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8 septiembre 2010
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Nuestro mediocre periodismo
Hugo L. del Río

En memoria de mi amigo y colega Fausto Fernández Ponte quien, como siempre, se adelantó.

La Prensa es un fiel reflejo de la sociedad. No pretendo justificar nada ni a nadie, pero cómo esperan los mexicanos disponer de medios de información profesionales y dignos de confianza si México está hundido en un pantano de corrupción, rezago, analfabetismo, ineficacia, injusticia y violencia, para no seguir con la larga lista de nuestras crisis.

Así como es México, como está actualmente el país, así es, así está la Prensa escrita y electrónica.

Los mexicanos no leen. Eso ya lo sabemos. Lo que quiero preguntar es si su rechazo a la lectura se debe a la pésima calidad de la casi totalidad de diarios y revistas o si, al contrario, la Prensa escrita es deficiente debido a que no tiene lectores.

¿Siempre han sido así las cosas? Sí y no. La época de oro de la Prensa mexicana es, sin duda, La Reforma. Las mejores plumas de aquellos años, en manos de mujeres y hombres valientes, honestos, inteligentes y cultos –igual los reformistas que los conservadores— escribían con pasión y gracia, jugándose la libertad y hasta la vida para divulgar sus argumentos ideológicos.

Querían convencer a la opinión pública con un impresionante despliegue de razones bellamente escritas. Era un periodismo político con un alto valor literario. La regla de oro de hombres y mujeres que planteaban su credo político e ideológico era respetar la inteligencia del lector.
 
Y la nota qué
¿Cómo fue posible que hace siglo y medio, cuando menos del diez por ciento de los mexicanos estaban alfabetizados, surgiera esa generación de personas dotadas de talento y coraje?

Sí, eran excelentes escritores y escritoras, pero sus periódicos no publicaban noticias. Los medios le ofrecían al lector ensayos que en muchos casos no han perdido actualidad, pero los editores carecían del sentido de la nota informativa.

Es hasta la década de los ochenta de aquel siglo cuando aparece el primer reportero mexicano: don Manuel Caballero, seguido por don Ángel Pola. Por aquellos años publica don Emilio Rabasa su novela El Cuarto Poder, en uno de cuyos capítulos el editor se hace el propósito de contratar a “un repórter”.

Ya en 1815 The London Times tenía en el campo de Waterloo a un corresponsal de guerra. Y bueno, la corrupción ahí estaba pudriendo el alma, el cerebro y el corazón de muchos periodistas. A fines del siglo XVIII, el dueño de una revista le exigió a Thomas Jefferson que lo hiciera director del Servicio de Correos.

Si no le daba el nombramiento, el publisher-extorsionador amenazó con divulgar lo que era del conocimiento de todos: que Jefferson tenía varios hijos con una de sus esclavas.    

Los que se la rifaron
Durante la larga dictadura de Porfirio Díaz la mayor parte de los periodistas estaban a sueldo del gobierno, pero hubo unos cuantos hombres y mujeres que desafiaron al rey sin corona y cumplieron con el deber de informar y opinar.

Casi todos fueron a prisión, en un momento u otro y, naturalmente, en muchos casos Díaz repitió a sus sicarios su notoria orden de “mátalos en caliente”.

En nuestros años tenemos periodistas dignos y medios profesionales. No muchos, pero los hay. Los colegas jóvenes quizás ni siquiera han oído hablar de la revista Siempre! ni están enterados de lo que fue el Excélsior de don Julio Scherer, quien al timón de Proceso sigue navegando en este mar tan tempestuoso.

En Monterrey El Porvenir gozó durante años de un merecido prestigio, y hubo otros medios como Noroeste, cuando lo dirigían los hermanos Silva, y La Voz de Durango, trinchera de la familia Nava y uno que otro periódico, revista que mantuvieron en alto la bandera.

La crisis es pareja
¿Y hoy? El denominador común de los grandes medios impresos de México es la complicidad con la oligarquía. En el mejor de los casos, hablemos de mediocridad, de penuria profesional. Sí, claro: está Proceso y algún periódico confeccionado para preparatorianos infrarrojos que, como sea, algo hace.  

De la radio y TV mejor ni hablo. Como escribió Manuel Buendía: “desde que los locutores son analistas, los reporteros nos hemos convertido en intelectuales”.

Pero vuelvo a la Prensa escrita, que es lo mío. Los dueños de los medios son, casi todos, un producto híbrido: políticos y empresarios. No les interesa ganar notas: lo que les importa es embolsarse billetes y ampliar sus parcelas de poder.

¿Usted cree que gente así va a devanarse los sesos en busca de buenos reporteros y redactores? Claro que no. Al contrario: lo que necesitan es gente de medianía y sumisión.

Conocí a un doctor en Periodismo que nunca había reporteado y jamás había escrito una nota.

El reportero promedio de un medio importante en Monterrey es un ente que despierta primero curiosidad y luego desdén. Se licenció en una escuela de Comunicación Social donde los maestros no son periodistas. Le enseñaron a ser políticamente correcto: nadar contra la corriente es pecado capital.

La palabra es el hecho
Leyó, cuando mucho, los libros de texto que le enlistaron en la escuela. Sus maestros le dijeron que la nota la dan los funcionarios, empresarios o líderes, de suerte que hace un “periodismo de declaracionitis”.

¿Periodismo de investigación? Por favor.

No se trabaja la información: lo que se pelea es la declaración. El hecho no importa, lo que cuenta es la frase pomposa que, eso sí, se reproduce con absoluta fidelidad respetando incluso la falta de sintaxis del declarante.

Y hasta la ortografía, porque los hay que hablan con errores de acentuación, fraseo y uso adecuado de las palabras e incluso las letras.

¿Exagero? En un diario de circulación nacional publicaron en primera página la foto de un avión que se estrelló frente a Nueva York, “en las aguas del Océano Pacífico”. Para dar semejante metida de pata habrán intervenido por lo menos media docena de los peces gordos del rotativo.

Para qué decirle a esta gente que el periodismo profesional siempre es literatura; que la nota, crónica, entrevista, reportaje, editorial o análisis se escribe como un ensayo, con la diferencia de que aquí sí hay que probar lo que se afirma.

Miedo a vivir la vida
Son chicas y chicos –cualquiera que sea su edad— sin sueños ni temperamento; nunca tuvieron ni tendrán el arranque de mentarle la madre al patrón; ¿libros? Para qué. Le tienen tanto miedo a la vida que no han hecho diabluras que les merezcan tener un anecdotario personal.

Vamos, no llegan ni a hacer estupideces.

Esa es la Prensa grande. En algunos medios modestos hay dignidad, profesionalismo, espíritu de pelea, compañerismo, ganas de vivir la vida, de hacer travesuras y sacarle la lengua al Presidente de la República, al Papa o al millonetas.

Esa es la falta de preparación, que se da lo mismo entre reporteros que en el exclusivo club de los dueños de medios.

¿Y la corrupción? Un “colega” guerrerense escribió la mejor apología del tema: “Se me amenazaba con retirarme de la nómina”. Jesús Bueno León, dueño del periódico Siete Días, de Chilpancingo.

 

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