, una mañana los revela y cada tarde vuelven en el pensamiento. Los fantasmas y yo somos tejedores de historias que se cuentan en los rincones de los informes cotidianos.
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