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LEY DE LOS HOMBRES
JRM Avila
Éste que ves retratado en el periódico, de mirada serena porque se sabe impune, de sonrisa cínica ante la justicia, de cabeza rapada y cubierta de cicatrices; este aprendiz de macho que muestra su pecho de escaso pelo; este desempleado que, a pesar de vivir mantenido por su mujer, la ha golpeado hasta mandarla al hospital; éste, digo, cargará desde ahora con el mal nombre de Venado.
La justicia lo tildará de presunto, a pesar de que todo lo incrimina, a pesar de que no le fueron suficientes pies y manos para propinar la golpiza, a pesar de haber confesado que lo hizo porque un día antes en la madrugada descubrió en el cuello de su mujer marcas de besos y mordiscos que el amante le había dejado, a pesar de expresar que si no la golpeó antes fue porque, aunque todos en el barrio lo sabían, él era el único que lo ignoraba.
Habrá quienes se alegren de lo sucedido y le digan: Qué bueno que le pusiste en su madre, para que aprenda a ser fiel y se le quite lo fácil y ligerita. Otros lo reconvendrán porque se tardó, pero no importa, porque al final se decidió a enseñarle a su mujer quién lleva los pantalones en la casa (olvidando que es ella quien lo mantiene). No faltará quien le dé ánimos y le asegure que la cárcel se hizo para los hombres, aunque sepa que otros hombres lo estarán esperando ahí.
Otros se burlarán diciendo que el Venado madreó a su mujer porque no llevó la cuota completa y que no son sus cuernos los que le duelen sino el bolsillo. Y no se detendrán ahí, porque lo tacharán de mantenido y delicado, y afirmarán que cuando la mujer le arrimaba lana él mismo le conseguía los clientes. Y agregarán que las autoridades no entienden a este bato emprendedor de un negocio familiar de fantasías y servicios sexuales, que lo malo fue que su esposa se clavó más dinero del que le correspondía y no le entregó la comisión completa y, si el Venado lo permitía, sus otras regenteadas se le iban a rebelar, perjudicando al negocio. En el colmo de la burla, alguien afirmará: Me consta que cuando se le amontonan los pedidos y trabajos a su familia, él mismo entra al quite y ejecuta los servicios.
Habrá quien presuma entre amigos: A mí me hizo tres moretones de esos, uno en el mueble troncoso y otros en los blanquillos, si lo llega a saber, la madrina es peor. Otro fanfarrón dirá algo parecido y agregará: ¿A poco el Venado me va a cornar? Una amiga de ambos, envuelta en los alcoholes pero no privada de razón, contestará: Todos son igual de mentirosos, no eran más que palillos de dientes y unas pasas bien arrugaditas. Otro de los amigos dirá: Se me hace que ustedes le entran al arroz con popote y los chupetones se los hizo el patrón y no ella.
Diga lo que diga la gente, éste que ves retratado en el periódico, de mirada serena porque se sabe impune, de sonrisa cínica ante la justicia, de cabeza rapada y cubierta de cicatrices; este aprendiz de macho que muestra su pecho de escaso pelo; este desempleado que, a pesar de vivir mantenido por su mujer, la ha golpeado hasta mandarla al hospital; este que tiene año y medio de vivir en unión libre con la agredida, con la cual presuntamente procreó una niña que hoy tiene nueve meses; éste, digo, no durará mucho en el encierro, porque su mujer sanará de la golpiza en menos de quince días y eso no se considera delito grave. Esta es la ley de los hombres.
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