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1373 31 Julio 2013

 

El papa que sacude el polvo
Hugo L. del Río

Monterrey.- Cada seis años, los mexicanos nos decimos: “Ojalá que éste sea el bueno”: el Presidente que necesitamos. Supongo que muchos católicos hacen el mismo proceso mental y, en muchos casos, espiritual: espero en Dios que éste sea el Papa que nos hace falta.

Francisco I tiene apenas cuatro meses en el Trono de Pedro y ya sacudió a la Iglesia de Roma y despertó la esperanza de millones. Es muy pronto para juzgar. Pero podemos decir que el Papa argentino empezó bien. La regañada que les dio a los integrantes de las Conferencias Episcopales de América Latina y el Caribe, entra con fanfarria a las páginas de la Historia.

El doctor Jorge Mario Bergoglio, quien ya se había pronunciado a favor de la separación entre la Iglesa y el Estado, acusa a estos obispos y cardenales de fomentar “la Teología de la prosperidad”: En buen castellano, les dice que han entregado la Iglesia católica a las élites políticas y económicas. Más claro, todavía: “El Obispo debe conducir, no mangonear”. Es tremendo el carisma de este antiguo cura de barrio. Si por él fuera, se pasaría el día callejeando por las zonas marginadas de Roma. Tiene la pasión no de los tocados por el dedo del Gran Numen, sino la de los hombres convencidos de que hay que poner todo patas arriba para que las personas y las cosas funcionen correctamente.

Los homosexuales ya no son satanizados. “¿Quién soy yo para juzgarlos?”, plantea este Obispo de Roma quien, en menos de 120 días sacudió el polvo de venerables cámaras donde nadie entraba, y abrió las ventanas para que la Iglesia fundada por los judíos y sus mil millones de fieles respiren así sea apenas una bocanada de aire fresco.

Y la relación entre la mujer y la Iglesia romana lo lleva a la reflexión. La ordenación, de momento, no: “Esa puerta está cerrada”. Pero sugiere –al menos así lo quiero creer– que en su momento abrirá el portón. “La mujer, en la Iglesia, es más importante que los Obispos”, dice. En tanto hombre de origen latino, al Pontífice no le falta su dosis de mala leche. “Quiero mucho a Benedicto XVI. Es como tener al abuelo en casa”.

¿Podrá este hombre, tan fuerte, resistir las presiones que van con el cargo? ¿O terminará por decepcionar a sus fieles y alimentar el descreímiento de los que quieren creer? Por lo pronto, abre espacio a la esperanza de cohabitar, en el futuro, con una Iglesia romana de humildad, de tolerancia, de amor. La tarea de la Iglesia de Pedro y Jesús es “destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio”, clama, y no ara en la mar: vaya que tiene poder de convocatoria este argentino de origen italiano.

Su mensaje es claro y poderoso. Apela a lo mejor del ser humano –sea cual fuere su forma de adorar a Dios, o no adorarlo—y todo hombre de buena fe lo aceptará como orden de batalla: “Edificar un mundo nuevo”.

 

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