El mundo arde
Hugo L. del Río
Monterrey.- Or Akta es un chico de trece años. En Tel Aviv lo conocen como el Che Guevara israelí. Or es uno de los líderes de los indignados en Israel. Su lucha, dice, es por la justicia social: el costo de la vida se disparó a los cielos y el gobierno de Benjamín Netanyahu se dividió respecto a las reformas que serían necesarias para volver a darle estabilidad al país.
El pequeño habitante del puerto tiene millones de hermanos en docenas de países. Jóvenes estudiantes, ancianos jubilados, padres de familia, amas de casa, profesionales, todos protestan en las calles y plazas contra la ineficacia y corrupción de los gobiernos y la codicia de las megacorporaciones.
Pero en México no protestamos. La hecatombe del Royale conmovió al mundo; los mexicanos se limitaron a rezar, a hacer una que otra marcha y, en algunos casos, a pedir perdón para los asesinos. Las matanzas de todos los días, de Chihuahua a Guerrero sin olvidar a Nuevo León; el desempleo, la carestía, los bajos salarios, la degradación del sistema educativo nos dejan impávidos.
No es problema nuestro. Que lo resuelva el gobierno, me dijo el otro día un albañil sin trabajo desde hace meses.
Insistió: no es problema nuestro.
Las protestas siguieron a la Primavera Árabe: de Chile saltan a España; de Estados Unidos, a Bolivia; de Grecia a Italia. En sus islas, los ingleses se enteran de que esa leyenda que es la BBC, vapuleada por el tsunami financiero, despedirá a dos mil trabajadores. Se acabaron las grandes producciones que hipnotizaron al mundo: adaptaciones de grandes novelistas y dramaturgos; reportajes de gran estilo.
Nada: la nueva política es, desde ya, saquear archivos y almacenes y repetir hasta el cansancio series, películas, crónicas, lo que sea.
A fines del siglo XVIII Thomas Jefferson nos advirtió: los bancos son el peor enemigo de los pueblos. Nadie le hizo caso. Sus compatriotas menos que nadie.
La crisis está devastando a todo el mundo. No se había visto ni sufrido nada parecido desde la Gran Depresión de 1929. Y falta lo peor, previno, con el té de las cinco ya frío, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King.
En Estados Unidos hay catorce millones de personas en desempleo. Wall Street es la tierra de nadie donde chocan la iracundia del 99 por ciento de los norteamericanos furiosos y asustados contra el uno por ciento de felices y satisfechos.
El desastre obligó a la clase política a despojarse de los disfraces y a tirar por la borda la retórica. Los republicanos se consolidaron como el partido creado para defender los intereses de los ricos muy ricos. Apenas ayer, comenzaron a emitir señales de humo:
En principio, están dispuestos a aprobar el impuesto del cinco por ciento para quienes ganen más de un millón de dólares al año. Durante agotadoras jornadas, rechazaron una y otra vez la iniciativa del presidente Obama.
Quizás las manifestaciones de fuerza de los indignados y, sobre todo, la incorporación al ejército de los indignados de la confederación sindical AFL-CIO, con sus doce millones de afiliados obligaron a la oligarquía a ordenar un cambio de flanco a los caciques del Partido Republicano.
Claro, la guerra apenas comienza. En la Unión Americana el primer frente lo abrieron, naturalmente, los neoyorquinos. Son bravos, duros: habitantes de las selvas de acero, concreto y vidrio para sobrevivir tienen que aprender a pelear.
La policía no los asusta. Claro, Estados Unidos no es Siria, donde la dinastía en el poder ya asesinó a unos tres mil civiles. Los azules de Nueva York usan garrotes, puños, chorros de agua a presión, pero no disparan contra sus vecinos.
Como sea, esos enormes gendarmes –New York´s finest, les dicen— arrestaron ayer a unos 740 manifestantes en Wall Street y el puente de Brooklyn. Los “finest” tampoco son peritas en dulce:
Los cabronazos duelen.
Obama entiende el problema. Los indignados lo están ayudando a doblegar a los halcones. Hasta los diarios más conservadores de Texas publican entre líneas y a veces abiertamente, mensajes de afinidad con los descontentos.
El Dallas-Fort Worth News, diario nada progresista, publicó el jueves en primera página esta cabeza.
“Para muchos desempleados, el trabajo se está convirtiendo en un recuerdo”.
También en el universo de los medios hay guerra de clases: los editores son por lo general hombres o mujeres de riqueza y poder. Los periodistas vivimos al día. Allá, mejor que aquí, pero igual el día que no trabajan no comen.
Vuelvo al citado matutino. En su nota sobre las manifestaciones locales, el anónimo redactor, con toda la mala leche de todos los hatos de vacas de Texas juntos, administró el lenguaje de tal forma que le dio una tremenda descobijada a “la codicia de las corporaciones”.
Tendría que ser nuestra lucha: la de los estudiantes de Chile, los indios de Bolivia, la gente de a pie de Italia, Grecia y tantos países amenazados con el despido. ¿Dónde van a conseguir chamba?
Es la pelea de los médicos residentes en los hospitales de Israel; de los catalanes quienes combaten en dos frentes: por el reconocimiento a su identidad y por el pan que no tiene por qué faltar en la mesa del asalariado, si en la mansión del oligarca desayunan jugo de naranja con champaña y tortillas con paté de Estrasburgo; de los 30 mil empleados públicos a quienes va a despedir el gobierno de Grecia.
¿Austeridad? Que pongan el ejemplo los plutócratas.
Lástima que los mexicanos no estamos a la altura de las circunstancias. O tal vez ya empezamos a despertar. Muchos empresarios, particularmente en Monterrey, ya entendieron que es muy grato ganar dinero, pero como dice el milenario proverbio chino:
“El agua sostiene al barco, pero también lo puede hundir”.
Pie de página. Un abrazo para mi amigo y colega Paco Salazar. Lo acompañamos en su dolor.