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22 Febrero 2011
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¿Este es nuestro mundo?
Ismael Vidales Delgado

Carl Jung dijo que los humanos somos animales simbólicos porque hemos hechos de ellos, fetiches imprescindibles. Hasta hace unos años el olvido del perfume detrás de las orejas y en otras partes del cuerpo, solía causar verdaderos estados de histeria en las damas que hacían de este volátil elemento, un símbolo de identidad, sustento y seguridad; el caballero que olvidaba su reloj de pulso, se sentía prácticamente encuerado. Hoy vivimos una suerte de mutilación social y personal si se nos olvida el teléfono celular.

Bienvenidos pues a este mundo sin certezas. Hasta hace muy pocos años nadie dudaba de que la familia era la célula principal de la sociedad; que la sociedad estaba a salvo porque estábamos formando a los niños en un ambiente de respeto a la norma y a las leyes; pensábamos, hasta hace poco que el sexo era una bella práctica amatoria de adultos; que la política no estaba tan sucia sino que era algo reservado a cierto tipo de gente dotada de un buen nivel de pendejez. (Todos recuerdan el chiste del bolero que recibe una propina más o menos generosa y con humildad dice “gracias, señor diputado”, sorprendido el sujeto pregunta al bolero cómo supo que era diputado… el bolerito responde: “porque cualquier güey es diputado”); la mujer era pensada como una excelsa figura deseable, distante, con un halo de diosa del paraíso. Hoy hemos asistido a repetidos funerales de todo lo que fue hace apenas unas tres o cuatro décadas.

De todo aquello no queda prácticamente nada, todo se ha vuelto obsceno, principalmente el diario trajinar entre las balas, los asaltos, la prostitución a destajo, la explotación de menores, los levantones y los secuestros. Hoy ya no se puede hablar con los niños y los jóvenes sobre un proyecto de vida para cuando sean viejos, no hay garantía de que lleguen vivos al día siguiente, simplemente no hay certeza en la calle, los restaurantes, los bancos, o el propio domicilio. Las  mafias no sólo robaron la presidencia, nos han robado el sustento, la esperanza, la seguridad, los sueños y la vida. ¡Son más devastadoras que la bomba atómica!

Ahora ni siquiera hablamos del mañana, los vendedores de seguros de vida o de autos van desapareciendo, nada es seguro, todo es azaroso, incierto. Las explosiones de granadas y municiones se entremezclan con las comunicaciones intervenidas, la pérdida de privacidad, la venta de las bases de datos del IFE, los números de cuentas bancarias,  y los números de teléfonos celulares y fijos.

Ni el arte, ni la literatura, ni las religiones, ni las universidades se han salvado de la penetración diabólica de las mafias criminales identificadas o gobernantes. Los políticos han camuflado sus pieles y cual rameras bajo el farol se venden y se revuelcan asquerosamente reduciendo a cama de burdel los sagrados recintos que otrora dignificaron personajes como Belisario Domínguez. Los partidos son ahora una suerte de carteles que a la manera de las palomas urbanas ensucian sin cesar paseos y monumentos.

Los políticos sin principios o cobijados por una ideología cosmética hace tiempo que llegaron para quedarse entre nosotros. Como reptiles babosos se mueven y se camuflan diariamente, gastando lo que no es de ellos en grandes promocionales de imagen, viajes sin sentido, comilonas que envidiarían los césares. Hoy la política está reducida a largas sesiones desde Facebook o el Twitter que no necesitan de sustancia intelectiva, sólo guiños o politonos para llegar a sus enajenados siervos que bajo la cobija del presupuesto oficial son capaces de vender a su padre.

Toda la inteligencia quedó subyugada, hoy cientos de miles de millones de seres humanos dependen enajenados del iPad. Hoy es el mundo de los chats, de los cientos de amigos, de los millones de operaciones comerciales, de las especulaciones letales, operadas por manos fantasmales y poderosas que no sabemos  por dónde llegan ni por donde se van.

Es imposible, para nosotros, los simples mortales, hacer planes serios sobre un mundo de arenas movedizas. Las amistades se abrevian, los compromisos de pareja no pasan de cuatro o cinco años, los contratos son temporales, las alianzas son infieles.

La ciudadanía libre, habla en voz alta pero los poderosos se comportan como si escucharan la lluvia tras el cristal.

En ocasiones parecería que el mundo simplemente ya es otro y que no habrá reversa. ¿Quién habría imaginado este mundo regido por la anarquía? El desorden es hoy la constante.

En estas condiciones, hay barra libre. El porvenir no existe. No hay solución, a menos que las palomas que hoy defecan en las cornisas de pronto esparcieran sobre “los malitos” y los políticos (que son los mismos) una bacteria tan insólita que les disolviera los ojos y los dejara ciegos para que vagaran por el resto de sus días perdidos en desierto, disueltos en el cieno de una alcantarilla o apachurrados debajo de las llantas de cualquier Torton cargado con diez toneladas de material, esto estaría bien, pero, ¡es mucho pedir!

Mientras tanto, lleve en sus labios una oración para que no lo maten… suelen funcionar.

 

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