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13 de abril de 2010
15diario.com  


 

Los sonámbulos

Benjamín Palacios Hernández

   “... la inquietud de la investigación, el estímulo de la duda, la voluntad de   diálogo, el espíritu crítico, la ecuanimidad en el juicio, el escrúpulo filológico, el sentido de la complejidad de las cosas”.                                                   

Norberto Bobbio

 

Según Arthur Koestler, en su libro acerca de la cambiante cosmovisión del hombre, la humanidad ha transitado el camino de los descubrimientos científicos y de la concomitante percepción de su propio lugar en el universo de manera similar a la de los sleepwalkers: entre tropiezos, rodeos, vueltas atrás y redescubrimiento de hechos y situaciones olvidados durante siglos.

 

El avance dificultoso, el movimiento intuitivo, la reacción inercial, la ausencia de perspectivas claras, el desconocimiento del propio terreno que se cree pisar y la incertidumbre en cuanto a los objetivos perseguidos y los resultados mismos de la actividad desempeñada, parecen ser características inherentes, en general, a la humanidad.

 

Pero esto no ha sucedido tan sólo en los albores de las ciencias y en la formación de las concepciones astronómicas (cósmicas) y filosóficas que del universo el hombre ha alcanzado. La insuficiencia objetiva ha sido aquí la causa de este andar a tientas. Pero han existido procesos similares en los que ya interviene una voluntad de mantener dormido al sonámbulo. En la escuela, en la fábrica, en el organismo político, civil o sindical, en la vida cotidiana, el hombre recibe un cúmulo de “conocimientos”, de “hechos conocidos” y verdades heredadas con las cuales ha de arreglárselas en este mundo.

 

El cuestionamiento, el arribo al conocimiento autónomo, el principio de la duda metódica y de la crítica sistemática no solamente no le son imbuidos, sino que se le enseña a desconfiar de ellos. A contracorriente de esto, Brecht decía que “lo que no sabes por ti mismo, no lo sabes”, y Martí reivindicaba las bondades de la crítica, entendida en su sentido duro y original: ejercicio del criterio.

 

Aquello ha traído como consecuencia perniciosa la formación de generaciones de sonámbulos, masas o conjuntos de hombres y mujeres utilizables en pro de fines decididos por las élites de los que piensan, saben y dirigen. La eventual bondad de los fines no evanescería el hecho de la manipulación. Y así como de ninguna manera es absoluto el aforismo “el fin justifica los medios”, también es cierto que fines y objetivos, por una parte, y medios y procedimientos por la otra, no son indiferentes en su mutua relación.

 

Es aquí donde se ha observado el surgimiento de minorías activas, de grupos –inicialmente pequeños– de individuos que han logrado despertar y elevarse, con su propio esfuerzo, por encima del estrecho horizonte del activismo semi-ciego; que han logrado romper el círculo cerrado de las verdades incuestionables y que, finalmente, someten todo al juicio de la crítica y de la confrontación con la realidad.

 

El primer obstáculo con el que éstos se  topan son los valores establecidos (e igual da que sean los de “la derecha” que los de “la izquierda”) y sus defensores, que se constituyen, ambos, en una formidable fuerza conservadora. La tarea primaria de aquellos constructores de hegemonías es sólo esta: despertar a los sonámbulos, estimularlos e inducirlos a construir sus propios razonamientos y a extraer sus propias conclusiones; en una palabra: impulsarlos a dejar de ser masa y convertirse en dirigentes, en primera instancia de sí mismos.

 

El empeño no deja de ser ingrato, y se entiende que la desazón se haya extendido también por estos campos. Después de todo, ya hace algunos siglos Leonardo da Vinci prevenía a las futuras generaciones de estimuladores de conciencias: los hombres hablarán con hombres que nada escuchan, que tienen los ojos abiertos y nada ven; hablarán con éstos  y no recibirán respuesta alguna; impetrarán gracia de quien tiene oídos y no oye, encenderán velas a quien es ciego.

 

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