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1129 22 Agosto 2012

 

El día que amaneció lloviendo
Eligio Coronado

Monterrey.- Si nos propusiéramos reducir a su mínima expresión la definición del género dramático, diríamos que se trata simplemente de un personaje con una pasión. Y todo lo que dicho personaje hiciera con esa pasión, ya sea disfrutarla, sufrirla o negarla, formaría parte del enfoque que cada autor daría a su tema, pero la base principal del drama seguiría siendo el mismo: un personaje con una pasión.

Y eso es precisamente lo que encontramos en esta obra: cuatro personajes atrapados por el incontenible torbellino de pasiones que hace crisis justamente El día que amaneció lloviendo*.

En un universo cerrado, de lazos consanguíneos y tintes incestuosos, tres mujeres conviven para tratar de juntar sus soledades. Una de ellas (Anastacia) está desconectada de la realidad y sólo interactúa cuando algún nombre o palabra le remueven los recuerdos. Es la mayor y es madre de Lupita y Carlos.

Su hermana Margarita, doce años menor, es el motor de este drama: soporta a regañadientes a Anastacia, esclaviza a Lupita y mantiene una relación con Carlos, su sobrino, la cual ya ha dado frutos, aunque los niños nacieron muertos: “Carlos… tócame… Carlos, ¿me quito todo? (Con fastidio, Carlos la besa y le hace el amor)” (p. 104).

Lupita, solterona ya, aún tiene esperanzas de casarse y procrear hijos (“nunca he estado con un hombre”, p. 98). Por ese motivo, desea secretamente a su hermano Carlos. Al descubrirlo con la tía Margarita, confiesa: “¿Por qué, Carlos? ¿Por qué? (…) yo quería eso hace muchos años” (p. 105).

Carlos, el futuro con el que sueñan tía y sobrina, planea alejarse de ese universo sin salida: “Estoy cansado y ya me harté de todo. Quiero irme lejos” (p. 104). Aunque su participación es escasa en la obra, resulta determinante para acelerar el desenlace.

El día que amaneció lloviendo, de Hernando Garza (China, N.L., 1963), es una obra marcada por la concisión, la economía de recursos, el ajustado trazo de los personajes y por una atmósfera sofocante que la vuelve angustiosa y convincente.

Otro de los elementos que es necesario destacar es la lluvia. Funciona en dos niveles: por un lado afecta el ánimo de los protagonistas y por el otro los acompaña todo el tiempo como una especie de presencia agorera (aunque Borges asegure, juguetonamente,  que “La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”).

Con esta obra en un acto, de clara identidad norestense, su autor amplía su bibliografía, ya que en 1999 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia de la UANL con la obra Crímenes mojados.

* Hernando Garza. Crímenes mojados. El día que amaneció lloviendo. Venados a la luz de la luna. Monterrey, N.L.: Ediciones El Milagro / UANL, 2011.   123 pp. (Colec. Teatro.)

 

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