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LA NUEZ VANA, DE JORGE RODRIGUEZ
Por Eligio Coronado
Cualquier historia se puede convertir en novela si se tiene el interés, la capacidad, la paciencia, el tiempo y el lenguaje para hacerla.
Jorge Rodríguez lo logró y, además, para facilitar su comprensión, adoptó la técnica del narrador omnisciente para contarnos, alternadamente, la trama desde todos los ángulos y todos los tiempos. El largo período donde este árbol genealógico se mece va de 1850 a 1969, aproximadamente, y cada época está condimentada con su respectivo contexto histórico (Porfirio Díaz, la Revolución Mexicana, las guerras mundiales, la guerra cristera, la guerra de Corea, el alunizaje, etc.).
Eso apuntala la veracidad necesaria para confiar en el autor, pero es el lenguaje apropiado el que conduce la historia por los más intrincados vericuetos temporales, vivenciales e incluso experimentales. Sin esta condición, la ficción no se materializa, pues no hay la seguridad de que el entorno construido con palabras pueda ser real.
La nuez vana* nos trae la saga de los Barrón, textileros de la Villa de San Cirilo, dispersados en cinco generaciones, y sus tácticas comerciales, sus romances lícitos e ilícitos, su descendencia, sus desenlaces y la sangrienta disputa por la herencia. Pero es el lenguaje el que da sustento a la estructura. A menudo práctico y efectivo, y en ocasiones poético, pero siempre adecuado.
Jorge Rodríguez (Monterrey, N.L., 1957) se preocupó de que cada escena (descripción, acción, sensación o pasión) tuviera ese tejido verbal resistente para validar su inclusión en el cuerpo textual.
¿Es esta la primera novela de su autor? No se nota. Su lenguaje no nos habla de apresuramientos o descuidos, sino de un oficio madurado en la constancia y no dependiente del hallazgo ocasional.
La tijera crítica de nuestra sorpresa recortó estas muestras sobre una tormenta: “la fuerza y el tamaño de las gotas de agua martillean los cristales. Iluminadas por el destello de cada relámpago en medio de la oscuridad” (p. 252), sobre una riña: “Las sombras se revolvían en las paredes de la cámara y confundían las imágenes en la mente trastocada de Salterio” (p. 291) y sobre un parto difícil: “la riolada de líquido amniótico se convirtió en una profusa hemorragia que la hizo parir a horcajadas de la otra vida” (p. 152).
La nuez vana no concluye con el punto final, porque cada lector continúa imaginando la biografía restante de todos los personajes ocasionales que convergen en ella (y sus posibles interacciones), pues constituyen el bosque geneológico (de proporciones bicentenarias) que esta novela abarca, y todo gracias al sólido andamiaje que le confiere su atinado lenguaje.
· Jorge Rodríguez. La nuez vana. Monterrey, N.L., Edit. UANL / Jus, 2009. 341 pp. (Serie: Contemporáneos)
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