778 18 Abril 2011 |
Código de honor siciliano Como buen hombre de palabras, Javier Sicilia ha sabido hilar dentro de un discurso su dolor y la traducción de la concatenación de emociones implicadas en el sentimiento colectivo que producen estas muertes emblemáticas como la de su hijo. Sicilia habla, entre otras cosas, sobre el derecho a la justicia, el derecho al debido proceso, la transparencia, y además desentraña sus significados. Tenemos estas prerrogativas para que como sociedad resistamos el placer que genera el encarcelamiento de chivos expiatorios y para ver con sospecha la des-carga emocional que resulta del enterarnos que los muertos podrían estar relacionados con el crimen organizado. Son los límites políticos de la agresividad humana. El asunto es que criminales y gobierno actúan sin tino y sin honor. Sicilia está haciendo un planteamiento moral para nuestros tiempos que debe ser comprendido y estudiado a fondo, más allá del apasionamiento y el deseo de una vida pública y privada más justa que permita administrar otra cosa que la desgracia. Eso que él llama honor es una de esas joyas morales que continuamente se malentienden porque se confunde con el machismo, pero que resulta sumamente útil para historiar, significar (en la medida de lo posible) y entender la violencia. Vamos a decir que los seres humanos tenemos algo que se llama instinto de conservación, que en términos simples es el deseo de preservar la vida de uno mismo y de las personas cercanas a uno. Spinoza le llama conatus essendi, el cual dentro de su filosofía es el hilo conductor de todas las emociones, reacciones y creaciones humanas. Donde hay una producción humana, la fuerza del conatus está encarnándose, afirmando la vida. Un buen estudio de la dimensión política de los seres humanos revelaría que todos tratamos de ser fieles a esta fuerza que afirma nuestro ser, ya sea yendo a favor de ella o inclusive cuando vamos en contra. Entonces, tanto criminales, gobierno (los individuos y el aparato en sí), como ciudadanos siguen su propio conatus. La energía de este ímpetu pasa por un filtro social y cultural, y uno de los atributos que la definen es lo que Javier Sicilia ha dicho en su carta, honor. Recalca la necesidad de volver a códigos de honor para restablecer un orden que proteja la dignidad humana. Para Giorgio Agamben esta vida está siempre formada, identificada con un cuerpo y una personalidad, pero esta noción substancial no figura en las instituciones claves que sostienen a una sociedad como las leyes y sobre todo las constituciones. Mas su ausencia de tantas instituciones sociales no agota el uso que puede llegar a tener esta emanación existencial concreta a la que llamamos vida formada o encarnada. Su contrario es a lo que Sicilia hizo referencia en la carta que se leyó durante las manifestaciones simultáneas, otra noción que rescata Agamben, la de zoe, la vida que puede quitarse en cualquier momento (por el soberano o gobernante absoluto). Dice que ahora nuestras vidas han devenido justamente eso, y somos homo saccer, a los que se puede matar impunemente. Esta idea del honor tiene referentes comunes que se antojan antiguos. Tenemos a los caballeros andantes, al gentleman inglés, a los jugadores de pelota prehispánicos. Todos son capaces de entrar en batalla (en la que mueren o matan a otros) y/o de salir de ella asistidos con un mínimo o máximo de honra que acompaña sus empresas. También está el referente perene del juramento hipocrático de los médicos. Si no observaran estas normas, que en un momento fueron explicitadas pero en el transcurso de su desarrollo devienen tácitas, estos personajes se degradarían. La sencillez de la obediencia estriba en que hay grados que no se transgreden sea cual sea la circunstancia, con el fin de salvaguardar la integridad básica, la unidad biológica y moral elemental de la persona, que puede ser agredida (y ser agresora) de varios modos y con intensidades distintas. Saber cuándo se está en peligro de transgredir un código de honor suele ser una cuestión de intuición, pero puede eventualmente comprenderse y explicitarse al analizar el momento de la sensación del peligro de contravenir esta norma. Todos estamos dotados de un mínimo de honor sin importar las causas o motivos de nuestras vidas y es eso que llamamos dignidad humana, aura invisible que se visibiliza cuando un ataque peligra en convertirse en una humillación. Los ímpetus humanos son capaces de muchas cosas, pero en distintas épocas y momentos históricos han existido prohibiciones diversas que salvaguardan el