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18 Abril 2011
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Crisis en la Universidad de la Ciudad de México
Víctor Orozco

El conflicto que se despliega en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) ha dejado expuesta la crisis por la cual atraviesa esta institución, surgida de un generoso proyecto que busca ofrecer nuevas opciones de educación superior a las clases populares. Las implicaciones de esta confrontación interna, rebasan las fronteras de la propia casa de estudios y  ponen en el tapete de las discusiones la viabilidad del modelo educativo adoptado desde sus inicios, al menos en la forma cómo éste se ha llevado a la práctica.

La UACM se fundó apenas en 2001, durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en el Distrito Federal. Por tanto, es un organismo que todavía no arriba a sus fases de madurez. En un afán de condescendencia, podría emplearse un antiguo artilugio para minimizar los problemas y decir que éstos son derivados del crecimiento. Pero no, se trata de una aguda crisis de la cual esta colectividad puede emerger con mayor vigor si asimila sus enseñanzas o bien, paralizarse y continuar en un proceso autodestructivo.

El 4 de abril pasado, en un desplegado titulado “En defensa de la Educación Pública”, Esther Orozco, la rectora de la UACM, llevó a cabo una crítica rigurosa de la institución que dirige. Señaló que en los nueve años anteriores se graduaron apenas 47 estudiantes. Igual, mencionó que los estudiantes no avanzan en la acreditación de sus materias, por lo cual más de la mitad ya ha superado el tiempo regular para concluir sus estudios de licenciatura.

Denunció la existencia de grupos políticos enclavados en la institución que impiden desarrollar cualquier plan académico, obstaculizado además por la falta premeditada de reglas e instancias competentes. Dijo más: “Para mantener la casa en paz, la única posibilidad sería la de dejar hacer y dejar pasar lo que sea. Mi formación de ciudadana responsable y mis compromisos con muchos y muchas que confiaron en mí, me impiden asumir esa actitud… Juego perverso, en el que las exigencias no pasan de reclamos leves, porque al final todos viven en el confort de la no rendición de cuentas, pero se malbaratan los sueños y los anhelos de los jóvenes, quienes a veces, por desgracia, caen en el juego, como caen en el de la propaganda televisiva, y se convencen de que están en el mejor lugar y en las mejores condiciones para educarse. Pero esto es un remedo que no forma personas críticas ni comprometidas con la sociedad, puesto que no les fomenta la conciencia de sus obligaciones con quienes invierten recursos para su educación. Las familias mandan a sus hijos a la universidad, confiadas en que la institución los va a amparar y a preparar para sobrevivir en este país lleno de peligros y necesitado de esperanzas. Las madres y los padres, en su angustia, se aferran a la convicción sobre el compromiso social de los maestros y la fortaleza y probidad de las instituciones. Y les fallamos”

Es mucho pedir en un ambiente crispado por los antagonismos, pero deberíamos esperar que cuando un funcionario hace una crítica tan radical de la entidad pública bajo su dirección, hay que escuchar, tomar en serio los avisos y luego abrir todos los espacios para la reflexión y la evaluación, en un diálogo franco, incluyente, constructivo. No se procedió así, lo que siguió fue un linchamiento mediático de la rectora, tildada de “neoliberal” “tecnócrata”, “privatizadora”, “deshumanizada”, “promotora de una fábrica de embutidos”.

Para desplazar a toda esta estéril barahúnda de improperios, los integrantes de la UACM, deben dejar a un lado enojos, frustraciones o despechos y sentarse a discutir. En su respuesta a las críticas, no procedió de esta sensata manera el ex rector Manuel Pérez Rocha, quien dicta: “…la autocrítica de la universidad la tiene que hacer la universidad…La Ley de la UACM prevé que un consejo social conocerá las autoevaluaciones que realicen las diversas áreas de la universidad. Este consejo social está por constituirse…”. Luego entonces mientras no se reúna este futuro organismo –que bien puede ser para las calendas griegas- todo mundo debe callarse, incluyendo a los muchos que sienten, como la rectora, que se están defraudando las esperanzas de los jóvenes y de sus familias.

