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5 Septiembre 2011
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TURBOCRÓNICAS
Con el alma en los mocasines

Marco Aurelio Carballo

Tijuana.- La tarde del viernes, cuando llegué al hotel de Tijuana y el botones abrió y dijo aquí está el baño, entrando a la derecha, sentí el alma en los mocasines. La tina era circular y enorme. Yo sólo quería una simple ducha. Odio las tinas. Soy de la costa de la selva y, si de chamaco acostumbraba flotar en las pozas de los ríos de mi pueblo, tres, uno en el oeste y dos en el este, a mi edad el trámite del baño es como de soldado. Quince minutos y punto.

Pero me distrajeron otros aspectos de la suite… Al enterarme, no recuerdo a qué hora, de que era suite, me dio lo mismo, y si lo era pues, ¿qué tendría de especial? Las hay en los hoteles de mi pueblo. Una suite tiene recámara y sala. En la sala, escritorio y lámpara y una silla. Para teclear y sobre todo para corregir.

Ensombrecían la sala angostas cortinas de tela oscura por cuyas uniones como rajas entraba una luz plateada demasiado luminosa. Los sofás estaban para dormir la siesta o para ver la tele. Dos de plasma. ¿Qué vería esa noche? Fut y al día siguiente boxeo. Ahí fue donde vi correr de frente a Giovanni dos Santos por la banda izquierda como una locomotora de vapor humana. ¿Por qué la tele desaprovecha esas tomas? ¿Por qué siempre son las mismas?

La otra tele estaba frente a la camota para gente del norte de más de uno ochenta. Por equis razón, cierta noche al llegar a la casa del periodista y escritor Hugo Leonel del Río me llevó a saludar a Mirna a la alcoba. La cama enorme que parecía cama para gigantes ocupaba todo el cuarto. Mirna, de estatura normal, leía en un costado. Hasta la madrugada estuve midiendo a Hugo mientras nos zampábamos en la sala muchos pálidos jaiboles. Él es del norte y alto, pero le calculé poco menos de dos metros de estatura. Sin duda así son las camas por allá, concluí.

La tarde del viernes me recosté en la camota de la suite a leer un tomo de Sándor Márai y cuando sentí ganas de hacer pipí busqué el sitio apropiado. Me dirigí hacia donde estaba la tinota. Pero no era tina, reparé, sino un jacuzzi. Debe haber un baño normal, pensé. No estoy para zangolotearme y ser atacado con chorros de agua como en un psiquiátrico. En efecto, detrás de otra puerta estaba la regadera y el lavabo y el escusado.

¿Por qué nunca sentí emoción con el jacuzzi si era como si retozara en la poza del Coatán, del Tescuiyapa o del Cahuacán con agua del río que nunca es la misma? Por eso.

marcoaureliocarballo.blogspot.com

 

 


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  © Luis Lauro Garza Hinojosa