honor. De esta forma también han funcionado los narcotraficantes y el gobierno. Han sido ambos capaces de actos violentos en muchos ámbitos y sentidos, pero tuvieron sus límites antes, y ahora nos dejan pensando que no. Antaño se decía que los narcotraficantes no mataban a alguien que no fuera integrante del mercado de la droga y lo percibíamos. Estos límites son elusivos, pues no siempre se puede dar cuenta de ellos y funcionan como los tabúes, como líneas invisibles con las que se evita transgredir hacia territorios que amenazan con desdibujar la identidad de uno, su razón de ser. Funcionan porque al momento de enfrentarlos nos invade una ansiedad propia del temor al caos total. Los seres humanos somos formas (con contenido, con esencia, pero al fin formados) como dice Agamben, y estos límites o tabúes permiten guardar cierta forma y evitar la desarticulación total. Para analizarlo valdría la pena revisar la serie de TV The Wire que se transmitió en HBO del 2003 al 2008. A esta serie ya han hecho alusión varios analistas del problema del narco, porque asemeja una novela compleja y polifónica que revisa los perfiles y tribulaciones de todos y todas los implicados en la problemática (ciudadanía, sindicatos, policía, tribunales, políticos, sistema educativo, políticas públicas, medios), unos con mayor intensidad que otros. La serie examina la complejidad de la guerra contra las drogas en Baltimore, Maryland, en Estados Unidos. Inicia con la propuesta de un detective insubordinado, Jimmy McNulty, de investigar el homicidio de un testigo perpetrado por los reyes del tráfico de la droga en West Baltimore, los Barksdale, y de ahí comienza a examinar las partes del problema a raíz de la cacería de Avon Barksdale por el policía obstinado. Durante 5 temporadas se revisa cómo el cártel de los Barksdale, que respetaba treguas y que guardaba las formas del juego, se viene abajo y surge como líder Marlo Stanfield, un jovencito de escasos 25 años que aterroriza y mata a quien se ponga en su camino con el único fin de dominar el juego. Uno de los adagios reiterados de la serie es lo que dicen constantemente, “the game is the game” (el juego es el juego), significando que aquello que quede fuera del juego debe respetarse. Marlo en efecto domina el tráfico de la droga, pero es visto como un bárbaro, un chico que no entiende razones ni las virtudes de respetar los tratos. Eventualmente lo pescan y aunque lo dejan ir, el costo de su libertad es que si no se retira del negocio de la droga, lo volverán a encarcelar, pero ahora sí, de por vida. La lección de The Wire es, al vislumbrar en un epílogo que Marlo Stanfield volverá vender droga pues es intrínseco a su conatus essendi, es que la barbarie condena a la autodestrucción. De esto hay ecos certeros en las palabras de Sicilia, y es un punto de inflexión que bien vale la pena explorar, tan sólo porque la sensación colectiva en México es que hay una deformación que nos dejará a todos peor y la reparación del daño no nos alcanzará en vida. La vida se defiende, y también lo hace de forma bárbara como lo hace quien mata por nimiedades, quien se corrompe por nada, pero siempre se corre el riesgo de que esta defensa de la vida nos lleve a la muerte total de nuestras empresas, tanto las del ciudadano ‘legal’ como las del enemigo público. El respeto a estas treguas, juramentos, y códigos de honor evita esta muerte total y que nosotros mismos nos volvamos en esa vida desnuda a la que Agamben llama zoe. Si los más poderosos ya nos han expuesto de esa forma, ¿por qué habríamos de hacernos esto a nosotros mismos? Sicilia está advirtiendo estos riesgos, dentro de un discurso que resuena por la capacidad de tocar muchas fibras humanas y buscar en la deriva del sufrimiento una verdadera salida para que se administren vidas dignas y no la medianía, que se ha vuelto la costumbre y mecanismo que nos ayuda a tolerar estas violencias. Adendo: Sicilia ya lanzó un nuevo comunicado y convoca a una nueva marcha el 8 de mayo. El honor ahora se vuelve parte de un desarrollo más amplio y subyace las puntualizaciones del poeta, representado en la falta de cumplimiento de los juramentos de los políticos y la desvergüenza de los políticos de facto, los empresarios. Al mismo tiempo, es difícil no darse cuenta que esta desgracia resuena tan fuerte por la notoriedad de haberle pasado a una persona pública que además sabe cómo utilizar los foros de expresión. ¿Desea dar su opinión?
|
Si usted desea recibir 15diario/ La Quincena en su correo electrónico, por favor llene el siguiente formulario.
|