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12 de abril de 2010
15diario.com  


 

Es la educación

Samuel Schmidt

 

Cuando hace casi treinta años me mude a San Diego para trabajar en la Universidad, mi primera pregunta fue donde estaban las mejores escuelas para darles una educación de calidad a mis hijos. La respuesta no debió haberme sorprendido: mientras más se alejaban de la frontera las escuelas se volvían mejores.

 

Ahora me entero que en Los Ángeles algunas de las mejores escuelas son las privadas y algunas públicas que se encuentran en barrios muy afluentes. Es casi el mismo cuadro que en San Diego, las escuelas en zonas de pobreza se rezagan.

 

El sistema de calificaciones estadounidense tiene sus peculiaridades. La calificación de promedio más alta es 4, pero ahora el sistema ya ha encontrado la manera de recompensar a los estudiantes de alto desempeño, así que aquellos que pueden tomar clases de universidad mientras cursan el bachillerato, lo que se califica como cursos avanzados para su nivel, pueden llegar a tener una calificación de 5. Estos tienen todas las puertas abiertas y las universidades de prestigio se los pelean.

 

Las universidades tienen criterios de admisión complejos, destacando para las mejores, en primer lugar, su opción por quedarse con el 2% más alto de los egresados de bachillerato, especialmente los que vienen de escuelas privadas.  No es de sorprender el ciclo que muestra a los hijos de las élites asistiendo a buenas escuelas privadas, ser admitidos a buenas universidades, egresar y tener las mejores oportunidades y mandar a sus hijos a buenas escuelas privadas. Así el círculo verde se amplía, pero no sale del control de las minorías. Esto lo indicó hace varias décadas el sociólogo C. Wright Mills.

 

Los estudiantes de escuelas privadas vienen generalmente de familias que pueden pagar una educación cara, y que pensamos, cuentan con un cierto bagaje cultural y educativo que refuerza la labor de la escuela. Estos estudiantes no tienen problemas para financiar actividades extra curriculares que muchas veces incluyen estancias internacionales. Por supuesto, que ninguno de estos estudiantes llega a la escuela sin haber desayunado y mucho menos pasan penurias o presiones económicas que los distraigan.

 

Esta reflexión me viene a la mente frente a los esfuerzos que se hacen en México para elevar el nivel educativo. Mucha gente ha pensado que toda la culpa debe recaer sobre los maestros y si bien son responsables hasta cierto punto, hay que reconocer que algún cambio ha habido en el gremio magisterial, empezando por su empobrecimiento como factor importante. Son legendarias las historias de maestros que tienen que buscar otros empleos para completar el ingreso y hasta se han aventurado hacia Estados Unidos como indocumentados.

 

De mayor peso es el empobrecimiento de los estudiantes, de los cuales muchos llegan sin alimento a la escuela y si bien les va, tendrán una comida deficiente una vez al día. Estar con el estómago vacío es una desventaja central a la hora de tratar de estudiar, como lo es tener que abandonar la escuela para contribuir a la economía familiar.

 

Un obstáculo adicional es la falta de preparación de los padres, ya que si éstos tal vez terminaron hasta siete años de instrucción y posiblemente sean analfabetos funcionales, difícilmente podrán apoyar a sus hijos. Ya no digamos que la precariedad dificulta una educación más universal, sino que en la casa a veces no hay comida suficiente y tal vez ni libros.

 

Ni qué esperanza que el estudiante precario pueda competir contra el estudiante que creció rodeado de la tecnología más avanzada y con padres que cuentan con un nivel elevado de educación.

 

Estados Unidos ha caído en el rankeo mundial de educación, pero también parece entre los mayores recipiendarios de los premios Nobel. Alguien dirá que no podemos compararnos con la mayor potencia del mundo, pero habrá que recordar que hace apenas un siglo México estaba en mejores condiciones. ¿Qué marcó la diferencia?, tal vez la educación. Mientras Estados Unidos construía instituciones poderosas, los hijos de las élites mexicanos se iban al extranjero. Mientras ellos creaban los centros elitistas para el desarrollo científico, México entraba a la educación de masas, que más parecía ser parte del sistema clientelar mexicano con un manejo populista ramplón, así ni se educaba adecuadamente a las mayorías ni se creaba una plataforma científica y tecnológica sólida.

 

Hoy México depende de tecnología extranjera y expulsa cerebros que no encuentran espacios de desempeño después de recorrer el largo periplo educativo, y la mediocridad educativa campea por el país, pero en lugar de remedios radicales, nos regodeamos en encontrar culpables.

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