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1143 11 Septiembre 2012

 

Ruptura política
Efrén Vázquez

Monterrey.- Lo que fue predecible desde antes del inicio de las elecciones del 2012, hoy está por confirmarse: el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) dejará de ser una agrupación política nacional para convertirse en un partido político.

Y por más que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) diga que no se trata de una ruptura política, desde luego que sí lo es. Sí nos encontramos ante una ruptura política. La más grande de las rupturas, después de la del PRI que dio origen al PRD.

Una ruptura es un momento de crisis. Y la crisis, por lo general, se la relaciona con algo negativo: por ejemplo, la división de las izquierdas, en el caso que nos ocupa. 

Mas no siempre es así, no siempre las crisis traen consigo consecuencias negativos; antes el contrario, las crisis son momentos que favorecen las posibilidades de superación. 

Tenemos que ver también en las rupturas políticas, entonces, como posibilidades de superación, ya que éstas, cuando se producen porque las buenas razones se contraponen a los dogmas (o al pensamiento que ha renunciado a la crítica), son generadoras del progreso, tanto en la ciencia, que es el pensamiento más riguroso, como en la política.

Desde luego, los malquerientes de AMLO no se van a detener a analizar la naturaleza propia de esta ruptura que muy posiblemente favorecerá al crecimiento de la vida política nacional. Por el contrario, ya han de estar tejiendo sus perversas consignas publicitarias. Dirán, si no es que alguien ya lo dijo por ahí, que ésta es una prueba más de la megalomanía del loco que a costa de lo que sea quiere ser presidente de México, y que, para asegurar su arribo a Los Pinos, ahora quiere tener su propio partido.

Los que vemos y sentimos la necesidad de transformar de raíz este país para acabar con las simulaciones en todos los ámbitos de la vida social y política, para lo cual es necesario, entes que todo, poner bajo control la corrupción, queremos creer que el surgimiento de otro partido no tiene el avieso propósito de que éste sirva a un grupo de vivales de la política para sus inconfesables negociaciones (que es la idea que de seguro difundirán los que llegaron a la presidencia de la república por medio del fraude y la corrupción electoral), sino, más bien, para construir desde abajo la ciudadanía que se necesita para poder vivir en un México próspero para todos.

Ningún partido construye ciudadanía, ningún partido educa políticamente, todos los que hasta hoy existen en México apelan, como medio de control, a lo que usualmente es conocido como “disciplina partidista”, todos exigen un sometimiento a la autoridad del partido, o la autoridad del líder del partido; pero ninguno enseña que la autoridad no es sometimiento ciego a ninguna institución o persona, sino más bien, un acto de conocimiento y reconocimiento, esto es, yo sólo me someto o disciplino a alguien cuando mi entendimiento me posibilita reconocer que la autoridad sabe.

La creación de un nuevo partido político, además de que de hecho constituye una bofetada con guante blanco a quienes aseguraban que la violencia en el país comenzaría después de la elección del primero.
A partir del principio de que la única verdad es la que surge de un diálogo racional, el nuevo partido serviría para provocar precisamente ese diálogo entre todas las fuerzas políticas del país que tanto se necesita, renunciado, desde luego, a pretender decir la última palabra. 

Pues la construcción de un México diferente, además de requerir de la construcción de ciudadanía, ha de ser incluyente, no excluyente.

 

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