Dulce mujer
Eligio Coronado
Uno de los recursos más socorridos por los escritores es la ambigüedad. Consiste en no revelar el verdadero objetivo de la trama en el caso de la narrativa y el teatro. En poesía también se emplea, pero es más difícil de detectar porque en este género dicho recurso se oculta entre la maleza de las metáforas.
El uso de la ambigüedad requiere mucha concentración para no vender trama o dejar pistas que conduzcan a ella. Se trata de cocinar algo interesante frente al lector sin que él se entere. De excitar su imaginación para que lea el texto hasta el final sin que descubra el propósito antes de tiempo.
Jair García-Guerrero (Monterrey, N.L., 1981) lo ha intentado y lo ha logrado en su texto Dulce mujer*, publicado en el número más reciente de Papeles de la Mancuspia (el 67). En apariencia, Dulce mujer trata de una conquista en la cual el protagonista se encuentra a una mujer ya conocida: “Ella vestía de rojo como siempre” y la seducción es inmediata: “¡Era una delicia prohibida para mí!”.
Ya establecida la atmósfera, Jair procede a desarrollar la situación cuidadosamente: “palpé mi pantalón para saber si estaba preparado”. Lo que sigue es de sobra conocido: “Hábilmente saqué, coloqué en posición y penetré”.
No hay duda, se ha consumado la conquista, y de hecho: “Con nuevos gemidos imploró. Quería más”. Jair se regodea en la descripción, la disfruta: “Ella, sudorosa, respiraba hacia adentro. Cuando presioné el punto exacto pareció explotar”.
A diferencia de la primera impresión recibida de parte de la dama: “Su semblante frío me retaba…”, ahora ella estaba “abierta, encendida, iluminaba el horizonte con sus ojos perdidos, entregados”. Así las cosas, es fácil comprender que él nos haga cómplices de su hazaña: “levanté una capa de su vestido (…), luego mi mano (…) entró, se estiró por completo, para penetrar hasta el fondo”.
Y encima nos presume: “Moría de una sed infinita. Hacía mucho tiempo que no me llenaba de ese placer dulce y fatal”. De acuerdo, dulce sí, pero ¿por qué fatal? ¿Acaso el personaje es mojigato o puritano? ¿O pertenece a una secta misógina o apocalíptica?
Nada de eso, lo que ocurre es que el autor ha sabido mover sus piezas y sólo hasta el final nos revela la verdadera trama: “con las manos mojadas, saqué el cilindro. En el piso cayeron unas gotas. Abrí la lata de Coca-Cola”.
He allí todo el asunto contado en dos renglones, revelado por una simple vuelta de tuerca. Y también la prueba de que con oficio e imaginación se puede tejer un texto alrededor de un hecho tan común como comprar un refresco. La ambigüedad ayuda a esconder este hecho o darle un rostro diferente. Claro que se engaña al lector, conduciéndolo por otro camino, pero es obligación de éste participar activamente en la lectura y tratar de averiguar hacia dónde va el autor. Todo se vale en la literatura.
Jair García-Guerrero. “Dulce mujer”, en Papeles de la Mancuspia, núm. 67, pp. 4. Monterrey, N.L., julio 2011.
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