Difiero de mi estimado amigo Manuel Pérez Rocha: los juicios críticos valen o no valen por sí mismos, al margen de quien los haga. Y agrego: con frecuencia son más certeros cuando provienen de individuos que cavilan sobre ellos una y otra vez, antes que de las agencias institucionales, en las cuales se producen incontables mediaciones o concesiones que mellan su filo. El mismo ex rector ha sido solitario –a veces y obviamente ahora no es el caso- así como pertinaz crítico de los sistemas educativos del país, de suerte que me extraña su pretensión de silenciar a quienes objetan el rumbo y las prácticas reinantes en la Universidad, hasta en tanto ésta haga su “autocrítica”.

Son muchos los temas del debate. Me acerco a uno de ellos. ¿Es pertinente establecer tiempos límites durante los cuales deben los alumnos concluir sus estudios? Pienso que sí, aun considerando las dificultades enfrentadas por la mayoría de los que acuden a las aulas de la UACM, quienes han de trabajar para sostenerse o ayudar a sus familias, como sucede con el grueso de los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional o de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Las estancias indefinidas en los registros escolares, se convierten con frecuencia en interminables y conducen a quienes la sufren a callejones sin salida en sus vidas personales. Además, se frustran las posibilidades de los que vienen atrás y demandan el ingreso con los mismos derechos. 

Se entiende que en todos los cuerpos sociales crece una especie de celo por su defensa a ultranza, el cual muy fácil deviene en cerrazón a las ideas para mejorarlos o transformarlos. Hay, así, lo que se ha llamado el “patriotismo de partido”, el de la corporación militar, el de la eclesiástica, el de los sindicatos, el de la familia, el de las naciones, el de las escuelas. No se dificulta ver que las observaciones de Esther Orozco para nada constituyen una ofensa sino la fundada preocupación de una curtida maestra e investigadora, por la suerte de una universidad pública de tanta trascendencia como lo es la UACM.

Para quienes sólo de manera indirecta nos involucra el conflicto –en tanto universitarios y copartícipes de las ideas que nutren a este proyecto educativo- la crítica de Esther Orozco debería aprovecharse para revisar a fondo la actuación de la casa de estudios, en lugar de la autocomplacencia y la condescendencia con los vicios y fallas, que hasta ahora han mostrado los furiosos denostadores de la rectora. ¿Su destitución remediará los males? ¿Los profesores caídos en la irresponsabilidad ahora sí asistirán a clases? ¿Los estudiantes acelerarán el paso? ¿Desaparecerán los grupúsculos y capillas que parasitan en los presupuestos de la Universidad? Nada de eso sucederá de seguro, tan sólo se mandará la suciedad bajo la alfombra.

¡Cuánta falta hace a las instituciones, grandes o pequeñas, a los regímenes políticos, atender a tiempo las críticas, en lugar de aferrarse a prolongar los yerros! Si los militantes de los partidos comunistas gobernantes hubieran escuchado las voces insistentes a lo largo de las décadas que el llamado sistema socialista se había convertido en una maraña de simulaciones e injusticias y caminaba hacia el desastre, otro gallo nos cantaría en estos tiempos de hegemonía imperialista. Pero no, optaron por denunciar a los “contrarrevolucionarios”, “agentes del imperialismo”, “burgueses decadentes” y  se empeñaron en que el politburó, o mejor dicho el “hermano mayor”, se constituyera en censor máximo: “El consejo universitario le ordena a la rectora que, antes de emitir cualquier comunicado público referente a la Universidad, lo someta a la consideración de la Comisión de Difusión, Extensión y Cooperación Universitaria del Consejo para sus observaciones y aprobación”. ¡Ah! ¡Cómo resuena el eco en estos úkases y admoniciones, parece venir de los años treinta del pasado siglo y de las murallas del Kremlin, el corazón de las “patrias de los trabajadores”…!en cuya vecindad hoy opera el “mall”, según dicen, más caro del mundo.

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